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El Mundo no Puede Esperar organiza a las personas que viven en Estados Unidos para repudiar y parar el rumbo fascista iniciado durante el régimen de Bush y evidenciado en las ocupaciones asesinas, injustas e ilegítimas de Irak y Afganistán; la “guerra de terror” global de tortura, rendición extraordinaria y espionaje; y la cultura de discriminación, intolerancia y avaricia. A ese rumbo no le darán marcha atrás los líderes que nos instan a buscar puntos en común con fascistas, fanáticos religiosos e imperio. Solo es posible si la población forja una comunidad de resistencia –un movimiento independiente de grandes cantidades de personas—que, actuando en pro de los intereses de la humanidad, pone fin a dichos crímenes y demanda que se procese a los responsables por ellos.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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07-11-2006

Ya que los US americanos son tan buenos, pueden hacer lo que quieran y no será “tortura”
La normalización de la tortura

Bruce Jackson
CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Comencemos por la definición de tortura de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de 1984, de la cual es parte USA. Dice la Convención: “Se entenderá por el término "tortura" todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia. No se considerarán torturas los dolores o sufrimientos que sean consecuencia únicamente de sanciones legítimas, o que sean inherentes o incidentales a éstas.”

La justificación del gobierno Bush para la tortura se basa en un argumento hipotético (concebido insignemente por el profesor de derecho de Harvard Alan Dershowitz), un argumento legal (concebido sobre todo por el profesor de derecho de Berkeley John Yoo), y un silogismo.

¿Da resultados la tortura?

Volveré dentro de poco a los argumentos de Dershowitz y Yoo y al silogismo, pero primero debo hacer un comentario sobre la pregunta: “¿Da resultados la tortura?” porque las respuestas a esa pregunta colocan en una perspectiva práctica la teorización de Dershowitz, el intento de forzar un patrón legal de Yoo, y el silogismo que le confiere capacidades legales del gobierno Bush. La tortura de la que hablamos es real, cometida por agentes reales de USA contra prisioneros reales. En situaciones de la vida real, prima siempre la perspectiva práctica, o así debiera ser.

Dije que comentaría sobre la pregunta “¿Da resultados la tortura?” no que la respondería. Es porque la respuesta siempre depende del tipo de trabajo que el torturador quiere que cumpla la tortura.

La tortura es, por ejemplo, un instrumento muy efectivo para atemorizar a la gente. Muchos residentes de Bagdad dicen que tienen mucho más miedo en la actualidad, que durante el reino de Sadam Husein. No es de extrañar. El New York Times informó el 28 de septiembre, en una historia que se ha hecho, con variaciones menores, demasiado común: “Sólo el miércoles, los cuerpos de 15 personas encontrados en varias áreas fuera de Bagdad fueron entregados a la morgue en Kut, a 160 kilómetros al sudeste de la capital. La mayoría mostraba señales de tortura y tenía manos y pies atados; cinco habían sido decapitados.” Los periódicos y los programas de noticias de la televisión en USA informan regularmente sobre torturas-asesinatos semejantes, pero nunca presentan detalle alguno sobre cuál fue la tortura. La gente en Bagdad, sin embargo, sabe perfectamente en qué consistió.

La tortura y la amenaza de tortura pueden ser utilizadas para que la gente haga cosas que en otras circunstancias no haría. Prisioneros en el sur de USA, todavía en los años sesenta, eran torturados si no trabajaban suficientemente rápido como para complacer a los guardias. Los guardias carcelarios en Texas utilizaban lo que llamaban “el murciélago,” una tira de cuero de unos 92 cm. sujeta a un mango de madera de unos 46 cm. “Cuando partía el cuero, la piel partía con él,” me dijo un convicto. “Se podía decir cuáles de los muchachos había sido azotado,” dijo otro. “No se podían sentar y dormían boca abajo.”

