La Jornada, 6 de enero, 2008
Eduardo Subirats
Contra la tortura: un año después
Réplica de una cámara de toruras usada durante la dictadura de Francisco
Franco y que se mostró en el Museo de Europa en Bruselas, en noviembre pasado
Foto: Ap |
En noviembre de 2007, Louis Vitale, sacerdote franciscano, y Steve Kelly,
jesuita, fueron sentenciados a cinco meses de prisión por intentar la entrega de
una carta de protesta contra el adiestramiento para la tortura en Fort Huachuca,
Arizona. Poco antes de ser trasladados a una prisión federal los sacerdotes
declararon: “La instrucción de la tortura en el Fort Huachuca y la práctica de
la tortura en el mundo entero son reales crímenes. Hemos tratado de entregar una
carta pidiendo la suspensión de esta instrucción y hemos sido detenidos. Hemos
tratado de mostrar abierta y honestamente la evidencia de la práctica de la
tortura y hemos sido impedidos. Queríamos poner abiertamente de manifiesto el
uso extensivo de la tortura y el abuso de los derechos humanos cometidos durante
interrogatorios en Abu Ghraib y Guantánamo, en Irak y Afganistán. Esta evidencia
ha sido facilitada por los propios militares así como por investigaciones
gubernamentales y de derechos humanos”.
La utilización indiscriminada de la “guerra contra el terrorismo” como carta
de legitimidad para el uso de tortura lo mismo contra activistas políticos,
grupos y reivindicaciones civiles, organizaciones humanitarias y organizaciones
de legítima resistencia contra la ocupación militar de sus territorios
ancestrales o nacionales ha allanado hoy en el mundo entero la práctica de la
tortura, con sus técnicas llamadas científicas, y con usos de arcaica
brutalidad. Las instituciones que deberían preservar globalmente el estado
derecho, y en primer lugar las Naciones Unidas, son hoy parte del problema, no
su solución.
Hace poco más de un año un grupo de intelectuales y académicos
iberoamericanos e ibéricos presentó en la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara un manifiesto “Contra la tortura”. Su escueta redacción y su
decidida protesta no fueron quizá tan significativos como la circunstancia de
que venía avalado por destacados intelectuales, como Carlos Monsivais, Eduardo
Galeano o Juan Goytisolo, y entre ellos tres premios Nobel, Gabriel García
Márquez, Adolfo Pérez Esquivel y José Saramago. El manifiesto no solamente
significaba el rechazo de las leyes de excepción globales unilateralmente
decretadas por el gobierno de Estados Unidos. También encabezaba el libro
Contra la tortura (Editorial Fineo, Monterrey 2006) en el que tres
intelectuales: Margarita Serje, de Colombia; Pilar Calveiro, de México, y Rita
Laura Segato, de Argentina, presentaban sendos informes sobre el uso de la
violencia y el crimen organizado con fines políticos en Colombia, México y
Estados Unidos. Cierra este libro Carlos Castresana, fiscal con un largo
historial profesional contra el crimen estatal y paraestatalmente organizado en
América Latina, y más conocido por haber conducido el apresamiento de Augusto
Pinochet en Inglaterra por delitos contra la humanidad.
Una serie de aspectos deben subrayarse en estas contribuciones. El análisis
realizado por Serje de las atrocidades cometidas en Colombia no sólo es
brillante y tremendo, sino que pone de manifiesto una valentía ejemplar. Lo
mismo ha de decirse con respecto de la reconstrucción de los
feminicidios de Ciudad Juárez realizada por Segato, modélica tanto por
su rigor científico como por su integridad moral. Por su parte, Calveiro muestra
un amplio cuadro sobre los usos criminales de la tortura por parte de Estados
Unidos. Su ensayo es relevante también por otra cosa. Esta escritora reconstruye
un sistema criminal global valiéndose de información que está al alcance de
todos. Pone en evidencia con ello la ceguera y complicidad de todos frente a una
barbarie que tenemos ante los ojos. El análisis de Castresana es trascendental
por dos razones fundamentales. Este letrado español pone de manifiesto un raro
rigor lógico digno de la herencia de Francisco de Vitoria. Con este rigor
deslegitima de manera aplastante las burdas justificaciones de lo injustificable
por parte del gobierno de George W. Bush.
La respuesta al manifiesto y al libro ha sido en cambio lamentable. Los
medios de comunicación mexicanos, con la sola excepción de La Jornada
que cedió sucesivos reportajes y publicó el manifiesto, boicotearon su
presentación en la que paradójicamente había un centenar de periodistas
nacionales. La Universidad Nacional Autónoma de México dedicó un escueto acto en
la Facultad del Derecho. Nadie acogió el manifiesto y el libro como lo que
realmente era y es: punto de partida de un debate y una acción intelectual
responsable. En su lugar encontró indiferencia y abatimiento. Precisamente en
México que ha conocido en los años recientes los casos más atroces de tortura y
crimen político con la connivencia institucional y absoluta impunidad
jurídica.
La respuesta internacional no fue menos significativa. El País de
Madrid publicó un extenso reportaje así como el manifiesto entero. La prensa
latinoamericana lo ignoró cuando no lo silenció. Una anécdota pone de relieve la
mala conciencia que distingue al mundo intelectual europeo. La revista
Lettre de Berlín publicó el artículo de Castresana, sin mencionar el
contexto del que lo extraía y omitiendo a conciencia el manifiesto. Otros
órganos de la comercializada cultura europea simplemente cerraron sus
puertas.
El Zeitgeist de los intelectuales europeos y estadunidenses frente
las guerras, las crisis ecológicas y los genocidios que han jalonado el comienzo
de siglo se resume en dos palabras: vacío y silencio. Es además inadmisible para
el cinismo paternalista que estos intelectuales han heredado del Pop y
el Postmodern, el deconstruccionismo y los cultural studies
que exista una voz clarividente precisamente en sus colonias de América
latina.
La versión inglesa del manifiesto se perdió en el anonimato de los
websites y los blogs. Los ensayos se publicaron en inglés en
una university press, pero flanqueados por papers académicos
de irrisoria consistencia. Su editor evitó la mención del manifiesto. Para la
academia estadunidense una cosa es el análisis escolarmente vigilado, y la otra
y lo otro un posicionamiento intelectual libre. Tampoco puede faltar una
anécdota chusca. En mi propia universidad* en lugar de divulgar esta protesta
inventaron un panel para desviar la atención de los latinoamericanistas hacia
otra parte. Cosa curiosa: lo titularon “Tortura y verdad”. Esta distinción entre
torturas falsas y verdaderas data del siglo XV. En su nombre el inquisidor
Eymerich protestó que quebrar huesos, desencajar articulaciones o mutilar
miembros no podían imprimir por sí mismos en las víctimas las verdades de la fe.
Había que subordinar las técnicas de mortificación a una jurisdiccón
teológica.
Esta práctica teologal se llama hoy “técnicas científicas de interrogación
coercitiva”. El nombre sagrado de la ciencia les otorga la misma impunidad que
ayer el nombre de Dios. Se quiere hacer ignorar que el objetivo de la tortura
nunca ha sido ni puede ser la verdad. Su finalidad es la imposición ostensible y
obscena del crimen, la corrupción y la tiranía. Y un estado global de sitio.
(*Eduardo Subirats es profesor en la New York University)
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