02-12-2008
"La matamos… eso me perseguirá hasta el fin de mis días
Las lecciones de guerra y la verdad de Lawrence Wilkerson
Nick Turse
TomDispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de TomDispatch, Tom Engelhardt
Nick Turse: un narrador de verdades de nuestros tiempos
En octubre de 2006, cuando las bajas estadounidenses en Irak no habían
llegado todavía a 2.000 muertos o 15.000 heridos, y nuestras bajas en Afganistán
todavía eran ciertamente moderadas, ya habían comenzado a emerger en línea
“muros” informales para honorar a los caídos. En esos días sugerí que “la
deshonra particular que este gobierno ha causado a nuestro país exige también
otros ‘muros’.” Imaginé, entonces, muros de vergüenza para los personajes del
gobierno de Bush y sus compinches – e incluso produje uno (en palabras) en
noviembre de ese año. A esta altura, claro está, cualquier muro semejante
estaría repleto hasta reventar de nombres testigos de la infamia.
En octubre, los de TomDispatch también lanzamos un proyecto bastante
diferente, otro tipo de “muro,” esta vez en tributo a la inmensa cantidad de
“víctimas gubernamentales de las locuras del gobierno de Bush, personas que
fueron suficientemente honorables e inmutables en sus deberes de gobierno,” y
que tan a menudo vieron que se les calumniaba y que les quedaba poca alternativa
que renunciar en protesta, irse, o simplemente ser arrojados al precipicio por
cómplices del gobierno.
Nick Turse encabezó lo que llegamos a llamar nuestro proyecto de la “legión
de los caídos” con una lista de 42 nombres semejantes, que iban desde el
conocido Jefe de Estado Mayor del Ejército, general Eric Shinseki (quien se
retiró después de sugerir al Congreso que se necesitarían “varios cientos de
miles de soldados” para ocupar Irak) y Richard Clarke (quien se fue, horrorizado
por la manera como el gobierno encaraba el terror y el terrorismo) a los
moderadamente conocidos Ann Wright, John Brown, y John Brady Kiesling (tres
diplomáticos que renunciaron para protestar contra la inminente invasión de
Irak) al poco conocido Archivista de EE.UU., John W. Carlin (quien renunció bajó
presión, posiblemente para que varios papeles de Bush pudieran ser mantenidos en
secreto). Para cuando Turse escribió su según artículo sobre la legión de los
caídos en noviembre de ese año, y luego el tercero y último en febrero de 2006,
esa lista de nombres había llegado a más de 200, sin que hubiera un fin a la
vista.
Hoy, para su vergüenza eterna, el gobierno de Bush no sólo deja en ruina sus
propios proyectos, sino a la nación en sí. Ningún muro podría bastar para sus
especiales “logros.” Turse, quien recientemente escribió para la revista The
Nation "A My Lai a Month" [bajo Un My
Lai por mes], una denuncia impactante de la campaña de
contrainsurgencia de EE.UU. en Vietnam que masacró a miles de civiles, vuelve en
los últimos instantes de este gobierno deshonrado con un adecuado artículo de
toque final para los que cayeron honorablemente en Washington. Hay que tomarlo
como el último de la “legión de los caídos,” un artículo memorial – para que no
olvidemos. Tom
"La matamos… eso me perseguirá hasta el fin de mis días.”
Las lecciones de guerra y verdad de Lawrence Wilkerson
Nick Turse
Las naciones en proceso de cambio son naciones necesitadas. Un nuevo
presidente asumirá próximamente el poder, enfrentando decisiones difíciles no
sólo sobre dos guerras muy prolongadas y una crisis económica en profundización
permanente, sino respecto a un gobierno que hace tiempo que va moralmente a la
deriva. La tortura como política de Estado, secuestros, prisiones fantasma,
vigilancia en el interior, militarismo progresivo, guerras ilegales, y mentiras
oficiales, han estado siempre a la orden del día. Momentos como éste piden
narradores de verdades. Piden Comisiones de Verdad y Reconciliación. Piden
testigos dispuestos a presentarse en público. Piden almas valerosas dispuestas a
sacar a la luz del día realidades ocultas y prohibidas.
