31-10-2006
El testimonio de un ciudadano canadiense
secuestrado por la CIA y enviado a Siria donde fue torturado Los
horrores de una “rendición extraordinaria”
Maher Arar CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El ciudadano canadiense Maher Arar, a quien se le prohibió entrar a USA,
hizo su discurso de aceptación del Premio Internacional de Derechos Humanos
Letelier-Moffitt en una banda de vídeo prerregistrada. Lo que sigue es una
trascripción de su discurso, que fue presentado en la ceremonia auspiciada por
el Institute for Policy Studies el 18 de octubre de 2006 en Washington, DC.
Hola, mi nombre es Maher Arar. Siento que no haya podido encontrarme con
ustedes en la ceremonia de hoy.
Todo el personal del Centro por Derechos Constitucionales y yo nos sentimos
tan humildes por haber sido elegidos como beneficiarios del Premio Internacional
de Derechos Humanos Letelier-Moffitt de este año. Este premio tiene para
nosotros un significado tremendo. Significa que aún hay USamericanos que
aprecian nuestra lucha por la justicia.
Significa que hay USamericanos genuinamente preocupados por el futuro de USA.
Ahora sabemos que mi historia no es única. Durante los últimos dos años hemos
recibido noticias de muchos otros que fueron, que han sido, secuestrados,
ilegalmente detenidos, torturados y finalmente liberados sin haber sido acusados
de ningún crimen en ningún país.
Escala en JFK
Mi pesadilla comenzó el 26 de septiembre de 2002. Iba de paso por el
aeropuerto de Nueva York, Aeropuerto JFK, cuando me dijeron que permaneciera en
un área de espera. Me pareció extraño. Poco después, vinieron a verme algunos
agentes del FBI y me preguntaron si estaba dispuesto a ser entrevistado.
Mi primera reacción inmediata fue solicitar un abogado y me sorprendió cuando
me dijeron que no tenía derecho a un abogado porque no era un ciudadano
USamericano.
Entonces pedí un llamado telefónico. Quería llamar a mi familia para contarle
lo que estaba sucediendo. Y simplemente ignoraron mi pedido.
Me dijeron: sólo tenemos un par de preguntas y dejaremos que se vaya. Así que
estuve de acuerdo. No tenía nada que ocultar. Y comenzó el interrogatorio. Poco
después, saben, me preguntaron sobre gente que conocía. Fue más profundo, hasta
que el interrogatorio se hizo más profundo y más y más profundo.
Durante ese tiempo, realizaron juegos psicológicos conmigo. A veces me
insultaban; me decían algo como que era listo. Otras veces me acusaban de ser
estúpido.
Exigía repetidamente un abogado, hacer un llamado telefónico. Siempre
ignoraron mi solicitud.
El interrogatorio de ese día duró unas cuatro horas con los funcionarios del
FBI y otras cuatro horas con inmigración. Al fin del día, en lugar de devolverme
a Canadá, me pusieron grilletes y cadenas y me enviaron a otra terminal en el
aeropuerto, en la que me quedé toda la noche y en ese lugar, en esa pieza en la
que me mantuvieron, las luces permanecieron, estuvieron, siempre encendidas. No
había una cama en esa pieza y no pude dormir esa noche.
Al día siguiente vino otra tanda de interrogatorios. Esa vez fue sobre, me
preguntaron sobre opiniones políticas – respondí abiertamente. No traté de
ocultar mis opiniones políticas. Me preguntaron sobre Iraq. Me preguntaron sobre
Palestina y tantos otros temas. Y también, si recuerdo correctamente, me
preguntaron sobre mis correos electrónicos y algunos otros temas.
Yendo a Siria
Y me dijeron que ese día: vamos a decidir sobre tu suerte. Al terminar ese
día, sorprendentemente, vino uno de los funcionarios de inmigración y me
solicitó que me ofreciera para ir a Siria. Y les dije: ¿Por qué quieren que me
vaya a Siria, no he estado allí durante 17 años? Y dijeron: “Eres de interés
especial.” Por cierto, entonces no sabía lo que significaba esa expresión. Pero
era evidente que los USamericanos, el oficial, no querían que me fuera a
Canadá.
Cuando insistió, dije: déjenme volver a Suiza. Había sido mi punto de partida
antes de llegar a JFK, y se negó. Finalmente me llevaron al Centro Metropolitano
de Detención, una prisión federal, donde me mantuvieron durante unos 12 días.
Durante ese tiempo fui entrevistado durante seis horas por el INS [Servicio de
Inmigración y Naturalización de USA]. Fue una entrevista muy agotadora desde las
9 de la noche hasta cerca de las 3 de la mañana. Cuando les pedí durante la
entrevista que me dejaran, que permitieran que volviera a mi celda a orar, se
negaron, lo rehusaron categóricamente.
