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Máquina de guerra gana momento y se apunta contra Irán

Ray McGovern

truthout / Perspective

Lunes, 6 febrero 2006

Lo que el presidente Bush, el noticiero FOX y el Washington Times estaban diciendo sobre Iraq hace 3 años, ahora lo dicen de Irán. En febrero, después de que la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) votó por denunciar las actividades nucleares sospechosas iraníes al Consejo de Seguridad de la ONU, el presidente no perdió tiempo en advertir: “el mundo no permitirá que el gobierno iraní adquiera armas nucleares”.

La siguiente encrucijada para la AIEA llega el 6 de marzo, cuando su director, Mohamed El Baradei, presenta un informe al Consejo de Seguridad sobre los pasos que Irán necesita tomar para aquietar las crecientes sospechas. La administración de Bush, sin embargo, ya ha montado una campaña para acusar y condenar a los líderes iraníes. Hay que preguntarnos: ¿Porqué?

Irán firmó el Tratado de No-Proliferación e insiste (correctamente) que el tratado garantiza a los signatarios el derecho de desarrollar programas nucleares para usos pacíficos. Hace unos meses, la secretaria de Estado, Condoleeza Rice, afirmó en una declaración poco sincera: “No hay ninguna justificación pacífica porque el gobierno iraní deba reanudar el enriquecimiento del uranio”.

Con un poco de estudio, la Dra Rice hubiera sabido que en 1975 Dick Cheney, entonces el secretario a la Presidencia de Gerald Ford, y el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, aceptaron que Irán necesitaría un programa nuclear para satisfacer sus necesidades de energía en el futuro. Esto es lo que los funcionarios iraníes están diciendo hoy, y tienen el respaldo de expertos en energía que señalan que la perforación de petróleo en Irán ya ha llegado al máximo y que el país necesitará alternativas para el futuro.

Irónicamente, en 1976 Cheney y Rumsfeld se unieron a los que querían persuadirle a un Ford reneunte de proponer a Irán un trato de plantas de reprocesamiento nuclear que hubiera generado 6.4 billones de dólares a compañías estadounidenses como Westinghouse y General Electric. El proyecto nunca se llevó a cabo porque tres años después se derrocó al Cha.

Es muy razonable pensar que los líderes iraníes quieren armas nucleares también y que usarán su programa nuclear para conseguirlas. Desde su perspectiva sería tonto no hacerlo. Irán es uno de los tres países que el presidente Bush apodó como “eje de maldad” y ha visto lo que pasó a Irak, sin armas nucleares, y lo que no pasó a Corea del Norte, que sí las tiene. En tanto, su rival, Israel, que no ha firmado el Tratado de No-Proliferación y sin embargo escapa toda crítica, tiene un formidable sistema de armas nucleares.

Las amenazas israelíes de destruir plantas nucleares iraníes más bien fortalecen la decisión de Teherán de enterrarlas y endurecerlas contra la posibilidad de un ataque aéreo israelí como el que en 1981 destruyó la planta nuclear iraquí de Osirak. Aunque Estados Unidos (y los demás miembros del Consejo de Seguridad de la ONU) condenaron ese ataque, Dick Cheney y otros altos funcionarios no ocultan el hecho de que para ellos, fue justamente lo que faltaba hacer en ese entonces... y que la misma solución podría aplicarse a Irán.

¿Qué país siente la amenaza de armas nucleares iraníes?

El mismo país que se sentía amenazado por las supuestas armas nucleares iraquíes. Contando con un mínimo de 200 armas nucleares y varios medios de lanzarlas, el gobierno de Israel tiene una fuerza disuasoria formidable. Parece que prefiere jugárselas contra la posibilidad de capacidad nuclear en Irán que lidiar con esa posibilidad hecha realidad. Los líderes israelíes parecen tener alergia a que otros países de la región rompan su monopolio nuclear, y el gobierno reacciona neurálgicamente a cualquier propuesta de un Medio Oriente libre de armas nucleares. Haciendo lo imposible para aplacar ese recelo, la delegación estadounidense a la IAEA postergó los procedimientos por un día en un intento fallido de tachar todo lenguaje que sugiera tal cosa. El informe final pide una “Medio Oriente libre de armas de destrucción masiva”, la primera vez que se vinculan, implícitamente o no, los programas nucleares de los dos países.

