Tortura: momento de la verdad para McCain... y para todos
nosotros
por Ray McGovern*
Impulsado por los neoconservadores, Estados Unidos legalizó el uso de la
tortura por primera vez en su historia. Una enmienda propuesta por el senador
republicano John McCain para tratar de restablecer el Estado de derecho se
discute actualmente en el Congreso. Ray McGovern, vocero de un grupo de ex
dirigentes de los servicios de inteligencia, le aporta su apoyo y explica a los
lectores de la Red Voltaire que la alternativa que se plantea a los congresistas
estadounidenses no es encontrar un equilibrio entre seguridad nacional y
derechos humanos sino defender o abandonar los valores fundamentales de la
democracia.
El senador John McCain y sus colegas han dado al
Congreso la posibilidad de reivindicarse, discreta pero significativamente,
luego de la miserable huida ante sus responsabilidades de hace tres años cuando
le otorgó al presidente lo que las advertencias del senador Robert Byrd
calificaron entonces como un «cheque en blanco» para la guerra en Irak.
Con la importante ayuda del entonces consejero de la
Casa Blanca, Alberto Gonzáles [1] y de juristas reclutados en el Departamento de
Justicia, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald
Rumsfeld abusaron de aquella carta blanca para autorizar a la CIA y a personal
militar a torturar detenidos. McCain, quien fue torturado en Vietnam, está
tratando de adaptar el comportamiento de Estados Unidos a las normas
internacionales mientras que la administración Bush trata desesperadamente de
dejar una puerta abierta para que la CIA y los interrogadores contratados puedan
transgredir esas normas sin temor a ser llevados ante los tribunales.
McCain presentó una enmienda a las leyes de
dirección y financiamiento de la Defensa que obligaría al personal del
Departamento de Defensa a respetar las especificaciones del Manual de Campaña
del Ejército para Interrogatorios. La enmienda prohibiría también a la CIA y a
otros tipos de personal de defensa los tratos «crueles, inhumanos
o degradantes» contra detenidos «sin distinción de
nacionalidad o de territorio». Cheney ha hecho abiertamente campaña para que
esa enmienda sea rechazada o modificada [2], pero perdió el primer round cuando, a pesar de sus
ingentes esfuerzos, 89 senadores se unieron a McCain y votaron a favor del
proyecto.
Esto constituye un desafío directo para Cheney así
como para el presidente, quien, como se puede suponer, es mantenido al
corriente. Las enmiendas de los representantes no incluyen la formulación de
McCain así que el acuerdo final sobre la disposición que tiene que ver con la
tortura se encuentra actualmente en manos de la Comisión Paritaria de la Cámara
de Representantes y del Senado que se encarga de tratar de conciliar las
diferencias entre las proposiciones. El lunes pasado, el presidente George W.
Bush decía estar «confiado» en cuanto a la posibilidad de llegar a un acuerdo
con McCain, pero el senador demócrata Carl Levin declaró que por el momento la
Cámara de Representantes rechazó la formulación de McCain, cosa que calificó
como «inaceptable» para el Senado. El voto que ya tuvo lugar en la Cámara de
Representantes para pedir a los negociadores de ésta que incluyeran el texto
íntegro de McCain, reduce aún más las posibilidades de que la Casa Blanca logre
imponer su voluntad.
Al ser las leyes de Defensa disposiciones de
obligado cumplimiento, Cheney y Bush podrían evaluar la posibilidad de aplicar
el veto que tanto han anunciado. Claro está, esa decisión precipitaría una
catástrofe mundial en el plano de las relaciones públicas. Pero consideraciones
similares no han sido óbice en el pasado para la adopción de ese tipo de
decisiones. Además, aún si se sintieran preocupados ante la posibilidad de que
Estados Unidos se vea más aislado aún en el plano internacional, Bush y Cheney
acarician quizás una débil esperanza de que su principal propagandista, Karen
Hugues [3], logre resolver el problema. Desgraciadamente,
quizás se sientan también estimulados por recientes sondeos que sugieren que
muchos estadounidenses tienen ya tanto miedo que están dispuestos a aceptar que
la tortura, aún siendo algo lamentable, sea permitida si se utiliza contra
«presuntos terroristas».
No se ha hecho el más mínimo esfuerzo por esconder
lo que se perfila tras la oposición a McCain [4]. Hasta el senador republicano Lindsey Graham, un
abogado considerado moderado en lo tocante al uso de la tortura, reconoció que
el «problema» era encontrar la forma de proteger a los interrogadores que van
demasiado lejos. Al menos para este no magistrado, parece imposible resolver la
cuadratura de este círculo. Yo sigo tratando de acostumbrarme a la idea de que,
paralelamente a la retórica según la cual «nosotros no torturamos», nuestro país
ha adoptado abiertamente el uso de la tortura por primera vez en su
historia.