Si la tortura sólo apunta a destruir a alguien, la tortura también da, generalmente, resultados. En 1997, los policías de Nueva York torturaron a Abner Louima porque los había ofendido de alguna manera vaga. Le metieron a la fuerza una cachiporra profundamente en su recto, causando considerable daño. Muchos de los torturados por los gobiernos represivos de Argentina e Iraq no fueron torturados para obtener información, sino simplemente porque los funcionarios de Argentina e Iraq querían hacerlo.

Si el propósito de la tortura es hacer que alguien que no quiere hablar hable, entonces, en general, la respuesta también es “Sí, la tortura da resultados.” Si se inflige suficiente dolor, la mayoría de la gente dirá lo que quieren que digan. El departamento de policía de Chicago encara ahora mismo un inmenso escándalo basado en la revelación de que numerosas condenas por delitos en Cook County, algunas de ellas por delitos capitales, se basaron en confesiones obtenidas mediante la tortura policial. Algunas eran verdad, muchas no lo eran. A los torturadores, en situaciones semejantes, no les preocupa la verdad, sólo quieren confesiones que aclaren los casos.

“La gente dice: ‘a mí no me quiebran,’” me dijo un ladrón de cajas fuerte de Texas hace años. “La gente dice: ‘No me pueden quebrar.’ Bueno, a mí me quebraron y en todo caso soy medio loco cuando se trata de ser testarudo, y había decidido que no me iban a quebrar. Y finalmente tuve que hacerlo. Terminaron por azotarme hasta que no pude aguantar más. Me tuvieron durante tres semanas. Tres semanas. Eso es, sin ver a un abogado, sin utilizar un teléfono, sin afeitarme, sin nada.” (La policía USamericana pocas veces sigue comportándose de esa manera, pero si se sustituye “años” por “semanas”, la declaración del ladrón de cajas fuerte da una buena descripción útil de lo que ha ocurrido en Guantánamo y en el resto del GULAG global USamericano.)

A veces los torturadores necesitan información exacta. Los torturadores franceses en Argelia colonial destruyeron la organización clandestina por la independencia del FLN con un implacable programa de tortura. Los franceses torturaron; los torturados hablaron; los franceses arrestaron o asesinaron a los que habían sido nombrados. Después de un tiempo, junto con los no-involucrados que habían sido nombrados, capturaron a los involucrados que habían sido nombrados, y destruyeron el FLN. Técnicas similares fueron utilizadas por los más brutales gobiernos en Sudamérica contra movimientos opositores. La eficiencia no es un tema en semejantes operaciones de tortura; sólo cuenta el resultado. ¿Qué importa si matas a gente que no te interesa mientras estés matando a los que quieres asesinar?

Desde que existen antecedentes, tenemos documentación de individuos e instituciones que participan en la tortura. El columnista historiador-chismoso romano, Suetonio, hila cuentos espeluznantes sobre los programas de tortura de Tiberio César y de Calígula César. Numerosos santos católicos llegaron a esa condición santificada porque fueron suficientemente desafortunados – o suficientemente afortunados, según tu punto de vista – para caer en manos de torturadores particularmente creativos. No lejos de aquí, jesuitas franceses lo pasaron particularmente mal a manos de los americanos nativos que trataban de convertir. Y la Iglesia no se quedó atrás en esta tecnología: el instrumento básico de la Inquisición fue la tortura, no la Biblia.

Un mito sumerio de comienzos del tercer milenio A.d.C., nos habla de Geshtinanna, hermana del dios Dumuzi que es consorte de la diosa Inanna. Geshtinanna es torturada por los demonios del inframundo, los galla, para que revele dónde se oculta Dumuzi. Vierten brea caliente en su vulva. No lo revela. Pero es un mito y los personajes en los mitos tienden a tener más aguante que la gente en la vida real. En la vida real, la tortura hace que la mayoría hable; no todos, pero la mayoría.

