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El Mundo no Puede Esperar organiza a las personas que viven en Estados Unidos para repudiar y parar el rumbo fascista iniciado durante el régimen de Bush y evidenciado en las ocupaciones asesinas, injustas e ilegítimas de Irak y Afganistán; la “guerra de terror” global de tortura, rendición extraordinaria y espionaje; y la cultura de discriminación, intolerancia y avaricia. A ese rumbo no le darán marcha atrás los líderes que nos instan a buscar puntos en común con fascistas, fanáticos religiosos e imperio. Solo es posible si la población forja una comunidad de resistencia –un movimiento independiente de grandes cantidades de personas—que, actuando en pro de los intereses de la humanidad, pone fin a dichos crímenes y demanda que se procese a los responsables por ellos.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


Invitación a traducir al español
(Nuevo)
03-15-11

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El auge del fascismo cristiano y su amenaza para la democracia estadounidense

Chris Hedges

[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] El secuestro incontrolado de Estados Unidos actualmente en marcha, con las bendiciones de los dos grandes partidos políticos, anuncia no sólo el dominio absoluto de la oligarquía del país sino la eventual desaparición del Estado democrático y el nacimiento del fascismo estadounidense

El Dr. James Luther Adams, mi profesor de ética en la Harvard Divinity School, nos decía a sus alumnos que cuando tuviéramos su edad -entonces se encontraba cercano a los 80 años- tendríamos que enfrentarnos a los “fascistas cristianos”.

El aviso, dado hace 25 años, se producía en el momento en que Pat Robertson y otros predicadores de la radio y la televisión empezaban a hablar sobre una nueva religión política que iba a dirigir sus esfuerzos a controlar todas las instituciones, incluidos los principales medios de comunicación y el Gobierno. Su objetivo expreso era servirse de Estados Unidos para establecer un imperio cristiano mundial. Esta llamada a los fundamentalistas y evangelistas para que tomaran el poder fue un cambio radical y funesto del cristianismo tradicional. En aquellos momentos, resultaba difícil tomarse en serio semejantes fantasías retóricas, especialmente dadas las cualidades bufonescas de quienes las propagaban, pero Adams nos prevenía contra la ceguera del esnobismo intelectual. Los nazis, decía, no iban a regresar con svásticas y camisas pardas. Sus herederos ideológicos habían encontrado en las páginas de la Biblia una máscara para el fascismo.

No era un hombre que usara la palabra fascista a la ligera. Había vivido en Alemania en 1935 y 1936 y trabajó con la iglesia clandestina anti-nazi, conocida como la Confessing Church, dirigida por Dietrich Bonhoeffer. Fue detenido e interrogado por la Gestapo que le sugirió que considerara el volverse a Estados Unidos. Sugerencia que aceptó y se fue en un tren nocturno con fotografías de Hitler enmarcadas y colocadas encima del equipaje de sus maletas para ocultar los rollos de película casera que había filmado sobre la German Christian Church, pro-nazi, y con algunos de los pocos individuos que desafiaban a los nazis, entre ellos los teólogos Karl Barth y Albert Schweitzer. El truco funcionó: cuando los policías de frontera abrieron las maletas vieron los retratos del Führer y las volvieron a cerrar. Vi durante horas aquellas películas rudimentarias en blanco y negro mientras él las comentaba en su apartamento de Cambridge.

Adams comprendió que los movimientos totalitarios se aprovechan de la profunda desesperanza personal y económica. Llamaba la atención sobre el hecho de la desaparición de puestos de trabajo en las fábricas, sobre el empobrecimiento de la clase obrera estadounidense, y sobre la destrucción física de comunidades enteras en los enormes, desolados y decadentes suburbios urbanos que estaban deformando rápidamente nuestra sociedad. El actual ataque contra la clase media, que vive ahora en un mundo donde todo lo que puede colocarse en programas de ordenador puede fabricarse fuera, le habría horrorizado. Las historias que me han contado muchos miembros de este movimiento en los dos últimos años, cuando trabajaba en American Fascists: The Christian Right and the War on America, eran historias de este tipo de fracasos: personales, comunitarios y frecuentemente económicos. Esta desesperanza, decía Adams, iba a dar poder a peligrosos visionarios- a esos que hoy bombardean en las ondas con utopías religiosas que prometen erradicar, a través de una purificación apocalíptica, el viejo y miserable mundo que ha desilusionado a tantos estadounidenses.