Durante mi estadía en el Centro Metropolitano de Detención también pude ver
claramente que me trataban de modo diferente a los demás prisioneros. Por
ejemplo, no me dieron pasta de dientes, no me permitieron que saliera a recreo
durante casi una semana. Ignoraron todo el tiempo mi pedido de realizar un
llamado telefónico. Finalmente me permitieron que lo hiciera. Hasta entonces, es
decir una semana después de ser arrestado, nadie en mi familia supo dónde me
hallaba. Mi mujer pensó que había desaparecido. Que me asesinaron. Nadie sabía
exactamente qué había sucedido, hasta que informé a mi suegra que me habían
arrestado.
Finalmente, el 8 de octubre, contra mi voluntad, me sacaron de mi celda.
Básicamente, me leyeron pasajes de un documento dirigido a mi persona, diciendo
que lo enviaremos a Siria. Y cuando me quejé, les dije: les expliqué que si me
devuelven seré torturado y ellos, recuerdo, la persona del INS se saltó un par
de páginas del documento, para llegar al final del documento y leerme un párrafo
que sigo recordando hasta hoy, una declaración extremadamente escandalosa que me
hizo.
Dijo algo como: El INS no es el organismo o la agencia que firmó la
Convención de Ginebra, la convención contra la tortura. Para mí lo que eso
significa en realidad es que lo enviaremos a la tortura y que no nos
importa.
Así que me colocaron en un jet privado, lo que consideré extremadamente
extraño. Yo era el único pasajero en ese avión. Un avión de lujo, con asientos
de cuero. Mi única preocupación durante ese viaje fue cómo evitar la tortura. En
ese momento, comprendí que me enviaban precisamente a Siria para ser torturado.
Y eso quedó bien claro en mi mente. El avión voló a Washington. De Washington
voló a Maine, luego a Roma, entonces de Roma a Jordania.
Con grilletes y encadenado
Recuerdo que en el avión estuve casi todo el tiempo con grilletes y
encadenado, con la excepción de las últimas dos horas en las que me ofrecieron
una cena de shish-kebab. Hasta hoy, no logro explicar por qué lo hicieron. Si yo
era una persona peligrosa, como pretendieron al principio, ¿por qué me quitaron
mis cadenas y grilletes durante las dos horas del viaje?
También durante ese viaje, cada vez que deseaba ir al lavabo, uno de los
miembros del equipo entraba conmigo. A pesar de que me quejé de que eso violaba
mis creencias religiosas.
El avión aterrizó en Jordania a las tres de la mañana del 8 de octubre. Y
había un par de jordanos esperando. Me llevaron, me vendaron los ojos, me
colocaron en un coche y poco después comenzaron a golpearme en la parte trasera
de mi cabeza. Cada vez que me quejaba por la golpiza comenzaban a golpearme más.
Así que simplemente guardé silencio.
Permanecí en Jordania unas 12 horas en un centro de detención. Hasta ahora no
sé qué es ese sitio.
Siempre me vendaban los ojos cada vez que me llevaban de una celda a otra o
cuando me llevaron a ver al médico. Pero sentí algo extraño en esa prisión.
Sentí eso, como cuando utilizaban un ascensor, algo bastante extraño para una
prisión de Oriente Próximo.
Después de 12 horas de detención, de detención ilegal en Jordania, terminaron
por llevarme a Siria. Y yo simplemente no quería creer que iba a Siria. Siempre
esperaba que alguien, que ocurriría un milagro – que el gobierno canadiense
intervendría. Que ocurriría un milagro que me hiciera volver a mi país,
Canadá.
Llegué a Siria ese mismo día, al final del día, y pude confirmar que estaba
realmente en Siria después de que me quitaron la venda y pude ver las fotos del
presidente sirio. Mi sentimiento entonces fue que sólo quería suicidarme porque
sabía lo que ocurriría. Sabía que los USamericanos, el gobierno de USA, me
enviaban allí para que me torturaran.
Poco después entraron los interrogadores. Comenzaron a hacer preguntas,
preguntas de rutina al principio, pero cada vez que dudaba al responder a sus
preguntas o cada vez que pensaban que mentía, uno de ellos me amenazaba con una
silla, una silla de metal sin asientos, solo el marco. Y entonces yo no
comprendía o no sabía cómo torturaban a gente con eso. Más tarde me lo dijeron
otros reclusos en la prisión.