Lawrence B. Wilkerson pertenece a esa especie de hombre. Llegó a la
prominencia nacional en octubre de 2005 cuando – después de haber dejado
anteriormente en ese año su puesto como jefe de gabinete del Secretario de
Estado Colin Powell – puso al desnudo algunos de los secretos de la Casa Blanca
de Bush tal como los había vivido. Había estado en los aposentos del poder
cuando se perfilaron la invasión y ocupación de Irak. En el segundo período de
Bush, desde afuera, pensó que ya le bastaba. El pueblo estadounidense, pensó,
tenía derecho a saber exactamente cómo trabajaba realmente su gobierno, y por lo
tanto le ofreció su visión del gobierno de Bush en acción: “Algunas de las
decisiones más importantes sobre la seguridad nacional de EE.UU. – incluyendo
decisiones vitales sobre Irak en la postguerra – fueron tomadas por una cábala
secreta, poco conocida. Estaba compuesta por un grupo pequeñísimo de personas
dirigidas por el vicepresidente Dick Cheney y el Secretario de Defensa Donald
Rumsfeld."
En los años desde entonces, Wilkerson, coronel del Ejército en retiro, no se
ha mostrado reticente, especialmente cuando se trataba de “la militarización de
la política exterior de EE.UU.” y la práctica de las entregas extraordinarias
(los secuestros de presuntos terroristas y su entrega a manos de regímenes
listos y dispuestos a torturarlos).
Tampoco, antes en este año, rehuyó testificar ante el Subcomité Judicial de
la Cámara sobre la Constitución, Derechos Civiles, y Libertades Civiles, sobre
cómo, en 2004, mientras todavía estaba en el Departamento de Estado, había
compilado un “expediente de información clasificada, confidencial y de código
abierto” sobre las prácticas de interrogatorio y de encarcelamiento de EE.UU. en
la prisión Abu Ghraib en Irak, que presentó, dijo, “abrumadora evidencia de que
mi propio gobierno había avalado los abusos y la tortura.”
“Hemos dañado nuestra reputación en el mundo y por lo tanto reducido nuestro
poder,” dijo ante el panel al terminar. “Una vez fuimos vistos como modelo de
derecho; ahora representamos en muchos rincones del globo una burla del
derecho.”
Wilkerson ha pasado la mayor parte de su vida adulta al servicio del gobierno
de EE.UU. como soldado durante 31 años, incluyendo el servicio militar en
Vietnam; como asistente especial del Jefe del Estado Mayor Conjunto; como
Director Adjunto del Colegio de Guerra del Cuerpo de Marines de EE.UU.; y
finalmente, de 2002 a 2005, como jefe de gabinete para Powell en el Departamento
de Estado. Su servicio más vital para su país, sin embargo, ha tenido lugar,
casi indiscutiblemente, en los años desde entonces.
Wilkerson has se ha convertido en un franco narrador de verdades, y de todas
las verdades que ha contado, hay una que es especialmente personal y dolorosa;
una que, después de tantos años, podría haber guardado para sí, pero decidió no
hacerlo. Es una historia, de verdad, consecuencias, y una pequeña muerta, que
sucedió hace décadas. Ese hecho no la hace menos oportuna, ya que ofrece
lecciones esenciales, especialmente a soldados de EE.UU. involucrados en guerras
aparentemente interminables que han llevado a la muerte de innumerables civiles,
incluyendo niñas pequeñas.
“Me culpo por lo sucedido hasta hoy.”