El cómico Lenny Bruce tenía un famoso programa llamado “¿Traicionarías a tu país?” Un individuo es llevado para ser interrogado y dice: “De ninguna manera traicionaré a mi país. De ninguna manera. No importa lo que hagan, yo nunca, ¡Eh! ¿Qué le están haciendo a ese tipo ahí, a ese tipo que tienen atado a la mesa boca abajo? ¿Por qué le colocan ese embudo en el trasero? ¿Qué tienen en ese cucharón? ¿Plomo caliente? ¿Plomo caliente? ¿Le están vertiendo plomo caliente en su trasero? ¿Le están aplicando un enema de plomo caliente? ... Pregúntenme cualquier cosa. Les hablaré de mi madre. Inventaré secretos.”

Y ahí está el problema, dice mucha gente que ha torturado: la gente, por cierto, inventará secretos, traicionará a los inocentes, mentirá. Te dirán lo que no saben para que te detengas y te dirán lo que ya sabes para que te detengas. La tortura produce información, pero la información que produce no es de ninguna manera confiable, y por eso, dicen muchos de esos mismos agentes de la inteligencia que han torturado, es mucho mejor obtener información por otros medios, y hay muchos.

La justificación de Dershowitz

El argumento hipotético de Alan Dershowitz a favor de la tortura, con el que apareció en un artículo del 8 de noviembre de 2001 en el Los Angeles Times ("Is There a Torturous Road to Justice" [¿Hay un camino tortuoso hacia la justicia?]), que recibió su distribución más amplia en una entrevista en “60 Minutes” de Mike Wallace en CBS el 22 de septiembre de 2002, y que ha repetido muchas veces desde entonces, postula una bomba que matará a muchísimas personas inocentes (en estas discusiones nunca se trata de “personas culpables”), que debe estallar muy pronto, y a una persona en custodia policial que sabe pero que no dirá dónde se encuentra esa bomba. En una situación semejante, arguye Dershowitz, la tortura para averiguar la ubicación de la bomba es legítima porque impedirá un mal mayor.

En todo caso, la tortura siempre ocurre en situaciones extremas, dice Dershowitz, de manera que deberíamos tener una forma de controlarla, de autorizarla. En lugar de oponerse a la tortura como algo que va contra la decencia humana o el derecho internacional, Dershowitz trata de normalizarla.

Su argumento no se limita a bombas a punto de estallar: “Imagínate que tu propio hijo ha sido secuestrado,” dijo a Mike Wallace. “El secuestrador está ahí, y te dice burlonamente que al niño le quedan tres horas de oxígeno, y se niega a decirte dónde está enterrado. ¿Hay quien no utilizaría la tortura para salvar la vida de su hijo? ¿Y si lo harías, no es un poco egoísta decir: ‘Está bien para salvar la vida de mi hijo, pero no está bien para salvar la vida de mil desconocidos?’”

¡Vaya! ¿Cómo vas a disputar algo semejante? No puedes, y es precisamente el propósito de reducir los argumentos a absurdidades, Te excluyen de la conversación. ¿Cómo puedes derrotar una absurdidad sólo con lógica, o realidad o factibilidad, o ética? ¡Un secuestrador burlón que sofoca a tu propio hijo! ¿Quién no torturaría al hijo de puta?

Detente un momento. ¿Cuántas veces en la vida has visto a ese hijo de puta? ¿Cuántas veces has llegado a oír hablar de alguien que ha encontrado a ese hijo de puta? ¿Cuán desesperado estás como para aceptar que la política de la nación se base en ese hijo de puta a quien nadie ha encontrado o visto, o del que nadie ha oído hablar en alguna parte, con la excepción del ejemplo hipotético de Alan Dershowitz?

Para impedir abusos, Dershowitz quiere que los jueces tengan el poder de expedir “mandatos de tortura.” “Una solicitud para un mandato de tortura,” escribió, “tendría que basarse en la necesidad absoluta de obtener información inmediata a fin de salvar vidas, combinada con la causa probable de que el sospechoso poseería semejante información y que no está dispuesto a revelarla. El sospechoso debería recibir inmunidad contra enjuiciamiento basado en la información obtenida mediante la tortura. El mandato limitaría la tortura a medios no letales, como ser agujas estériles introducidas bajo las uñas para causar un dolor intolerable sin poner en peligro la vida.”

