Desarmando el conflicto nuclear iraní
(IAR-Noticias) 20-Junio-06
Hasta donde se sabe, los programas nucleares iraníes se
amoldan al artículo IV del Tratado de No Proliferación, que concede a los
Estados no nucleares el derecho a producir combustible para energía
nuclear.
Por Noam Chomsky - La Nación, Chile
La urgencia por detener la proliferación de armas nucleares y avanzar hacia su eliminación,
difícilmente pudo ser mayor. Un fracaso en hacerlo conducirá casi con certeza a
sombrías consecuencias. Pero por muy amenazante que sea la crisis, existen los
medios para diluirla.
Antes de 1979, cuando el Sha estaba en el poder, Washington apoyaba
con firmeza estos programas. Hoy, el argumento estándar es que Irán no necesita
energía nuclear, por lo tanto tiene que estar desarrollando un programa
armamentista secreto. El año pasado, Henry Kissinger escribió en “The New York
Times”: “Para un gran productor de petróleo como Irán, la energía nuclear es un
despilfarro en el uso de sus recursos”.
Sin embargo, hace 30 años, cuando Kissinger era secretario de Estado
del Presidente Gerald R. Ford, sostuvo que “la incorporación de la energía
nuclear contribuirá, tanto a las crecientes necesidades de la economía iraní
como a liberar las reservas de petróleo para su exportación o su conversión
petroquímica”.
El año pasado, Dafna Linzer, del “Washington Post”,
preguntó a Kissinger sobre su cambio de opinión. Kissinger respondió con su
atractiva franqueza habitual: “Era un país aliado”. Linzer escribió que, en
1976, la administración Ford “respaldó los planes iraníes para construir una
industria masiva de energía nuclear, pero también trabajó duro para llevar a
cabo un acuerdo por miles de millones de dólares que habría permitido a Teherán
controlar grandes cantidades de plutonio y uranio enriquecido, las dos vías a la
bomba nuclear”. Los principales planificadores del Gobierno de Bush II, que
ahora denuncian estos programas, ocupaban en ese tiempo puestos claves en
seguridad nacional: Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz.
Los
iraníes, de seguro no están dispuestos como los occidentales a echar la historia
al tacho de basura. Saben que EEUU, junto a sus aliados, los han venido
atormentando por más de 50 años, desde que un golpe militar anglo-estadounidense
derrocó al Gobierno parlamentario e instaló al Sha, quien gobernó con mano de
hierro hasta que una sublevación popular lo expulsó en 1979.
Después, la
administración Reagan apoyó la invasión a Irán por las fuerzas iraquíes de
Saddam Hussein, brindándole a éste ayuda militar y de otros tipos que le sirvió
para masacrar a cientos de miles de iraníes y kurdos iraquíes.
Luego,
vinieron las duras sanciones impuestas por el Presidente Clinton, seguidas por
las amenazas de Bush de atacar a Irán; en ambos casos, serias violaciones a la
Carta de Naciones Unidas. El mes pasado, el Gobierno de Bush accedió
condicionalmente a unirse a sus aliados europeos en conversaciones directas con
Irán, pero se negó a retirar la amenaza de ataques. La historia reciente brinda
buenas razones para ser escéptico en torno de las verdaderas intenciones de
Washington.
De acuerdo a Flynt Leverett, por entonces funcionario de
alto rango en el Consejo de Seguridad Nacional de Bush, en 2003 el Gobierno
reformista de Mohammad Khatami propuso “una agenda para un proceso diplomático
tendiente a resolver de modo coherente todas las diferencias bilaterales entre
EEUU e Irán”. Se incluían “las armas de destrucción masiva, una solución al
problema israelo-palestino sobre la base de dos Estados, el futuro de la
organización libanesa Hezbollah y la cooperación con la Agencia de Control
Nuclear de Naciones Unidas”, según informó hace un mes el “Financial Times”. La
administración Bush se negó y reprendió al diplomático suizo que transmitió la
oferta.
Un año después, la Unión Europea e Irán alcanzaron un
compromiso: Irán suspendería temporalmente el enriquecimiento de uranio y, a
cambio de ello, Europa le daría seguridades de que EEUU e Israel no atacarían al
país asiático. Bajo presión estadounidense, Europa dio pie atrás e Irán reanudó
su proceso de enriquecimiento.
Hasta donde se sabe, los programas
nucleares iraníes se amoldan al artículo IV del Tratado de No Proliferación, que
concede a los Estados no nucleares el derecho a producir combustible para
energía nuclear. La administración Bush argumenta que el artículo IV debería ser
reforzado, y creo que esto puede tener sentido.
Cuando el tratado entró
en vigor, en 1970, existía una brecha considerable entre la producción de
combustible para energía y su producción para armas nucleares. Pero los avances
en la tecnología han estrechado la brecha. Sin embargo, cualquier revisión
semejante del artículo IV tendría que asegurar un acceso irrestricto para el uso
no militar, de acuerdo al compromiso inicial del tratado entre las potencias
nucleares y los Estados no nucleares.
En 2003, una propuesta razonable
en este sentido fue formulada por Mohamed el Baradei, jefe de la Agencia
Internacional de Energía Atómica. Consistía en que toda la producción y
procesamiento de materiales utilizables en armamentos se pusiera bajo control
internacional, dando las “seguridades de que los futuros usuarios legítimos
obtendrían sus suministros”. Propuso que ello fuera el primer paso hacia la
plena implementación de la resolución de Naciones Unidas de 1993 para un Tratado
de Interrupción de Materiales Fisibles (Fissban).
Que yo sepa, la
propuesta de El Baradei ha sido aceptada por un solo Estado: Irán. El Gobierno
de Bush rechaza un Fissban verificable y está practicamente sólo en esa
posición. El Comité de Desarme de la ONU votó a favor del Fissban verificable en
noviembre de 2004, por 147 contra 1 (EEUU), con dos abstenciones, de Israel y
Gran Bretaña. A EEUU se le unió después Palau (Micronesia).
Hay maneras
de mitigar y probablemente de acabar con estas crisis. La primera es terminar
con las más que creíbles amenazas de EEUU e Israel, que prácticamente obligan a
Irán a desarrollar armas nucleares como elemento disuasivo.
Un segundo
paso podría ser unirse al resto del mundo aceptando un tratado Fissban
verificable, así como la propuesta de El Baradei o algo parecido. Un tercer paso
sería apegarse al artículo VI del Tratado de No Proliferación, que compromete a
los Estados nucleares a hacer esfuerzos “de buena fe” para eliminar las armas
nucleares, una obligación legal vinculante, como lo ha determinado la Corte
Internacional.
Ninguno de los Estados nucleares ha cumplido con esa
obligación, pero EEUU es quien más la viola. Pasos claros en estas direcciones
podrían mitigar la crisis que se avecina con Irán. Sobre todo es importante
acoger las palabras de Mohamed El Baradei: “No hay solución militar para esta
situación. Es inconcebible. La única solución perdurable es una solución
negociada”. Y está al alcance.
******
(The New York Times
Syndicate)
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