Esos cristianos utópicos prometen remplazar su vacío interior y material con un mundo mítico donde el tiempo se detiene y todos los problemas quedan resueltos. La desesperanza que crece y se extiende por Estados Unidos, de la que he sido testigo en muchas ocasiones durante mis viajes por el país, sigue sin afrontarse por el partido Demócrata que ha abandonado a la clase obrera, como sus colegas republicanos, por la financiación de las grandes corporaciones.

La derecha cristiana ha atraído a decenas de millones de estadounidenses ( que se sienten verdaderamente abandonados y traicionados por el sistema político) desde un mundo basado en la realidad a otro mágico, hacia fantásticas visiones de ángeles y milagros, a un creencia infantil en que Dios tiene planes para ellos y Jesús los va a guiar y proteger. Esta visión mitológica del mundo, que considera inútil la ciencia y los interrogantes objetivos, que predica que la pérdida del trabajo y del seguro de enfermedad no tienen importancia mientras uno se encuentre en buenas relaciones con Jesús, ofrece un falso y sólido mundo que se enfrenta a los anhelos emocionales de sus desesperados seguidores ante la realidad. Crea un mundo donde los hechos se sustituyen por las opiniones, donde las mentiras se transforman en verdades: la auténtica esencia del Estado totalitario. Un mundo en el que se acepta la licencia para matar, para destruir a todos aquellos que no están de acuerdo con esta manera de ver las cosas, desde los musulmanes en Oriente Próximo hasta quienes en casa se niegan a someterse al movimiento. Un movimiento que eficazmente da poder a una oligarquía rapaz cuyo dios es el máximo beneficio a costa de los ciudadanos.

Vivimos ahora en un país donde el 1 por ciento de la clase alta controla más riqueza que el 90 por ciento de los que están abajo; donde hemos legalizado la tortura y podemos encarcelar a los ciudadanos sin proceso judicial. Arthur Schlensinger en The Cycles of American History, escribía que “ las épocas de las grandes religiones se hicieron notables por su indiferencia hacia los derechos humanos en el sentido contemporáneo, no sólo por su aceptación de la pobreza y la opresión sino por su entusiasta justificación de la esclavitud, la persecución, la tortura y el genocidio.”

Adams vio en la derecha cristiana (mucho antes que nosotros fuéramos conscientes de ello) semejanzas perturbadoras con la Iglesia Cristiana de Alemania y el partido nazi, semejanzas que, decía, en el caso de inestabilidad social prolongada o crisis nacional, podrían ocasionar el auge de los fascistas estadounidenses con el disfraz de la religión para desmantelar la sociedad abierta. Se desesperaba con los liberales de Estados Unidos quienes, como en la Alemania nazi, articulaban estúpidos tópicos sobre el diálogo y la tolerancia que los convertían en ineficaces y sin fuerza. Los liberales, decía, ignoran el poder y el encanto del mal o de la cruda realidad del funcionamiento del mundo. La actual deriva de los Demócratas, con muchos de ellos preguntándose cómo tender la mano a un movimiento cuyos líderes los consideran “demoníacos” y “satánicos”, no habría sorprendido a Adams. Como Bonhoeffer, no creía que quienes en los confusos tiempos venideros se comprometieran de verdad en una lucha ( que para él formaba parte del mensaje bíblico) fueran a provenir de la iglesia o de la elite liberal o laica.