El corazón del argumento de Dershowitz es que la tortura es buena si es aplicada por la gente apropiada por las razones apropiadas.

¿Pero si no sabes lo que alguien sabe hasta que lo torturas, cómo puedes saber que la tortura obtendrá la información que supones que existe? ¿Y si te equivocas, qué pasa? ¿Qué pasa si la anciana o el chico al que torturaste realmente no sabían nada? ¿Qué pasa si la persona que estás torturando sólo tiene conocimientos incorrectos? ¿Qué efecto tiene la tortura sobre tu persona? ¿Cuáles son las consecuencias si llegas a sentir placer al hacerlo, como parece suceder con tantos torturadores? ¿Dónde termina? ¿Cuántas cosas están siendo sacrificando?

Dershowitz no trata ninguno de estos problemas.

Hace algo que los profesores de las escuelas de derecho hacen todo el tiempo: presentar un “¿Qué pasará si?” absurdo para que los estudiantes consideren las implicaciones de una ley. Pero no lo hace para que los estudiantes consideren las implicaciones de una ley; lo hace para normalizar el extremo en una situación del mundo real. Una vez que se normaliza el extremo, sigue todo lo demás. Si está permitida la colocación de clavos bajo las uñas del tipo que piensas que sabe dónde está la bomba a punto de estallar, también puedes meter agujas bajo las uñas de cualquiera si tienes los pensamientos adecuados al hacerlo.

Un año más tarde, Dershowitz incrementó el nivel de autorización. Dijo a Wolf Blitzer el 4 de marzo de 2003: “Si se ha de administrar tortura como un último recurso en el caso de la bomba a punto de estallar, para salvar una cantidad enorme de vidas, debería ser hecho abiertamente, con responsabilidad, con aprobación del presidente de USA o de un juez de la Corte Suprema.”

Tuvo éxito con una parte de su recomendación: la legislación aprobada por el Congreso y convertida en ley por la firma de Bush la semana pasada, da poder al presidente para definir y autorizar la tortura. Pero rechaza específicamente la responsabilidad. Tradicionalmente, el órgano de la responsabilidad pública reside en los tribunales. La ley aprobada por el Congreso y firmada por Bush niega a los individuos que han sido o están siendo torturados el derecho de llevar sus casos ante los tribunales y, en muchos casos, el derecho de dirigirse por cualquier cosa a los tribunales.

John Yoo

John Yoo era un profesor sin puesto permanente en Berkeley cuando llegó a ser la mano derecha de Clarence Thomas y compañero de squash de Antonin Scalia. Volvió a Berkeley y aseguró su puesto fijo en 1999. Estuvo involucrado con el American Enterprise Institute [Instituto USamericano de la Empresa] y se hizo amigo del actual embajador de USA en Naciones Unidas, John R. Bolton, cuyo desprecio por el derecho internacional es bien conocido. Testificó ante la legislatura de Florida durante el recuento de la elección presidencial de 2000. De 2001 a 2003 trabajó para el Departamento de Justicia.

“En una serie de opiniones,” dijo el Washington Post, "Yoo argumentó que la Constitución otorga al presidente una discreción virtualmente ilimitada en tiempos de guerra. Dijo que la lucha contra el terrorismo, sin un campo de batalla fijo o un enemigo uniformado, es una nueva clase de guerra. Dos semanas después del 11-S, Yoo dijo en un memorando para la Casa Blanca que la Constitución confiere una autoridad ‘plenaria’ o absoluta, para utilizar la fuerza en el exterior, ‘especialmente como reacción ante graves emergencias nacionales creadas por repentinos, imprevistos, ataques contra el pueblo y el territorio de USA.” El memorando de Yoo del 25 de septiembre de 2001, especificó: “el amplio poder constitucional del Presidente para utilizar fuerza militar para defender a la Nación, reconocido por la propia Resolución Conjunta, permite que el Presidente emprenda cualesquiera acciones que considere apropiadas para prevenir o reaccionar ante amenazas terroristas de nuevas fuentes.” Informó a la Casa Blanca que las Convenciones de Ginebra no se aplican a al Qaeda o a la lucha contra el terrorismo.”