Testificando ante ese subcomité del Congreso, en junio, Wilkerson
declaró:
“En Vietnam, como teniente y capitán de Infantería, tuvo que refrenar en
diversas ocasiones a mis soldados, incluso a uno o dos de mis oficiales. Cuando
las autoridades superiores tomaban decisiones como ser declarar zonas de libre
fuego – con lo que se quiere decir que se podía matar a todo lo que se moviera
en esa zona – y uno encontraba a un niña de 12 años en un sendero en la selva,
era obvio que no iba a obedecer esas órdenes. Pero algunas situaciones no eran
tan evidentes y siempre había que estar en guardia contra la posibilidad de que
los soldados fueran demasiado lejos.
Como su jefe, me correspondía establecer el ejemplo – y eso significaba que a
veces tenía que amonestar o castigar a un soldado que infringía las reglas. En
todos los casos, quería decir que personalmente yo seguía las reglas no sólo al
‘infringir’ las así llamadas reglas de enfrentamiento, como en las zonas
designadas de libre fuego, sino también al seguir las reglas que me habían
grabado mis padres, mis escuelas, mi iglesia, y el Ejército de EE.UU. en clases
sobre las Convenciones de Ginebra y lo que llamábamos la ley de la guerra
terrestre. Me habían enseñado, y lo creía firmemente cuando presté juramente
como oficial y juré apoyar y defender la Constitución, que los soldados
estadounidenses eran diferentes y que gran parte de su fuerza y espíritu en el
combate provenían de esa diferencia y que gran parte de esa diferencia estaba
resumida en nuestra humanidad y nuestro respecto por los derechos de todos.”
Casi dos años antes, junto con la periodista Deborah Nelson, nos reunimos con
Wilkerson en un café Starbucks en las afueras de Washington, D.C. Nos
acurrucamos en la parte trasera del café, mientras, en medio del estrépito de
las conversaciones de los camareros y el zumbido de las máquinas de hacer café,
Wilkerson nos hablaba de su servicio en Vietnam: Cómo voló bajo y lento – a
menudo sobre las copas de los árboles – como piloto scout para la infantería, en
un OH-6A "Loach" Helicóptero Ligero de Observación, operando en la región del
III Cuerpo, bien al norte de Saigón. Durante sus 13 meses en Vietnam, Wilkerson
registró más de 1.000 horas en combate, sin haber sido herido o haber sido
derribado una sola vez. Sus soldados – supervisó a 300 hombres al fin de su
período – solían llamarlo el “tipo Teflon” por buenos motivos.
Pero dos eventos durante su estadía en Vietnam no lo abandonaron, según sus
propias palabras. Quedaron, en los hechos, indeleblemente grabados en su
memoria.
Uno sucedió cuando, como joven teniente, se metió en una batalla verbal con
un comandante de batallón de infantería – un teniente coronel – en tierra, en la
Provincia Tay Ninh. Estaba en el aire dirigiendo su pelotón cuando el comandante
en tierra le habló por la radio, declarando que el área sobre la cual volaba su
helicóptero era una zona de libre fuego.
Omnipresentes durante la guerra, las zonas de libre fuego daban a los
soldados estadounidenses autorización para desencadenar un poder de fuego sin
restricciones, no importa quién estuviera viviendo todavía en el área, una
contravención de las leyes de la guerra. La política permitía, por ejemplo, que
descargas de artillería, fueran dirigidas contra áreas rurales pobladas, que los
helicópteros artillados Cobra abrieran fuego contra campesinos vietnamitas sólo
porque corrían atemorizados por el suelo, o que soldados rasos novatos en el
terreno tiraran a mansalva contra niños que estaban pescando y campesinos que
trabajaban en los campos. “Para los pilotos de Cobra y algunos de mis colegas en
el pelotón Loach era como una licencia para disparar contra todo lo que se
movía: jabalíes, tigres, elefantes, gente. No importaba,” nos dijo
Wilkerson.
