Tortura a los presos Bush fue advertido de que puede ser
acusado como criminal de guerra
por Jean Guy Allard *
Un artículo de la periodista norteamericana Jane Mayer, publicado por la
revista New Yorker, explica cómo, al descartar el convenio
internacional relativo a los presos de guerra, la Casa Blanca abrió la puerta a
todos los excesos que ocurrieron en los campos de interrogatorio del
Pentágono.
En enero del 2002, cuando el presidente norteamericano George W. Bush
suspendía para sus tropas la aplicación de la Convención de Ginebra, el Asesor
jurídico del Departamento de Estado urgió a los abogados de la Casa Blanca que
advertirían al Mandatario de que podría ser eventualmente proseguido por
«crímenes de guerra».
La información acaba de ser revelada en un artículo
de la periodista norteamericana Jane Mayer, publicado por la revista New Yorker, bajo el título Subcontratar la Tortura (Outsourcing
Torture), donde explica cómo, al descartar convenios internacionales relativos a
los presos de guerra, incluyendo la Convención contra la tortura de la ONU, la
Casa Blanca dio luz verde a todos los excesos que ocurrieron en los campos de
interrogatorio del Pentágono.
En un memorando fechado el 11 de enero del 2002 y
dirigido a John C. Yoo, asesor jurídico del presidente George W. Bush sobre este
tema, el asesor jurídico del Departamento de Estado, William Taft IV, urgió al
propio Yoo y a Alberto Gonzáles, el actual secretario de Justicia, advertir al
Mandatario que «pudiera ser visto por el resto del mundo como un criminal de
guerra» al suspender la aplicación de la Convención de Ginebra en el trato de
los presos por sus tropas.
Bush había anunciado esa decisión
tres días antes
En el documento de 40 páginas que nunca fue
publicado, Taft argumenta que el análisis de Yoo relativo a este tema es
«seriamente imperfecto». Al señalar que la pretensión de Yoo según la cual
el Presidente pudiese descartar la Convención de Ginebra es «insostenible»,
«incorrecta» y «confusa».
Foto arriba: Mamdouh Habib cuenta que fue
golpeado en Guantánamo con instrumentos contundentes, incluido un objeto que él
describe como «una picana eléctrica para ganado», y le dijeron que si no
confesaba pertenecer a Al-Qaeda sería violado por perros entrenados. Mientras se
reúne en Ginebra, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la noticia toma
particular importancia.
Taft también rechazó el argumento de que Afganistán
era un «Estado fracasado» y por tanto no era cubierto por los tratados. El
abogado del Departamento de Estado advirtió luego a Yoo «que si los EE.UU.
participan en la guerra contra el terrorismo fuera de la Convención de Ginebra,
no sólo los soldados estadounidenses pudieran verse procesados por crímenes,
incluso asesinatos, sino también el propio presidente Bush pudiese ser acusado
de "violación grave" (de esas Convenciones) por otros países y ser enjuiciado
por crímenes de guerra».
Taft mandó copia de su carta a
Alberto Gonzáles para garantizar que Bush fuese informado
La advertencia de Taft no tuvo influencia ninguna
sobre Bush, quien mantuvo su decisión. Según la periodista del New Yorker, las
opiniones legales de los abogados de la Casa Blanca sobre el tema de la tortura
siempre fueron redactadas dejando «huecos».
En febrero del 2002, Bush emitió una directiva
escrita diciendo que, a pesar de la suspensión de la aplicación de la
Convención, todos los detenidos tenían que ser tratados de manera «humana». Sin
embargo, al leer con atención el documento, uno se da cuenta que está dirigido
sólo a los militares. No a los oficiales de la CIA. Lo que ha permitido a los
interrogadores de la Agencia mantener el uso de una amplia gama de técnicas
abusivas de interrogatorio.
En agosto, el propio Yoo emitió una orientación
donde la tortura se define como el intento de infligir sufrimientos
«equivalentes en intensidad, al dolor que acompaña una herida física seria, tal
como el fallo de un órgano, el impedimento de funciones del cuerpo, o hasta la
muerte».
Otro memorando secreto redactado por los abogados de
Bush, autorizó a la CIA a usar «nuevos» métodos de interrogación, incluyendo el
water-boarding, con el cual se amarra al «sospechoso» para sumergirlo después en
el agua con el fin de que tenga la sensación de ahogarse.