¿Quién cederá? ¿Cheney o McCain?
Los defensores de la escuela de pensamiento de
Cheney recurrieron a la ficticia retórica del «escenario apocalíptico de la
bomba de tiempo» para en realidad racionalizar la tortura, y parece que lograron
cierto impacto. Según un sondeo AP-Ipsos de fines de noviembre, el 61% de los
estadounidenses consultados piensa que la tortura se justifica por lo menos en
raras ocasiones y solamente un 36% dicen no se justifica en ningún caso.
Anteriormente, un sondeo de la firma Poltronics realizado en enero de 2005
mediante 2,000 entrevistas telefónicas había dado como resultado que el 53% de
los estadounidenses consideraba la tortura como aceptable, contra un 37% de
opositores. Ese mismo sondeo había mostrado también que el 82% de los
televidentes de la cadena FOX News afirmaba que la tortura era aceptable en «una
gran variedad de situaciones».
En ese contexto, aunque pueda parecer increíble, el
sobreviviente de la tortura John McCain corre el riesgo de que los republicanos
lo consideren demasiado moderado sobre el tema de la tortura, en momentos en que
espera el apoyo necesario para adjudicarse la investidura republicana con vistas
a la elección presidencial de 2008. Por consiguiente, a pesar del importante
apoyo de que goza entre sus colegas senadores y de su posición –hasta ahora
exenta de compromisos– es posible que McCain acepte algún tipo de arreglo, como
fórmulas que garanticen a la administración que los interrogadores de la CIA, o
los contratados, estarán al abrigo de posteriores complicaciones judiciales
cuando actúen «sin usar guantes», como dijo el ex jefe del antiterrorismo en la
CIA, Cofer Black, refiriéndose al enfoque de la CIA a partir del 11 septiembre
de 2001.
Desde el punto de vista de la administración, las
«técnicas mejoradas de interrogatorio» han resultado ciertamente útiles en la
promoción de la guerra contra Irak y la guerra contra el «terrorismo». Hoy
sabemos, por ejemplo, que las falsas informaciones incluidas en el discurso del
presidente Bush del 7 de octubre de 2002, solamente tres días antes de que el
Congreso votara a favor de la guerra, en las que se afirmaba que Irak estaba
entrenando agentes de Al-Qaeda en el uso de explosivos y de armas químicas,
fueron obtenidas del cautivo Ibn al-Shaykh al-Libi por interrogadores egipcios
en cuyas manos pusimos el prisionero nosotros mismos. Al-Libi se retractó más
tarde y declaró que sus confesiones habían sido obtenidas bajo presión.
Y cuando el entonces secretario de Justicia, John
Ashcroft, necesitó adjudicarse un éxito en la guerra contra el «terrorismo»,
José Padilla fue presentado sobre la base del testimonio nada más y nada menos
que del cerebro del 11 de septiembre, Khaled Sheik Mohammed, cuyo interrogatorio
incluía la «bañadera». Las acusaciones sobre la «bomba sucia» fueron desechadas
cuando el acusado había pasado tres años y medio en prisión.
La tortura y sus consecuencias asoman la nariz
Mis colegas de Veteran Intelligence Professionals
for Sanity y yo apenas podemos creer lo que estamos viendo. Si bien admiro al
senador McCain debido a sus posiciones, me parece extraño sin embargo que cite,
por ejemplo, los daños causados a la imagen de Estados Unidos en el extranjero
como la principal razón para prohibir la tortura. Nuestra imagen manchada es un
serio problema, pero la veo como una de las razones menos importantes en una
larga lista que incita a excluir la tortura de nuestra caja de herramientas.
Otras razones que vienen a mi mente son, por orden de importancia:
La tortura pone a nuestras tropas, así como a las de otros
países, ante el peligro de [recibir] un «tratamiento recíproco». La tortura
es brutal no sólo para el enemigo sino también para el verdugo (pregúntenle,
como yo, a los que participaron o simplemente asistieron a las torturas en Irak
o en Afganistán). Las informaciones obtenidas bajo tortura son generalmente
inutilizables. Los interrogadores experimentados saben que la tortura arroja
tanta desinformación como información ya que las víctimas de la tortura dicen lo
que sea con tal de poner fin al suplicio. En el pasado, la tortura fue
abandonada principalmente porque no funcionaba. La tortura es condenable en
el plano moral. Se encuentra en el mismo plano que la esclavitud, el genocidio,
la violación y el incesto, siendo siempre intrínsecamente mala. Las sociedades
civilizadas se opusieron durante mucho tiempo a la tortura ya que está
ampliamente reconocida como una afrenta intolerable al derecho inalienable del
ser humano a la integridad física y a la dignidad personal. Es por ello que
existen tantas leyes contra la tortura. Sin embargo, la tortura no es
reprensible porque haya leyes que la condenen; las leyes la condenan porque es
reprensible.