El argumento de que armas nucleares iraníes amenazan directamente a Estados Unidos es igual de ridículo como fue tal argumento en los meses antes de la guerra de Irak, cuando se les animó a los analistas de inteligencia a dar rienda suelta a la imaginación y evocar, por ejemplo, el fantasma de que aviones iraquíes teledirigidos lanzaran armas de destrucción masiva desde buques cerca de la costa estadounidense. Esto no es broma; lo incluyeron en el notorio National Intelligence Estimate, o NIE [Cálculo Nacional de Inteligencia], del 1º de octubre de 2002.

A pesar de que las Fuerzas Aéreas ridiculizaron esa patraña en una nota de pie, el presidente aprovechó de ella en un discurso importante en Cincinnati el 7 de octubre del 2002, tres días antes de que el Congreso votara a apoyar la guerra. Ese discurso fue cuando Bush declaró: “Ante esa evidencia de peligro, nos urge no esperar la prueba contundente – la pistola humeante – que podría llegar en la forma de un hongo nuclear”.

Mientras el Congreso votaba a favor de la guerra el 10 de octubre, una fuente muy cercana al pensamiento de los altos niveles de la Casa Blanca hizo observaciones más francas. Philip Zelikow, entonces miembro de la prestigiosa Junta Asesora sobre la Inteligencia Extranjera y confidente de la entonces asesora sobre seguridad nacional, Condoleeza Rice, y más tarde director ejecutivo de la comisión sobre el 11 de septiembre, dijo en un discurso en la Universidad de Virginia:

¿Por qué Irak atacaría a Estados Unidos o usaría armas nucleares contra nosotros? En mi opinión, el verdadera blanco aquí es Israel, y lo ha sido desde 1990. Eso es la amenaza que nadie quiere mencionar... el gobierno estadounidense no quiere que su retórica dependa en ella, porque no será fácil convencerle al público.

Últimamente, el presidente Bush no ha tenido reparo en señalar a Israel como el blanco más probable de las armas nucleares de Irán. Es más, ha ligado Estados Unidos con Israel consistentemente en su retórica, refiriéndose a Israel como “aliado” de Estados Unidos tres veces en dos semanas, como si quisiera acostumbrar el público estadounidense a la idea de unirnos a Israel en cualquier confrontación con Irán. Por ejemplo, el 1 de febrero, el presidente les dijo a los reporteros: “Israel es un aliado sólido de Estados Unidos; llegaremos a la defensa de Israel si sea necesario”. Cuando se le preguntó si estaba hablando de una defensa militar, Bush se comprometió de una manera sorprendentemente incondicional: “Por supuesto defenderemos a Israel”.

Al repetir eso, Bush está valiéndose a su manera del lema del ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, de que si algo se repite lo suficiente, la mayoría de la gente lo creerá. Bush notó en mayo, en un momento de franqueza durante una discusión de asuntos internos:

Es la tercera vez que lo he dicho. Probablemente lo diré tres veces más. Porque en mi trabajo, hay que seguir repitiendo las cosas una y otra vez hasta que la verdad hace mella, es como catapultar la propaganda.

¿Por qué no hay un tratado?

El problema es que en el sentido estricto, no es el antojo del presidente ni de los altos funcionarios lo que decide cuáles países serán aliados, a pesar del alarde que hizo un alto funcionario de que sus colegas son “los protagonistas de la historia... creando nuevas realidades”. Los escritores de los discursos de Bush actuan como si esas “nuevas realidades” incluyeran tratados de defensa. A menos que se haya cambiado la Constitución, en nuestro sistema las alianzas se hacen por tratado; y los tratados requieren la aprobación de dos tercios del Senado.

No tenemos ningún tratado de alianza con Israel.

¿Y por qué no? Antes tenía la impresión de que eso se debía a la renuencia de Estados Unidos –a pesar de la simpatía generalizada por Israel—a enredarse en la complicada situación del Medio Oriente. Al conversar con mis colegas de Veteran Intelligence Professionals for Sanity (VIPS) que tienen más experiencia en el Medio Oriente, me enteré de que son los propios israelíes que se oponen enérgicamente a un tratado de defensa entre Estados Unidos e Israel, por razones muy lógicas desde su punto de vista y muy esclarecedoras para el nuestro.

