Cuando la democracia falla: Las advertencias de la historia
por: Thom Hartmann Título original: "When Democracy Failed:
The Warnings of History" Traducción de: Ramón Santos www.ramonsantos.com
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El 70 aniversario apenas fué recordado en los Estados Unidos, y casi no se
mencionó en los medios de comunicación de masas. Pero los alemanes sí que
recordaban muy bien aquélla fecha fatídica hace setenta años, el 27 de Febrero
de 1933. Ellos conmemoraron el aniversario participando en demostraciones por la
paz que movilizaron a ciudadanos de todo el mundo.
Todo empezó cuando el gobierno, en mitad de una crisis económica mundial,
recibió informes sobre un inminente ataque terrorista. Un ideólogo extranjero
había lanzado tímidos ataques contra unos cuantos edificios famosos, pero los
medios ignoraron sus relativamente pequeños esfuerzos. Los servicios de
inteligencia sabían, sin embargo, que lo más probable era que finalmente tuviera
éxito. Los historiadores todavía debaten si hubo elementos incontrolados dentro
de los propios servicios de inteligencia que ayudasen al terrorista en sus
planes, pero la investigación más reciente parece indicar que no.
Las advertencias de los investigadores fueron ignoradas al más alto nivel, en
parte porque el gobierno estaba distraído: el hombre que se consideraba el líder
de la nación no había sido elegido por un voto mayoritario, y la mayoría de los
ciudadanos cuestionaban su derecho a ostentar los poderes que ambicionaba. Era
un tonto, decían algunos, un personaje casi de dibujos animados que veía las
cosas en términos de blanco y negro, y carecía del intelecto para entender las
sutilezas de dirigir una nación en un mundo complejo e internacionalista. Su uso
burdo del lenguaje, reflejo de sus raíces políticas en un estado del sur, y su
retórica nacionalista simplista, y a menudo inflamatoria, ofendía a los
aristócratas, los líderes extranjeros, y la élite cultivada dentro del gobierno
y los medios. En su juventud había formado parte de una sociedad secreta de
nombre esotérico, y extraños rituales de iniciación que hacían uso de cráneos y
huesos humanos.
De todos modos, sabía que el terrorista iba a atacar, aunque no dónde ni
cuándo, y ya tenía decidida de antemano su respuesta. Cuando le dieron la
noticia de que el edificio más prestigioso del país estaba en llamas, supo que
el terrorista había atacado, y se precipitó al lugar, convocando una conferencia
de prensa. "Estáis siendo testigos del principio de una nueva época
histórica", proclamó, delante del edificio destruído, rodeado de los medios de
comunicación. "Este fuego", dijo con voz temblorosa de emoción, "es el
comienzo". Aprovechó la ocasión ("un signo divino", lo llamó) para declarar una
guerra abierta contra el terrorismo y sus promotores ideológicos: un pueblo,
según dijo, que tenía sus orígenes en el Oriente Medio, y que extraía de su
religión la motivación para sus malvados actos.
Dos semanas más tarde se construyó el primer centro de detención para
terroristas en Oranianberg, para albergar a los primeros presuntos aliados del
infame terrorista. En una explosión de patriotismo nacional, la bandera del
líder estaba por todas partes, incluso impresa a gran tamaño en los periódicos,
y en los escaparates. En las cuatro semanas siguientes al ataque terrorista
el ahora popular líder de la nación había conseguido aprobar nuevas leyes, en el
nombre de la lucha contra el terrorismo y la filosofía que según él lo animaba,
que dejaba en suspenso las garantías constitucionales de libertad de expresión,
privacidad, y habeas corpus. Ahora la policía podía interceptar el correo y los
teléfonos, los sospechosos de terrorismo podían ser encerrados sin cargos
concretos y sin acceso a su defensa, la policía podía irrumpir en las casas sin
una orden judicial si se trataba de un posible caso de terrorismo.
Para conseguir la aprobación de su "decreto sobre la protección del pueblo y
el estado", por encima de las objeciones de los legisladores intranquilos y los
defensores de las libertades civiles, acordó ponerle un plazo de 4 años: si para
entonces la emergencia nacional provocada por el ataque terrorista había
terminado, las libertades y derechos serían devueltos al pueblo, y de nuevo
restringidos los poderes de las agencias policiales. Más adelante los
legisladores dirían que no habían tenido tiempo de leer el decreto antes de
votarlo.
Inmediatamente después de la aprobación del acta anti-terrorista, sus
agencias policiales federales aceleraron su programa de detener a personas
sospechosas, sin acceso a abogados ni tribunales. En el primer año sólo se
recluyó a unos pocos cientos de personas, mientras aquellas voces que se oponían
eran ignoradas por la prensa principal, temerosa de ofender y perder el favor de
un líder con semejante nivel de popularidad.
Los ciudadanos que protestaban públicamente contra el líder, y hubo muchos,
pronto se encontraron enfrentados a las porras, el gas y las celdas de una
policía recién reforzada, o acorralados en zonas convenientemente lejos de los
discursos públicos del líder. Mientras tanto, éste tomaba lecciones casi diarias
de oratoria, aprendiendo a controlar su tono, gestos y expresiones faciales. Se
convirtió en un orador muy competente.