En esa ocasión, el comandante del batallón ordenó a Wilkerson y a su unidad
que iniciaran “reconocimiento mediante el fuego” – básicamente que dispararan
desde sus helicópteros a áreas cubiertas por maleza, líneas de árboles,
‘hootches’ (como llamaban las casas de campesinos vietnamitas), u otras
estructuras, en un intento por atraer fuego enemigo e iniciar contacto. Sabiendo
que, demasiadas veces, eso llevaba a que civiles inocentes fueran heridos o
muertos, Wilkerson dijo al comandante en tierra que sus soldados sólo
dispararían contra combatientes armados. “Al diablo con su zona de libre fuego,”
le dijo.
Un piloto de Coba “de gatillo fácil” bajo su comando se inmiscuyó entonces en
el enfrentamiento verbal por radio, poniéndose de parte del comandante de
batallón. Ante esa actitud, como Wilkerson lo describió ese día, maniobró su
propio helicóptero entre el Cobra artillado y la zona de libre fuego debajo. “Si
disparas, me darás a mí,” dijo por su radio. “Y si me tocas, amigote, voy a
armar mis cañones y te voy a disparar.”
La batalla verbal continuó hasta que, como lo contó Wilkerson, vio movimiento
abajo. “No había nada ahí, fuera de una casa con un hombre, probablemente de
unos setenta [años], una anciana, probablemente de la misma edad, y dos niños
chicos.” Cuando informó al comandante del batallón y al piloto del Coba,
Wilkerson recuerda, “todos se calmaron ‘porque se dieron cuenta de que, si
hubieran disparado cohetes a esa casa, probablemente habrían matado a toda esa
gente.”
Una situación similar se desarrolló con consecuencias mucho más lúgubres en
un “área semi-selvática, de arrozales” en la provincia Binh Duong. Una vez más,
un comandante en tierra declaró el área zona de libre fuego, y esa vez Wilkerson
no dijo de inmediato a su equipo que no tuvieran en cuenta la orden. “Me culpo
hasta hoy por ello,” nos dijo.
Unos 15 minutos después, cuando su helicóptero salió de la jungla a una
carretera, apareció una carreta de bueyes que ya habían visto antes. “Antes de
que dijera algo, el jefe de mi equipo soltó una ráfaga de munición de
ametralladora. Y tenía muy buena puntería. Dio directamente en el carruaje.”
Para cuando Wilkerson le ordenó que cesara el fuego, ya era demasiado tarde. “En
resumen, había una niñita en la carreta y la matamos. Y eso me perseguirá hasta
el fin de mis días.”
Incluso sin aprobación directa de Wilkerson, el jefe de equipo del
helicóptero sólo estaba realizando una política estadounidense tal como fue
establecida a nivel de comando – un punto que Wilkerson subrayó en junio al
discutir su experiencia de la Guerra de Vietnam con el subcomité del Congreso.
Al hacerlo, también presentó una de las verdades esenciales de la Guerra de
Vietnam: que seguir las “reglas de enfrentamiento” de los militares de EE.UU.
podía significar que se violaban las leyes de la guerra y los principios básicos
de humanidad.
“Donde están enterrados los trapos sucios…”
En una reciente entrevista de seguimiento por correo electrónico Wilkerson
reflexionó sobre la cualidad de indignación moral y el valor de la disposición
de enfrentar a la autoridad – en Vietnam y, décadas después, en Washington.
“Siempre fui una especie de inconformista en ese sentido, oponiéndome a la
autoridad cuando pensaba que la autoridad se equivocaba, particularmente si era
un error ético,” escribió. “Creo que uno de los motivos por los que Powell me
tuvo como 11 años trabajando directamente para él, fue porque a diferencia de la
mayoría de la gente a su alrededor yo le decía lo que pensaba en un nano-segundo
– incluso si contradecía lo que yo creía que él pensaba.”
Aunque Vietnam puede haber contribuido a la avidez de Wilkerson por hablar
abiertamente, el ímpetu primordial para sus comentarios y escritos públicos
desde 2005 vino del propio gobierno de Bush. “Sentí que la incompetencia, el
engaño, y ciertas acciones del gobierno dañaban realmente a la nación,
disminuyendo nuestro poder real en el mundo en tiempos en los que necesitaban
todo lo que podíamos conseguir.”