Según Yoo, la Constitución de los Estados Unidos
otorga al Presidente todos los poderes para suprimir la aplicación de la
Convención sobre la Tortura de las Naciones Unidas. Para el abogado de la Casa
Blanca, el Congreso no tiene el poder de maniatar al Presidente en relación con
la tortura y las técnicas de interrogatorio. «Es el centro mismo de las
funciones de Comandante en Jefe. No pueden impedir al Presidente ordenar
tortura», dijo el Asesor jurídico de Bush.
El artículo muy extenso de Jane Mayer está centrado
sobre el uso del procedimiento de «rendición» que ha permitido a la CIA entregar
un número desconocido de presos a países donde sabía que iban a ser torturados,
con el fin de dejar a otros el trabajo sucio y obtener informaciones.
Mayer cita el caso de Ibn al-Sheikh al-Libi, un
presunto alto dirigente de Al-Qaeda, capturado en Pakistán y entregado a la CIA.
Libi, supuestamente, había dirigido un campo de entrenamiento del grupo
extremista en Khamden, Afganistán.
La soldado US Sabrina Harmon sonriendo junto al cadaver de
un torturado iraquí. Una imagen de la monstruosa irrealidad psicológica en la
que viven estos militares.
Mientras el FBI se decía satisfecho con la
«colaboración» de Libi en los interrogatorios, la CIA no compartía esta opinión.
Libi fue «desaparecido» por la Agencia y entregado a interrogadores de un país
amigo... Y el FBI perdió su pista. Reapareció meses después en el Campo de
interrogación norteamericano de Guantánamo.
Entretanto, Colin Powell había usado ante el Consejo
de Seguridad, en febrero del 2003, sus «confesiones» obtenidas bajo la tortura,
para «demostrar» que Iraq poseía «armas químicas o biológicas» y justificar la
invasión y la ocupación de esa nación. Por supuesto, como hoy se comprobó, esas
«informaciones» obtenidas a fuerza de malos tratos eran totalmente falsas.
También reapareció en el campo de interrogación
norteamericano de Guantánamo, de manera similar, otro «desaparecido», Mamdouh
Habib, un ciudadano australiano de origen egipcio, arrestado en Paquistán en
octubre del 2001 y entregado a la CIA.
Los norteamericanos le pusieron una máscara opaca,
un pijama naranja, y lo montaron en un avión privado para llevarlo a un país
«amigo» y entregarlo a interrogadores. El «interrogatorio» duró seis meses,
cuenta Mayer.
«Dijo que fue golpeado frecuentemente con
instrumentos contundentes, incluido un objeto que él describió como algo
parecido a una “picana eléctrica para ganado”. Y le dijeron que si no confesaba
pertenecer a Al-Qaeda, iba a ser violado por el ano por perros especialmente
entrenados. (...) Habib dijo que fue esposado y forzado a estar de pie en tres
cámaras de tortura: una habitación llena de agua que le llegaba hasta su mentón,
obligándole a mantenerse en punta de pie durante horas; otra cámara, llena de
agua hasta sus rodillas con un techo tan bajo que el estaba forzado a estar en
cuclillas por un tiempo prolongado; en la tercera, el agua le llegaba hasta los
tobillos, y él podía ver un interruptor eléctrico y un generador, que los
guardias le decían iban a usar para electrocutarlo si no confesaba. El abogado
de Habib dijo que su cliente se rindió a las demandas de sus interrogadores e
hizo confesiones múltiples, todas falsas».
Habib, un hombre de negocio, fue finalmente liberado
de Guantánamo hace un mes, a insistencia del Gobierno australiano, después de
tres años de detención y de malos tratos. Sin que sea formulada contra él la
menor acusación.
Según el reportaje de Mayer, 150 individuos han sido
transportados para su «rendición» desde el 2001, muchos con el uso de una
avioneta blanca de 14 asientos perteneciente a la CIA, de marca Gulfstream V,
con las letras de identificación N8068V. Un número indeterminado de presos, cuya
identidad es desconocida en su mayoría, quedan también secuestrados en la red de
prisiones secretas de la CIA.
Mientras en Ginebra la Comisión de Derechos Humanos
de la ONU está reunida, el reportaje del New Yorker suena como una confesión. Y
un acto de acusación.
Jean Guy Allard Periodista de Granma.
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