En un debate de diciembre de 2005 en Chicago, el periodista del Washington Post, Peter Sleven, escribió: "el profesor de Notre Dame y experto en derechos humanos internacionales, Doug Cassel, dijo: ‘¿No hay ninguna ley que pueda detener al Presidente si considera que se debe torturar a alguien, incluso aplastando los testículos del hijo de la persona?’ ‘Ningún tratado.’ Yoo respondió: ‘Y tampoco ninguna ley del Congreso.’ Cassel dijo: ‘Es lo que usted escribió en el memorando de agosto de 2002.’ ‘Considero,’ dijo Yoo, ‘que depende de si el Presidente piensa que debe hacerlo.’”

El argumento sobre la tortura de John Yoo es legal: no es si debiéramos hacerlo o cuándo deberíamos hacerlo, como Dershowitz, sino más bien bajo qué manto legal podemos defender que lo hayamos hecho o que hayamos autorizado a otros para que lo hagan. No se preocupa de política sino más bien de inmunidad. Las dos preguntas que responden las instrucciones de Yoo, explícita o implícitamente, son, primero: Sobre la base de las leyes existentes y la manera como los tribunales interpretan esas leyes: ¿podemos hacer lo que queramos? Y segundo: ¿Qué leyes deberíamos promulgar para legitimar lo que ya hemos hecho y queremos seguir haciendo?

Si uno conoce la historia europea del Siglo XX, deberían surgir recuerdos. Casi todo lo que hicieron los nazis fue legal, exactamente del mismo modo. Confiscaciones de propiedad, restricciones de las libertades cívicas, campos de concentración, torturas, asesinatos – todo legal. Legal, no correcto ni justo. Lo correcto y lo justo no están en una relación necesaria con lo legal. Si todo fuera legal, coincidirían perfectamente; en la vida real, sólo lo hacen de vez en cuando.

En una entrevista de hace un año, Bush repitió el fondo de los memorandos de John Yoo:

“Nuestro país está en guerra y nuestro gobierno tiene la obligación de proteger al pueblo USamericano. El poder ejecutivo tiene la obligación de proteger al pueblo USamericano; el poder legislativo tiene la obligación de proteger al pueblo USamericano. Y lo hacemos agresivamente. Estamos encontrando a terroristas y los llevamos ante la justicia. Recolectamos información sobre dónde se podrían ocultar los terroristas. Tratamos de hacer estragos en sus complots y planes. Todo lo que hacemos en ese esfuerzo, con ese fin, en este esfuerzo, toda actividad que desarrollamos, está dentro de la ley. No torturamos.”

“Todo lo que hacemos en ese esfuerzo, con ese fin, en este esfuerzo, toda actividad que desarrollamos, está dentro de la ley. No torturamos.”

La ley de Comisiones Militares firmada por Bush el 17 de octubre, ratifica esa frase final, tortura es lo que el presidente dice que es tortura; si el presidente dice que una conducta no es tortura, no es tortura.

El silogismo

El silogismo que une todo esto es algo como lo siguiente:

Primera premisa: “El terrorismo es un enemigo a escala mundial que no se ajusta a las reglas.”

Segunda premisa: “Nos odian porque odian nuestro modo de vida.”

Conclusión: “Por ello, para proteger nuestro modo de vida del terrorismo tampoco podemos ajustarnos a las reglas, todo vale.”

Es un silogismo estúpido, lo sé, pero yo no lo inventé. Lo inventaron George W. Bush y Dick Cheney.

En realidad, ni la primera ni la segunda premisa tienen ninguna base en la realidad.

La gente que nos odia no nos odia por nuestro modo de vida; tiene otros motivos, que ni comenzaré a tratar de enumerar.