Wilkerson reconoce que los que se pronunciaron contra el gobierno de Bush lo
hicieron por su propia cuenta y riesgo. “La gente tiene familias que considerar,
posiciones, salarios, medios de vida. No son cosas fáciles – particularmente
cuando en nuestra república hemos mezclado la baraja cada vez más a favor de los
que detentan el poder.” Como una especie de denunciante (aunque estuviera fuera
del poder y del gobierno), Wilkerson ciertamente se expuso a potenciales
represalias. A diferencia de la ex funcionaria de la CIA, Valeria Plame, sin
embargo, no ve evidencia alguna de que haya sucedido.
Wilkerson, en un tono como si se burlara de sí mismo, sugiere que tuvieron
piedad de su persona porque “soy una persona de poca monta en un contexto mayor
y por ello poca gente escucha o hace caso de mis divagaciones.” Pero también
señala otra posible razón: “Los que están en el poder probablemente creen que
todavía soy próximo a Powell – y le temen mucho porque sabe dónde están
enterrados muchos de los trapos sucios.”
Divulgando la verdad
Desde que Wilkerson se hizo presente en 2005, han aparecido denunciantes de
todo tipo – de veteranos que testificaron en el Congreso en mayo sobre violencia
perpetrada contra civiles iraquíes, a personas de confianza de altos niveles, en
los últimos días de un período impotente, para hablar en público de batallas
internas sobre el espionaje en el interior.
Wilkerson no considera su reciente revelación de su papel en la muerte de una
niña vietnamita como análoga a sus actos posteriores como revelador de la verdad
en el gobierno de Bush, pero reconoce el valor de sacar a la luz su
asesinato.
“No fue una revelación de la verdad en el sentido de que no haya sido
conocida previamente. El comandante del batallón en tierra lo sabía, los
soldados lo sabían, mi tripulación lo sabía – por cierto, que yo sepa fue
incluida en los informes intel [de inteligencia]. Pero en un sentido más amplio,
sí, se suma a la riqueza de literatura e información que ahora es de [dominio]
público… En breve, existe amplia evidencia disponible para el público sobre el
infierno que es la guerra, de la carnicería, destrucción, almas arruinadas, y
devastación.”
La revelación de experiencias semejantes, espera Wilkerson, será
especialmente útil para los soldados de nuestros días. “Creo que los soldados
alistados jóvenes debieran leer lo más posible sobre lo que otros han hecho en
guerras anteriores, en particular por ‘mantener limpio nuestro honor,’ como dice
el himno de los marines.”
Al hablar de su experiencia en Vietnam, Wilkerson ha ciertamente añadido al
largo historial de sufrimiento civil como resultado de las guerras de EE.UU. en
el extranjero – ofreciendo una sombría lección para los soldados de EE.UU. que
sean desplegados en ultramar. Y para los soldados que ya han servido en las
guerras de EE.UU. en Irak y Afganistán, es un ejemplo de la manera como pueden
seguir sirviendo a EE.UU. al hablar explícitamente sobre todos los aspectos de
su servicio, incluso las partes tenebrosas de las que los estadounidenses a
menudo no quieren oír.
La única pregunta es: ¿Tendrán el valor necesario para seguir su camino?
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Nick Turse es editor asociado y director de investigación de Tomdispatch.com.
Ha escrito para Los Angeles Times, San Francisco Chronicle, Adbusters, the
Nation, y regularmente para Tomdispatch.com. Su primer libro: “The Complex: How
the Military Invades Our Everyday Lives,” una exploración del nuevo complejo
militar-corporativo en EE.UU., fue recientemente publicado por Metropolitan
Books. Su sitio en la red es: Nick Turse.com
Copyright 2008 Nick Turse
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