Un corolario del «crimen supremo»
El uso de la tortura antes y después de la invasión
contra Irak nos lleva a un crimen todavía peor: el ataque y la ocupación de Irak
por razones diferentes a las que se expusieron. Esta guerra es, pura y
simplemente, una guerra de agresión. El tribunal de Nuremberg, creado después de
la Segunda Guerra Mundial, esencialmente por Estados Unidos, declaró:
«Iniciar una guerra de agresión […] es
el crimen internacional supremo que sobrepasa a los demás crímenes de guerra
porque encierra en sí la acumulación del mal de todos los demás.»
El secretario general de la ONU Kofi Annan juzgó la
guerra como ilegal, al igual que la Comisión Internacional de Juristas y la
mayoría de los expertos legales del mundo. En lo tocante a «la acumulación del
mal de todos los demás», la tortura nos viene inmediatamente a la mente. Resulta
imposible ignorarla. La tortura es un crimen de guerra, un crimen de lesa
humanidad. Además, asumiendo que los sondeos no estén errados, otra parte de esa
«acumulación» reside en el hecho mismo de que una mayoría de nuestros
conciudadanos estén tan asustados como para llegar a pensar que es permisible
deshumanizar a los seres humanos hasta el punto de torturarlos.
Los dirigentes de nuestro país, incluyendo a quienes
nos representan en el Congreso –sí, a nosotros todos– tienen que abrir los ojos
y apartarse de lo que el criminal de guerra nazi Albert Speer llamaba la
«contaminación mental». Estamos demasiado dispuestos a hacernos de la vista
gorda y dejar que nuestras instituciones cometan nuestros pecados por
nosotros.
Durante el juicio de Nuremberg, Speer, quien fue el
tercer personaje en importancia de la jerarquía nazi en tiempo de guerra, fue el
único acusado que aceptó plenamente su responsabilidad, no sólo en lo tocante a
sus propias acciones sino también en cuanto a las del régimen. Speer confesó que
se había convertido en «inevitablemente condenado en el plano
moral». «Yo no veía porque no quería ver […]. No puedo evitar
la responsabilidad bajo ningún pretexto […]. Es sorprendente hasta qué punto es
fácil cerrar los ojos desde el punto de vista moral. Yo estaba como quien sigue
huellas manchadas de sangre sobre la nieve sin darse cuenta de que alguien ha
sido herido.»
Carta a John McCain
La semana pasada 33 oficiales de inteligencia entre
los que me encuentro enviaron una
carta al senador McCain expresando nuestro profundo apoyo a su enmienda
tendiente a fortalecer la prohibición de tratos crueles, inhumanos y degradantes
contra los detenidos por parte del personal estadounidense en todas partes del
mundo. La oficina de McCain distribuyó ampliamente la carta entre los
congresistas, se emitió un comunicado de prensa, pero hasta el momento los
medios de difusión parecen no haberse enterado. La carta declara, por
ejemplo:
«Quienes defienden una «flexibilidad»
para abusar de los prisioneros están dispuestos a poner en duda al mismo tiempo
la eficacia y nuestros valores como nación tomando como base la creencia errónea
de que los tratos abusivos permitirán obtener informaciones vitales. Pero los
interrogatorios del mundo real raramente se parecen a los que vemos en la
televisión y en las películas […]. Felizmente, la elección entre nuestros
valores y el éxito ante el enemigo terrorista no existe. No podemos dejarnos
seducir por la ficción según la cual la fidelidad a nuestros ideales es el
obstáculo entre nuestra gran nación y la seguridad que ésta se merece.»
Todo depende principalmente de que el senador McCain
ceda o no en lo tocante al principio y la edulcoración de su enmienda. Una
prueba de integridad de ese tipo le otorgaría con certeza una estatura
extraordinario en el contexto actual de Washington.
Ray McGovern Raymond L. McGovern est ancien
analyste de la CIA. Il est co-fondateur de Veteran Intelligence Professionals
for Sanity (VIPS), l’association des anciens responsables des services de
renseignement hostiles à la captation des moyens de l’État fédéral à des fins
privées par le clan Bush. |
[1] «Alberto
Gonzales, le juriste de la torture», Voltaire, 22 de
noviembre de 2004.
[2] Ya durante
los años 90, Dick Cheney protegió la utilización de la tortura, cf. «Les manuels
de torture de l’armée des États-Unis» por Arthur Lepic, Voltaire, 26 de mayo de 2004.
[3] «Karen Hughes
prend la direction de la propagande», Voltaire, 15 de
marzo de 2005.
[4] En su edición
del 5 de diciembre de 2005, el Weekly Standard, semanario de
los neoconservadores, describe el uso de la tortura como un «imperativo moral». . |
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