Y el Terrorismo no es un enemigo; es una técnica en la guerra asimétrica. Hasta el 11-S, el mayor ataque terrorista en USA había sido realizado por un muchacho de los suburbios de Buffalo que hizo volar el edificio Federal en la Ciudad de Oklahoma porque estaba enfurecido con el Departamento de Justicia de USA por algo que pensó que había hecho a gente que no conocía. Era Timothy McVeigh, veterano de la primera Guerra del Golfo. Cualquiera puede cometer un acto terrorista, tal como cualquiera puede apretar el gatillo de un rifle automático USamericano o checo.

USA ni siquiera es el foco de la mayor parte de los actos o eventos terroristas. La mayoría de los eventos y actos terroristas durante la última década tienen que ver con problemas relacionados con el nacionalismo, no con la hegemonía de USA o el ‘modo de vida’ de USA, sea lo que sea.

El vicepresidente Dick Cheney sigue insistiendo, en contra de la evidencia irrefutable de lo contrario, que las armas de destrucción masiva existían en Iraq y que Iraq estaba vinculado a una operación terrorista mundial. La constante reiteración de esta mentira por parte de Cheney no tiene nada que ver con una obstinación estúpida; Dick Cheney no es estúpido. Él y Bush necesitan las armas de destrucción masiva y el mito de vínculos terroristas por doquier para justificar todo lo demás que han hecho y que tienen la intención de hacer próximamente.

Cuando llenaron su campo prisión en Guantánamo, nadie estaba combatiendo contra nosotros en Afganistán. Cuando repletaron Abu Ghraib, nadie combatía contra nosotros en Iraq. Todo eso vino después. ¿Qué información sobre impedimentos para la democracia en Iraq fue obtenida por la tortura en Abu Ghraib y en Guantánamo o en las numerosas prisiones secretas de las que todavía ni sabemos cuántas son – mantenidas por USA en países extranjeros?

La suposición de un enemigo universal cuyo nombre es Terrorismo justifica la guerra sin fin en innumerables lugares. Justifica medidas extremas. Es la bomba a punto de estallar de Alan Dershowitz. Para el gobierno Bush, todos los terroristas forman parte de una sola entidad terrorista, tal como todos los miembros de la SS formaban parte del aparato militar nazi. Pero esa analogía no resiste. El terrorismo no es una entidad o una organización o un club o una nación o un ejército. Es simplemente una técnica que fuerzas débiles más pequeñas utilizan para atacar fuerzas poderosas mayores.

Las fuerzas mayores no se involucran en actos de terrorismo; porque no los necesitan. O, mejor dicho, los actos de terrorismo que cometen son tan grandes que reciben otro nombre. Las fuerzas mas poderosas simplemente le sacan la mierda al lugar con sus bombardeos, como los británicos y USA hicieran con los bombardeos incendiarios de Dresde y Tokio, como USA lo hizo en su devastación nuclear de Hiroshima y Nagasaki y con sus bombardeos ‘tipo alfombra’ de Hanoi, y como los israelíes lo hicieron hace sólo unos pocos meses en Líbano.

Robert MacNamara, el Secretario de Defensa de Lyndon Johnson durante una parte de la Guerra de Vietnam, fue uno de los oficiales del alto comando USamericano involucrados en el bombardeo incendiario de Tokio. Dijo al cineasta Errol Morris que, si USA no hubiera ganado la guerra, él y sus colegas habrían sido juzgados como criminales de guerra, y que semejantes acusaciones en la posguerra lo preocupaban mientras ocurrían los bombardeos incendiarios. Y se preocupaba con razón.

Asegurando la legalidad

Desde poco después de la invasión de Afganistán ya se había filtrado información sobre el abuso USamericano de prisioneros – ninguno de los cuales había sido acusado de un crimen militar o civil –, pero fueron las fotos de Abu Ghraib, de las que Diane Christian habló en este foro el 4 de octubre, las que revelaron la historia. Las fotografías tienen una especificidad que las palabras difícilmente transmiten. Se puede argumentar con palabras contra palabras, ¿pero con qué argumentas contra una imagen auténtica?

