El zapatazo a Bush
Al ver las fotografías del zapatazo que recibió el Presidente Bush en Irak el
domingo pasado, experimenté primero empatía y después lástima.
La noticia es deliciosa. En una conferencia de prensa en Irak, Bush, al lado
del Primer Ministro Nuri Kamal al-Malaki, fue blanco de ataque de un joven,
respetado y aparentemente inofensivo corresponsal periodístico iraquí, Muntader
al-Zaidi, que trabaja para la cadena de televisión independiente Al
Baghdadia.
En una foto el presidente se agacha para esquivar el inusual objeto volador.
Al lanzar el primer zapato, al-Zaidi gritó en árabe (idioma que Bush conoce
mal): “¡Este es un regalo de los iraquíes!” Y: “¡Este es un beso de despedida,
perro!”
Otra foto muestra a Bush aún más vulnerable mientras al-Malaki, el brazo y la
mano derecha extendidos, intenta protegerlo. Esta vez al-Zaidi gritó: “¡Este es
por las viudas, los huérfanos y aquellos que murieron en Irak!”
Dije que primero sentí empatía. Es una reacción natural. No cabe la menor
duda que Bush merezca la ofensa. Su reacción inmediata fue elogiar a “la
naciente democracia iraquí” y bromar en inglés (idioma que conoce un poco
mejor): “Lo único que puedo reportar es que la talla es 10”.
Asimismo sentí lástima porque Bush es un hombre poco inteligente que sufre de
una alergia crónica a la introspección. En vano le gente busca indicadores de su
posible arrepentimiento ante una lista de atropellos demasiado larga para
mencionar. El peor presidente norteamericano es capaz de tal emoción.
Luego de maniatarlo, la policía del al-Malaki golpeó a al-Zaidi hasta
“hacerlo llorar como una mujer”. De esto se deduce que los servicios de
seguridad iraquíes han aprendido bien los métodos de sus iguales en EEUU.
Me alegra que al-Zaidi haya lanzado dos zapatazos y no doscientos mil: un par
son un símbolo, doscientos mil un error bélico.
Los zapatos juegan un papel fundamental en el arte de injuriar iraquí. Puesto
que se les considera artefactos sucios, atacar a alguien con uno de ellos
equivale a escupirle al agredido en la cara o vituperar contra su madre. Cuando
la estatua de Saddam Hussein era derribada por las masas, se vio envuelta en una
lluvia de zapatos.
Sensatamente, nadie acusa a al-Zaidi de terrorista. El epíteto, sobra
decirlo, le queda a Bush como zapato sin calzador.
Ilan Stavans tiene la catedra Lewis-Sebring en Amherst College.
istavans@amherst.edu
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