Por Julie Watson (x)
Segunda Parte
Unos 700 mexicanos son deportados diariamente desde los Estados Unidos (de
América), muchos de ellos por el paso de frontera entre San Diego y Tijuana.
La mayoría regresa con las manos vacías y la vestimenta que lleva puesta.
Reporteros de AP que pasaron una semana narran el drama de estos deportados.
Jueves por la mañana
Néstor Ortiz lucha con las muletas mientras trata de incorporarse a la fila
frente a la puerta a las 11:30 de la mañana, para ser devuelto a México por
tercera vez en 10 días.
Ortiz trabajó como carpintero en Estados Unidos 10 años, hasta que un policía
lo detuvo y comprobó que no tenía licencia de conducir. No la había sacado
porque era indocumentado. La vida que había creado súbitamente se desmoronó.
Desesperado por reunirse con su familia, le pagó tres mil dólares
(estadounidenses) a un coyote (cruzador de frontera para ilegales) para que lo
hiciese cruzar a pie el desierto de Arizona la primera vez que ingresó
ilegalmente a Estados Unidos. La vez siguiente, hizo el cruce en un auto
conducido por un residente de Estados Unidos. En otra ocasión escaló un muro de
metal corrugado de casi 20 pies que separa Tijuana de San Ysidro y saltó desde
esa altura, partiéndose en varios sectores una pierna.
Hace gestos de dolor al moverse. Los funcionarios mexicanos lo ayudan.
Todavía luce la cinta que le pusieron en el brazo en el Scripps Mercy
Hospital de San Diego, donde se despertó esta mañana, tres días después de que
los médicos le colocaron una placa de metal que va desde la cadera hasta el
tobillo.
"¿Qué puedo hacer? No tengo a nadie aquí", dice Ortiz, quien tiene 39 años.
Una ambulancia lo lleva al Instituto Nacional de Migración. Un paramédico le
dice que si no controla la hinchazón, puede perder el pie. "No te debieron haber
deportado tan pronto después de la operación", dice el paramédico.
Ortiz, quien está separado de su esposa, llama por teléfono a sus dos hijos
en California desde el refugio del Ejército de Salvación.
"Ya no voy a regresar. No puedo caminar. Tengo los dos pies mal", le explica
a Juan, un hijo de 17 años.
Le pide que considere la posibilidad de irse con él a Tlalnepantla, el sitio
donde nació, en las afueras de la Ciudad de México.
La conversación se pone tensa. Juan vive en Estados Unidos desde que tiene 7
años y no quiere dejar a sus amigos.
"No puedes estar solo allá", le dice el padre. "Terminas high school (la
escuela secundaria) y después puedes venir a vivir aquí. Por lo menos aquí
tienes tus abuelos, tus primos. ¿Allá qué tienes?".
Ortiz respira hondo y trata de disimular su dolor.
Le dice a su otro hijo, Néstor, de 23 años, que suspenda su asociación a un
gimnasio, ponga su Chevrolet Suburban bajo su nombre y se lleve a Juan a vivir
con él.
"Pórtate bien hijo. Sigue trabajando, cuídate y échale ganas", afirma. A
las 9:30 de la noche del jueves, llegan a la puerta seis mujeres y una niña de 7
años. Las agrupaciones que velan por los derechos de los indocumentados le han
pedido a Estados Unidos que no deporte mujeres y niños de noche, en vista de la
violencia que impera del lado mexicano de la frontera.
Dominga Bejar, de 37 años y a quien se le encontró un pasaporte falso, cruza
iluminada por reflectores. No está muy convencida de tomar un taxi sola.
"Es muy peligroso aquí. Me da mucho miedo de salir afuera", comenta.
Blanca Villaseñor, quien dirige un refugio, dice que con frecuencia los
estadounidenses deportan mujeres después de las nueve de la noche.
"Las deportan a cualquier hora, a las 10, a medianoche, y en algunos casos
terminan en la calle o duermen en las oficinas de Migración", señala.
Julius Alatorre, empleado del puesto de control fronterizo de San Diego, dice
que "hacemos lo posible por no deportar mujeres o juveniles cuando oscurece",
pero que a veces las mujeres quieren regresar de inmediato.
Bejar relata que no ve a su hijo de 15 años ni a su hija de 11, ambos nacidos
en Estados Unidos, desde que los dejó con su esposo en Montclair, California, en
enero, para asistir al entierro de su padre en Colima. Ahora quiere regresar a
Montclair, donde vivió 16 años.
"Voy a pasar. No sé cómo, pero voy a regresar", aseguró.
Un voluntario de la Casa de Migrantes le ofrece a ella y varias otras
personas llevarlos al refugio de Tijuana.
Viernes por la mañana
Edgar, un michoacano de 10 años, se detiene en la puerta y mira a su
alrededor con sus ojazos marrones, llenos de pánico. Lleva consigo una revista
de historietas que le dio un empleado consular y trata de contener las lágrimas.
Quiere saber dónde está su madre.
No la ve desde que lo dejó el día previo en la casa de una coyote en Tijuana.
Durante la noche practicó cómo dar un nombre falso y responder a otras preguntas
en inglés.
Se pusieron en la cola del puesto fronterizo a las ocho de la mañana. La
coyote le dijo a los empleados de inmigración estadounidenses que era su madre y
lo llevaba a la escuela de San Ysidro. Mostró una visa verdadera, con la foto de
Édgar.
Edgar dio bien su nombre falso, Manuel Flores. Pero cuando le preguntaron el
nombre de su maestra y el de su abuela, no supo qué decir. Los hicieron a un
costado y los detuvieron.
María Guadalupe Ríos, coordinadora del Servicio de Protección del Menor de
Baja California, dice que los padres no se animan a regresar a México a visitar
a sus hijos y que en cambio los hacen ir a vivir con ellos a Estados Unidos, sin
papeles.
Si un menor es devuelto a México varias veces, el Servicio de Protección del
Menor se hace cargo de él temporalmente y habla con su familia.
"Es una experiencia humillante", dice Ríos. "Hay una parte noble por parte de
las familias, lo que quieren es unirse. Pero los están exponiendo a una
situación de peligro".
Edgar cuenta que sus hermanas menores lograron cruzar y están con su padre en
California. Su madre espera que él cruce para irse ella también. Pero
tiene miedo de volver a intentarlo.
"Quiero irme con mi mamá" a Michoacán, afirma.
Detrás suyo, se cierra la puerta una vez más, poniendo fin a un capítulo en
las vidas de un grupo de deportados, mientras se espera el siguiente.
(x) Editada por la agencia The Asociated Press (A) y reproducido por el
diario "La Opinión", de Los Angeles, California, Estados Unidos de América.
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