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El Mundo no Puede Esperar organiza a las personas que viven en Estados Unidos para repudiar y parar el rumbo fascista iniciado durante el régimen de Bush y evidenciado en las ocupaciones asesinas, injustas e ilegítimas de Irak y Afganistán; la “guerra de terror” global de tortura, rendición extraordinaria y espionaje; y la cultura de discriminación, intolerancia y avaricia. A ese rumbo no le darán marcha atrás los líderes que nos instan a buscar puntos en común con fascistas, fanáticos religiosos e imperio. Solo es posible si la población forja una comunidad de resistencia –un movimiento independiente de grandes cantidades de personas—que, actuando en pro de los intereses de la humanidad, pone fin a dichos crímenes y demanda que se procese a los responsables por ellos.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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(Nuevo)
03-15-11

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Revolución #49, 4 de junio 2006

De My Lai a Haditha:
Se repite el horror de la guerra y la ocupación yanqui

El 19 de noviembre de 2005, un pelotón de marines atacó el pueblo iraquí de Haditha y mató a 24 personas a sangre fría.

El ataque empezó a las 7:15 de la mañana. Eman Waleed, de 9 años de edad, estaba en la casa cuando oyó estallar una bomba. La bomba era de la resistencia y mató a un marine. Poco después oyó disparos: en venganza, los marines mataron a cuatro personas que por casualidad estaban cerca de donde estalló la bomba.

La familia de Eman rezaba para que no les pasara nada cuando los marines tumbaron la puerta, les gritaron en inglés y los encañonaron. Mataron a los abuelos delante de ella. Un hombre y una mujer huyeron de la casa con un bebé y los marines abrieron fuego y mataron al hombre. Se dice que la mujer escapó con el bebé, pero de la familia de Eman solo sobrevivieron ella y un hermano menor, herido, porque los adultos murieron protegiéndolos.

Los marines fueron a la casa de al lado. Tumbaron la puerta y tiraron una granada en la cocina. Luego entraron y mataron a los sobrevivientes: ocho personas, de las cuales cuatro eran niños pequeños.

En la siguiente casa encontraron a Ahmed Ayed. Su hijo, Yousif, vivía al lado y corrió a ayudarlo cuando oyó los disparos. Le dijo a la revista Time que los soldados del ejército iraquí le bloquearon el paso y le dijeron: “No te acerques o los americanos te matarán a ti también”. Los marines arrastraron a cuatro hombres a un closet y los mataron a tiros.

Los marines se fueron cinco horas después y dejaron 24 civiles muertos. Inmediatamente corrieron a tapar lo que pasó: informaron que la bomba mató a 15 civiles, que los demás eran “insurgentes” y los mataron porque les abrieron fuego. Pero ahí mismo se comprobó que eran mentiras. Los cadáveres no tenían heridas de metralla sino de balas disparadas a quemarropa (como de ejecución). En las fotos y en un video tomado al día siguiente se ve que las casas están acribilladas de balas adentro, pero que no hay agujeros de bala en el exterior, lo que desmiente que hubiera un tiroteo con “insurgentes”. Pero los marines siguieron con su cuento, incluso cuando los sobrevivientes y los vecinos le contaron lo que pasó a la Associated Press. Solo en enero, cuando la revista Time le presentó el video y la versión de los sobrevivientes, la Infantería de la Marina admitió que los marines mataron a los civiles y dijo que fueron “daños colaterales”. Un vocero de la Fuerza Multinacional dijo: “La culpa de la muerte de los civiles la tienen los insurgentes, que ‘pusieron en peligro a los no combatientes, y no los marines que se defendieron’”.

Muchos periodistas han trazado comparaciones con lo que pasó en My Lai durante la guerra de Vietnam. El 16 de marzo de 1968, la “Compañía Charlie”, ya conocida por su salvajismo, masacró a más de 500 vietnamitas, casi todos mujeres, niños o ancianos. La víspera, el comandante, Ernest Medina, les dio a los oficiales permiso para matar a cualquiera que encontraran en el pueblo.