Si tienes suficiente edad para recordar la Guerra de Vietnam, recordarás el impacto en la opinión USamericana de la foto, de Nick Ut, de la niña quemada por NAPALM en un camino de tierra; la foto, de Eddie Adams, del jefe de la Policía Nacional de Vietnam disparando a la cabeza de un prisionero en una calle de Saigón y las fotos de la masacre de My Lai. Esas fotos cambiaron el curso de esa guerra.

No hace mucho, y en gran parte como reacción ante las imágenes de Abu Ghraib, la Corte Suprema de USA informó al gobierno Bush que debía comportarse según el derecho de USA y las Convenciones de Ginebra. No puede mantener a prisioneros sin acusarlos durante años en prisiones secretas. Individuos sospechosos de crímenes ordinarios deben ser tratados según la ley de USA. Los prisioneros militares deben ser tratados según la Convención de Ginebra.

El 7 de septiembre de este año, según el Washington Post, el Pentágono anunció que había “repudiado las tácticas duras de interrogatorio adoptadas desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, prohibiendo específicamente que los soldados de USA utilicen la desnudez forzada, encapuchamiento, perros militares y waterboarding [- el ‘submarino,’uso de agua para crear una sensación de ahogo al prisionero] para extraer información de detenidos capturados en las actuales guerras. El Departamento de Defensa aceptó simultáneamente estándares internacionales de tratamiento humano para todos los detenidos en custodia militar de USA, la primera vez que ha habido una norma uniforme tanto para enemigos prisioneros de guerra y los así llamados combatientes ilegales vinculados a al-Qaeda, los talibanes y a otras organizaciones terroristas.”

Preocupaciones y cambios de política similares, aunque no tan públicos, fueron expresados dentro de la CIA.

Las preocupaciones no resultaban de algún deseo burocrático de clarificación. Resultaron, más bien, de la sugerencia de que numerosas actividades de USA eran vistas en otras partes del mundo como crímenes de guerra, y que la gente que las realizaba era tan culpable de tales crímenes de guerra como aquellos que los autorizaban.

Bush se distanció rápidamente de la nueva política del Pentágono. Una semana después de la declaración del Pentágono un periodista le preguntó, refiriéndose a la legislación de Comisiones Militares: “¿Qué responde al argumento de que su proposición busca básicamente apoyo para la tortura, evidencia obtenida bajo la coerción y audiencias secretas? Y el senador McCain dice que su plan pondría en peligro a los soldados de USA. ¿Qué piensa al respecto?”

“Este debate ocurre,” dijo Bush, “por el fallo de la Corte Suprema que dijo que debemos conducirnos según el Artículo 3 de la Convención de Ginebra. Y ese Artículo 3 dice que, ya sabe, no habrá ofensas a la dignidad humana. Es como – es muy vago. ¿Qué significa eso, ofensas a la dignidad humana? Es una declaración que está totalmente abierta a la interpretación Y lo que propongo es que haya claridad en la ley para que nuestros profesionales no tengan dudas de que lo que están haciendo es legal. Ya sabe, es un – y así el documento legislativo que envié allá provee a nuestros profesionales lo que se requiere para seguir adelante. Ya ve, a veces se puede recolectar información en el campo de batalla, algunas veces se puede, ya sabe, a través de cartas, pero a veces hay que interrogar realmente a la gente que conoce la estrategia y los planes del enemigo. Ahora, la corte dijo que tenemos que vivir bajo el Artículo 3 de la Convención de Ginebra. Y los estándares son tan vagos que nuestros profesionales no podrán avanzar con el programa, porque no quieren ser juzgados como criminales de guerra. No quieren violar la ley. Ahora, esta idea de que de alguna manera, ya sabe, tenemos que vivir bajo tratados internacionales, ya sabe – y está bien, lo hacemos. Pero a menudo el gobierno de USA promulga leyes para aclarar las obligaciones bajo un tratado internacional. Y lo que me preocupa es que si no lo hacemos, es muy concebible que se podría responsabilizar a nuestros profesionales sobre la base de decisiones de tribunales en otros países. Y no creo que los USamericanos quieran eso.”