Su crítica de las universidades más renombradas, y de los medios de comunicación, no era menos demoledora. Esas instituciones, autistas, comprometidas por sus estrechas relaciones con el Gobierno y con las corporaciones, satisfechas con su parte de la tarta, no estaban dispuestas a enfrentarse con las fundamentales cuestiones morales y desigualdades de la época. Esas instituciones carecen de valor para una batalla que podría costarles prestigio y bienestar. Adams me decía- sospecho que medio en broma- que si los nazis se apoderaran de Estados Unidos, “el 60 por ciento del claustro de Harvard comenzarían sus clases con el saludo nazi.” Algo que tampoco era una abstracción: él mismo había presenciado cómo los profesores de la Universidad de Heidelberg, incluido el filósofo Martin Heidegger, levantaban sus brazos rígidamente ante los estudiantes al empezar la clase.

Dos décadas después, incluso a la vista del auge creciente de la derecha cristiana, sus predicciones parecen apocalípticas. Y sin embargo el poder en la sombra de la derecha cristiana ya se ha trasladado desde las zonas marginales de la sociedad a la Cámara de Representantes y al Senado. Cuarenta y cinco senadores y 186 miembros de la Cámara anterior a las últimas elecciones obtuvieron el apoyo de entre el 80 y el 100 por ciento de los tres grupos más influyentes de la derecha cristiana: la Christian Coalition, Eagle Forum y Family Resource Council. El presidente Bush ha transferido centenares de millones de dólares en subvenciones federales a esos grupos y ha desmantelado programas federales para investigación científica, derechos reproductivos y SIDA para rendir homenaje a la falsa ciencia y a la charlatanería de la derecha cristiana.

Sospecho que el deseo de Bush sea convertirse en un personaje débil de transición, nuestra versión de Otto von Bismarck, quien también se sirvió de “valores” para movilizar a sus bases a finales del siglo XIX y se inventó la “Kulturkamft”, término para justificar las guerras culturales contra los católicos y los judíos. Los ataques de Bismarck, que profundizaron en Alemania y desacreditaron a grandes sectores de la sociedad mediante un discurso aceptable socialmente, prepararon el camino para el racismo y la represión más violentos de los nazis.

La derecha radical cristiana, al exigir un “Estado cristiano”- donde grupos enteros de la sociedad estadounidense, desde los homosexuales y las lesbiana a los liberales, artistas e intelectuales, que no tienen legimitidad y hay que reducir, en el mejor de los casos, a ciudadanos de segunda clase- está a la espera de una crisis, de un cataclismo económico, de otro catastrófico atentado terrorista o de una serie de desastres medioambientales. Una época de inestabilidad les permitiría impulsar su programa radical, un programa que venderían a la aterrorizada opinión pública estadounidense como el retorno a la seguridad, a la ley y al orden, y a la pureza moral y a la prosperidad. Este movimiento- el más peligroso de los movimientos de masas de la historia estadounidense- no se desmantelará hasta que se afronten las crecientes injusticias sociales y económicas que devastan este país; hasta que las decenas de millones de estadounidenses, ahora atrapados en los herméticos sistemas de adoctrinamiento de las radio y televisiones y de las escuelas cristianas, se reincorporen a la sociedad estadounidense y tengan un futuro, un futuro con esperanza, con salarios adecuados, con seguridad en el trabajo y con amplia asistencia social del gobierno federal.

El secuestro incontrolado de Estados Unidos actualmente en marcha, con las bendiciones de los dos grandes partidos políticos, anuncia no sólo el dominio absoluto de la oligarquía del país sino la eventual desaparición del Estado democrático y el nacimiento del fascismo estadounidense.


* Chris Hedges ha sido jefe del departamento de Oriente Próximo en The New York Times y es autor de War Is a Force That Gives Us Meaning

Alternet.org, 8 de febrero de 2007


 

 

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