A raíz de la guerra Yom Kippur de 1973, se comenzó a hablar de un tratado bilateral como manera de disminuir las posibilidades de un conflicto armado entre Israel y sus vecinos árabes. Sin embargo, antes de que Estados Unidos se comprometa a defender a Israel, habría que determinar los límites del país y el gobierno israelí no quiso hacerlo. Es más, temía que un tratado de defensa frenaría su libertad de acción, el mismo temor que tenía respecto a firmar el Tratado de No Proliferación. Entendían que en una crisis, era casi seguro que Estados Unidos trataría de disuadirlos de recurrir a su política conocida de represalias masivas – muchas veces desproporcionadas—contra los árabes. Llegó a ser muy claro que el gobierno israelí no quiso que Estados Unidos participara en la decisión sobre cuándo usar la fuerza, contra quién o con qué tipo de armamentos (sean de Estados Unidos o no).

Por otra parte, el gobierno israelí tenía la plena confianza de que su influencia en Washington iba a garantizar el apoyo estadounidense, venga lo que venga. Y como demuestra la retórica del presidente Bush, tenían razón: consiguieron un compromiso equivalente a un tratado de defensa de parte de Estados Unidos, sin ningún compromiso restrictivo por parte de Israel.

Esta es una mezcla muy volátil. El Congreso debe acordarse de sus derechos y responsabilidades constitucionales en esta cuestión clave, especialmente ahora que la máquina de guerra ha empezado su marcha.

La preparación de la opinión pública

Una tarea importante será convencerles al público y, a la medida posible, a nuestros aliados de que el problema nuclear de Irán es decisivo. Esto sería difícil, si no fuera por el éxito de nuestros medios de comunicación mansos en suprimir la conclusión de los analistas de inteligencia de que Irán está lejos de poder fabricar una arma nuclear.

El 2 de agosto de 2005, la reportera del Washington Post Dafna Linzer informó, a raíz de discusiones con fuentes oficiales, que la NIE más reciente había concluido que sería hasta “principios o mediados de la próxima década” que Irán produjera suficientes cantidades de uranio enriquecido para fabricar una arma nuclear y el consenso de los analistas de inteligencia fue que la fecha más temprana sería el año 2015. Los otros medios de comunicación pasaron por alto esa información importante y pronto desapareció del debate público.

En el Washington de hoy, no es necesario leer informes de inteligencia que no apoyan su argumento. Las encuestas demuestran que las declaraciones exageradas sobre Irán están teniendo su efecto y que las palabras belicosas de los senadores Joseph Lieberman y John McCain no son necesarias. Varios “disidentes” iraníes de la calaña de Ahmed Chalabi han hablado de túneles secretos en que investigan hacer armas nucleares, y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld sigue recordándole al mundo que Irán es “el principal patrocinador mundial del terrorismo”. Los voceros de Bush siguen denunciando una intervención iraní al lado iraquí de su frontera, y esos temas se repiten fácilmente en el noticiero Fox y el Washington Times. Un editorial hoy en el Chicago Tribune dijo:

Con toda probabilidad, habrá una confrontación o económica o militar con Irán, y tal vez las dos cosas. Los esfuerzos diplomáticos han logrado convencerle a la mayoría de los gobiernos del mundo de que la sitaución es grave, pero es muy poco probable que influyan al gobierno de Irán.

El 4 de febrero, el líder de la mayoría republicana del Senado, Bill Frist, afirmó que el Congreso tiene la voluntad política necesaria para usar la fuerza contra Irán, si así sea el caso, y repitió el lema: “No podemos permitir que Irán llegue a ser una nación nuclear”. Hasta Richard Perle emergió del olvido para añadir un nuevo argumento complicado a lo aprendido a raíz del ataque a Irak. Dijo que, como los informes de inteligencia no siempre son correctos, la cuestión es “tomar acción ahora o perder la posibilidad de tomar acción”. Perle fue un arquitecto de gran influencia en la guerra contra Irak y, como sus colegas “neoconservadores”, se ve a sí mismo como hombre de talla bíblica. Justo antes del ataque contra Irak, profetizó:

Si dejamos que nuestra visión del mundo se haga realidad, si la abrazamos completamente y no tratamos de improvisar una diplomacia ingeniosa, si simplemente libramos una guerra total... nuestros hijos nos cantarán himnos en los años venideros.

Esos himnos resultaron ser cantos fúnebres para los más de 2,250 caídos estadounidenses y decenas de miles de muertos iraquíes.

Ray McGovern trabaja con Tell the Word, la casa editorial de la ecuménica Iglesia del Salvador. Por 27 años fue analista de la CIA y ahora es miembro del grupo directivo de Veteran Intelligence Professionals for Sanity (VIPS).


 

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