Pero el mensaje era claro: si no hablas suficientemente rápido te
torturaremos. Ese día, el interrogatorio duró unas cuatro horas. No hubo golpes
físicos; hubo sólo amenazas verbales. Cerca de medianoche, me llevaron al
sótano. En el sótano, el guardia me abrió una puerta, una puerta metálica. No
podía creer lo que veía. Lo miré y dije: ¿qué es eso? No respondió. Sólo me
dijo: Entre.
La tumba
La celda tenía cerca de un metro de ancho, dos metros de largo y poco más de
dos metros de alto. Era oscura. No había una fuente de luz. Estaba inmunda.
Había sólo dos coberturas delgadas sobre el piso. Yo era ingenuo; pensé que me
mantendrían en ese sitio durante un día, tal vez dos o tres, para presionarme.
Pero ese mismo sitio, esa misma celda que más adelante llamé la tumba, fue mi
hogar durante 10 meses y 10 días. La única luz que entraba a la celda era del
techo, de la apertura en el techo. Había un pequeño foco y eso es todo.
La vida en la celda era imposible. Al comienzo – aunque era un sitio inmundo,
era como una tumba – preferí quedarme en esa celda a que me golpearan. Cada vez
que oía que los guardias venían a abrir mi puerta, sólo pensaba, saben, que
venían a por mí, que sería mi último día.
Las palizas comenzaron el día siguiente. Sin advertencia… (pausa prolongada
mientras lucha contra las lágrimas) sin advertencia, los interrogadores entraron
con un cable. Me dijeron que abriera la mano derecha. Así lo hice. Y me
golpearon fuerte en la palma. Fue tan doloroso que olvidé todo momento feliz en
mi vida.
Tortura
Ese momento sigue vívido en mi memoria porque fue la primera vez en que me
golpearon en mi vida. Entonces me dijo que abriera mi mano izquierda. Me golpeó
de nuevo. Y no dio en el blanco, sino en mi muñeca. El dolor de ese golpe duró
aproximadamente seis meses. Y entonces me hizo preguntas. Y tenía que responder
muy rápido. Y entonces repetía los golpes, sólo entonces encima mío, sobre mi
cuerpo. Algunas veces me llevaba a una pieza donde, cuando estaba solo, podía
escuchar como torturaban a otros prisioneros, torturaban severamente. Recuerdo
que solía oír sus gritos. Simplemente no podía creerlo, que seres humanos sean
capaces de hacer algo semejante a otros seres humanos.
Y entonces me llevaban de vuelta a la sala de interrogatorio. De nuevo, otra
serie de preguntas, y los golpes comienzan una y otra vez. Al tercer día la
paliza fue la peor. Me pegaron mucho con el cable. Y querían que confesara que
había estado en Afganistán. Fue una gran sorpresa para mí porque ni siquiera los
USamericanos que me entrevistaron, los funcionarios del FBI que me
entrevistaron, me hicieron esa pregunta. Terminé confesando falsamente para
detener la tortura. La tortura disminuyó en intensidad.
Desde ese momento utilizaron pocas veces el cable. Sobre todo me abofetearon
en la cara, me patearon, me humillaban continuamente.
Los primeros 10 días de mi estadía en Siria fueron extremadamente duros y
durante ese período consideré mi celda como un refugio. No quería ver sus caras.
Pero más tarde, vivir en esa celda fue horrible. Y sólo para daros una idea de
lo doloroso que es permanecer en ese sitio – estuve dispuesto después de un par
de meses, dispuesto a firmar cualquier documento, no para ser liberado, sino que
sólo para ir a otro sitio que fuera adecuado para un ser humano.
Durante ese tiempo no sabía que mi mujer lanzó una campaña con otras
organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y otras. Mi mujer
cabildeó los medios, cabildeó a políticos y finalmente me liberaron. Los sirios
me liberaron y declararon claramente a través de su embajador en Washington que
no encontraron ningún vínculo con el terrorismo. No fui acusado en ningún país,
incluyendo Canadá, USA, Jordania y Siria.
Desde mi liberación he estado sufriendo de ansiedad, temor constante, y
depresión. Mi vida nunca volverá a ser la misma. Pero me prometí una cosa: que
continuaré mi busca de justicia mientras me quede aliento. Lo que me mantiene es
mi fe, USamericanos como ustedes y la esperanza de que algún día nuestro planeta
Tierra sea liberado de la tiranía, la tortura y la injusticia.
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Maher Arar, ciudadano canadiense fue víctima de la política de USA conocida
como “rendición extraordinaria.” Fue detenido por funcionarios de USA en 2002,
acusado de vínculos terroristas, y entregado a autoridades sirias, que lo
torturaron. Arar trabaja con el Centro por Derechos Constitucionales para apelar
un caso contra el gobierno de USA que fue desechado por motivos de seguridad
nacional.
http://www.counterpunch.org/arar10272006.html
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