Sacaron a todos de sus chozas y los mataron con bayonetas; los tiraron a zanjas y los mataron a tiros. Violaron a varias mujeres antes de matarlas. El teniente William Calley, que dirigió la masacre, agarró a un niño de 2 años que trataba de escapar, lo tiró de nuevo a la zanja y lo mató.

A las 11 de la mañana, pararon para almorzar; después, se pusieron a masacrar de nuevo.

Taparon los sucesos de My Lai, a pesar de que se supieron por todas las fuerzas armadas y de que había fotos de los cadáveres en la zanja. La masacre indignó a otro grupo de soldados, dirigidos por Hugh Thompson, y estos rescataron a algunos niños. Thompson aterrizó su helicóptero entre los soldados y los civiles, y mandó abrir fuego contra los soldados de la Compañía Charlie si seguían matando.

Un soldado que se enteró de la masacre, Ronald Ridenhour, le escribió al presidente Richard Nixon, a varios congresistas y al alto mando militar, pero estos hicieron caso omiso de las cartas. La masacre de My Lai solo salió a flote un año y medio después, cuando el periodista Seymour Hersh se enteró.

My Lai tampoco fue una aberración: en Vietnam, la norma era aplaudir a los soldados por una alta tasa de muertos; se decía: “Si está muerto y no es blanco, es VC” (usaban el término despectivo VC, o Viet Cong, para describir a los luchadores de liberación vietnamitas).

El 26 de mayo la Infantería de la Marina anunció que las muertes de Haditha fueron “sin justificación” y posiblemente acusarán de homicidio a unos marines. Pero recordemos lo que pasó en My Lai: solo condenaron a un militar de bajo rango por la masacre, el teniente Calley, que le dijo repetidas veces a los soldados de la Compañía Charlie: “¿No los han liquidado? Mátenlos ya”. No condenaron a ningún oficial de alto nivel. Calley pasó unos años bajo arresto domiciliario y Nixon lo perdonó en 1975.

En ambos casos primero trataron de tapar lo que pasó y luego, cuando salieron los hechos, alternaron de una versión a otra: los soldados no podían diferenciar entre el “enemigo” y los civiles, o pensaban que estaban bajo ataque. Tanto My Lai como Haditha eran plazas fuertes de la resistencia a las fuerzas yanquis. El pretexto de que “todo el mundo nos odia” debe sonar familiar: es lo mismo que repite la policía para justificar sus asesinatos y brutalidad. Pero si todo el mundo odia a las fuerzas yanquis (¡con toda razón!), ¿qué dice eso de su papel? ¿Cómo se puede negar que sean una brutal ocupación que aplica castigo colectivo contra todo un pueblo por la resistencia?

Ahora dicen que fue obra de “un puñado de soldados malos”. No. Jody Casey, un soldado que ahora es miembro de Veteranos de Irak contra la Guerra, le dijo al periodista independiente Dahr Jamail que “nos dieron permiso para matar a gusto”. Dijo que solo tenían que colocar una pala al lado de un cadáver y decir que excavaba un hoyo para poner una bomba, y que era común llevar palas en los camiones con ese propósito. ¿No se parece a lo que hace la policía cuando coloca una pistola al lado de un negro o latino para decir que lo mató en defensa?

Mataron a centenares de iraquíes en Faluya en noviembre de 2004 para castigarlos por la oposición a la ocupación. Le cortaron el agua a la ciudad de Tel Afar en septiembre de 2004 y no dejaron salir a nadie de la casa para que no escondieran a los luchadores de la resistencia. Tumban puertas, les gritan a los niños aterrados en inglés y tratan a toda la población como el enemigo. Derramaron la sangre de los niños de Haditha: esa es la ocupación y la guerra yanqui en Irak.

Fuentes:


 

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