Para decirlo de modo más sucinto y lúcido: “La Corte Suprema determinó que la tortura es ilegal y que el presidente no tiene la autoridad para autorizarla y que los funcionarios de USA tienen que comenzar a comportarse según la Convención de Ginebra, de la que USA es signatario. Pero yo, George W. Bush, creo que necesitamos la tortura para obtener información. Así que cambiemos la definición de tortura y indemnicemos a cualquiera al que autoricemos para que la cometa y aseguremos que todo sea impecable, denegando a los que son torturados acceso a los tribunales de USA.”

Y es exactamente lo que hizo el Congreso.

Cambiando lo que somos

Ese cambio en la posición oficial de USA hacia la tortura es inmenso, tanto para lo que somos como para lo que piensa de nosotros el resto del mundo. Es muy difícil, por ejemplo, que una nación que legaliza la tortura adopte una elevada posición moral en alguna discusión internacional sobre la tortura. Una de las justificaciones de George W. Bush para invadir Iraq fue que el presidente iraquí, Sadam Husein, permitió la tortura de ciudadanos iraquíes; uno de los sitios en los que agentes de Husein cometieron la tortura fue una prisión llamada Abu Ghraib. Una imagen de un prisionero en Abu Ghraib torturado por USamericanos, no Sadam Husein, es el símbolo de este foro. Es ahora una de las imágenes más conocidas del mundo.

¿Cómo va a funcionar ahora la tortura oficial de USA? ¿Dirá el solicitante, un agente de la CIA, por ejemplo, a alguien en la Casa Blanca: “Creemos que esta persona sabe dónde hay una bomba así que lo vamos a waterboardear [hacerle el submarino] y si no da resultados, vamos a aplicarle electricidad a los testículos y si eso no funciona vamos a taladrarle los dientes sin anestesia y si eso no resulta…?” Usa tu propia imaginación. ¿Dirá entonces la Casa Blanca: “Aprobamos el waterboardeo y los testículos, pero no los dientes.”? ¿O delegarán las decisiones a oficiales en el terreno, como me dijeron algunos polis de Nueva York hace años: “Sólo les sacamos la mierda a los que sabemos que son culpables.”? Y si ése es el plan, ¿cómo se examina a los agentes en el terreno que verdaderamente gozan con esa parte de su trabajo? ¿Se confía en que los agentes en el terreno determinen quién es y quién no es un sujeto adecuado para la tortura?

El portavoz de la Casa Blanca Tony Snow no se pronuncia. Detalles semejantes, dice, sólo facilitarían la resistencia del enemigo.

Leyes

Comencé por citar la definición de la tortura en el Artículo 1 de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de 1984, un acuerdo internacional del que USA es signatario. Terminaré con otros tres pasajes de esa Convención y dos preguntas finales:

Artículo 2

2. En ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública como justificación de la tortura.

3. No podrá invocarse una orden de un funcionario superior o de una autoridad pública como justificación de la tortura.

Artículo 3

1. Ningún Estado Parte procederá a la expulsión, devolución o extradición de una persona a otro Estado cuando haya razones fundadas para creer que estaría en peligro de ser sometida a tortura.

¿Podría haber violado o abrogado USA este tratado internacional de manera más cínica que con la ley de Comisiones Militares promulgada por George W. Bush?

Y finalmente, lo siguiente: En lugar de ser una nación que tiene, a sus niveles más elevados, un aparato para la administración de la tortura, ¿no sería mejor encarar en primer lugar los motivos por los que la gente recurre al terrorismo?

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Bruce Jackson es profesor distinguido SUNY en la Universidad en Buffalo. Edita el periódico electrónico BuffaloReport.com. Su libro “The Story is True: The Art and Meaning of Telling Stories” será publicado en marzo por Temple University Press.

Este ensayo fue adaptado de una conferencia dada el 25 de octubre en el Foro sobre la Tortura en la Universidad en Buffalo. Para información sobre el resto de la serie, abra: http://www.acsu.buffalo.edu/~cgkoebel/tor.htm

http://www.counterpunch.org/jackson10302006.html


 

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