En los primeros meses tras el ataque terrorista, y a sugerencia de un asesor
político, convirtió una palabra antes olvidada, en término de uso común. Quería
inspirar un "orgullo racial" entre sus súbditos así que, en lugar de referirse a
la nación por su nombre, empezó a llamarla "El Hogar Patrio" (The Homeland), una
expresión ampliamente promovida en la introducción a un discurso de 1934 grabado
en la famosa película propagandística de Leni Riefenstahl "Triunfo de la
voluntad". Como se esperaba, los corazones de la gente se inflamaron de orgullo,
y quedó sembrada una mentalidad de "ellos contra nosotros". Nuestro país era "El
Hogar Patrio", pensaban los ciudadanos. Todos los demás eran simplemente tierras
extranjeras. Nosotros somos el "verdadero pueblo", insistió, los únicos dignos
de la preocupación de nuestra nación. Si a otros les caen bombas, o se violan
los derechos humanos en otros países, y eso mejora nuestra calidad de vida, no
debe inquietarnos.
Sacando partido a este nuevo nacionalismo, y explotando un desacuerdo con los
franceses sobre su creciente militarismo, argumentó que cualquier órgano
internacional que no actuase en primer lugar a favor de los intereses de su
nación, no era relevante ni útil. Así, retiró a su país de la Liga de Las
Naciones en Octubre de 1933, y luego negoció un acuerdo de armamentos aparte con
Anthony Eden, del Reino Unido, para crear una élite militar mundial
dominante.
Su ministro de propaganda orquestó una campaña para asegurar al pueblo que él
era un hombre profundamente religioso, cuyas motivaciones estaban enraizadas en
la Cristiandad. Incluso proclamó la necesidad de un resurgimiento de la fé
cristiana en toda la nación, lo que llamó una "Nueva Cristiandad". Cada hombre
en su creciente ejército llevaba una hebilla de cinturón que declaraba "Gott Mit
Uns" (Dios está con Nosotros), y la mayoría creían fervientemente que así
era.
Al cabo de un año del ataque terrorista, el líder de la nación decidió que
los diversos cuerpos policiales locales y federales a lo largo de la nación
carecían de la gestión globalmente coordinada y la clara comunicación necesarias
para enfrentarse a la amenaza terrorista sobre la nación, especialmente de
aquellos ciudadanos de ascendencia del Medio Oriente, y por tanto probables
simpatizantes comunistas, y los diversos "intelectuales" y "liberales"
problemáticos. Propuso una nueva y única agencia nacional para proteger la
seguridad del Hogar Patrio, consolidando a las docenas de cuerpos hasta entonces
independientes de policía local y agencias de investigación, bajo un único
liderazgo. Nombró a uno de sus asociados de mayor confianza para encabezar
ésta nueva agencia, la Oficina Central de Seguridad para el Hogar Patrio,
dándole un papel en el gobierno igual al de los otros departamentos.
Su ayudante para relaciones con la prensa le hizo notar que, desde el ataque
terrorista, "la radio y la prensa están a nuestra disposición". Todas las voces
cuestionando la legitimidad del líder, o inquiriendo sobre su polémico pasado,
se habían ya desvanecido del recuerdo del público cuando su oficina central de
seguridad empezó a anunciar un programa alentando a la gente a denunciar por
teléfono a los vecinos sospechosos. Este programa tuvo tanto éxito que los
nombre de las personas denunciadas pronto se emitían por la radio. Los
denunciados a menudo incluían a políticos de la oposición o celebridades que se
atrevían a expresarse: uno de los blancos favoritos del nuevo régimen y de los
medios que ahora controlaba mediante la intimidación, o la propiedad de las
empresas por parte de corporaciones afines al gobierno.
Para consolidar su poder, decidió que el gobierno sólamente no era
suficiente. Se dirigió a la industria, incorporando a ejecutivos de las mayores
corporaciones nacionales a posiciones clave en el gobierno. Un aluvión de dinero
del estado inundó las arcas corporativas para luchar contra los terroristas de
ascendencia del Medio Oriente que acechaban dentro del Hogar Patrio, y
prepararse para la guerra más allá de las fronteras. Estimuló y ayudó a que
grandes empresas simpatizantes con su causa adquirieran medios de comunicación y
otros intereses industriales por toda la nación, especialmente los controlados
por gentes sospechosas, de ascendencia del Oriente Medio. Creó fuertes alianzas
con la industria; un aliado corporativo se quedó con el sustancioso contrato
para construír el primer centro de detención a gran escala para enemigos del
estado. Pronto le seguirían muchos más. La industria floreció.
Pero tras un intervalo de paz después del ataque terrorista, voces de
desacuerdo se alzaron de nuevo dentro y fuera del gobierno. Los estudiantes
habían comenzado un programa de actividades para oponerse a él (más tarde
conocido como la Sociedad de la Rosa Roja) y los dirigentes de naciones próximas
empezaban a hablar en contra de su retórica belicista. Lo que necesitaba era una
distracción, algo para dirigir la atención popular lejos del amiguismo evidente
en su gobierno, las cuestiones sobre su posible ascenso ilegítimo al poder, y
las preocupaciones de los libertarios civiles sobre la gente incomunicada sin el
debido juicio, ni acceso a abogados o familiares.
Con su segundo de a bordo, un maestro en la manipulación de los medios,
comenzó una campaña para convencer al público de que era necesaria una pequeña y
limitada guerra. Otra nación estaba albergando a gran parte de la sospechosa
población del Medio Oriente, y aunque su conexión con el terrorista que había
incendiado el edificio más importante de la nación era, si acaso, tenue;
albergaba además recursos que su nación necesitaba desesperadamente para poder
disponer de espacio para vivir y mantener su prosperidad. Convocó una
conferencia de prensa y emitió públicamente un ultimátum al dirigente de la otra
nación, provocando de paso un clamor internacional. Defendió el derecho a atacar
con carácter preventivo, en auto-defensa, y los países de Europa, en un
principio, le denunciaron por ello, señalando que esa era una doctrina
proclamada en el pasado sólo por naciones que aspiraban a convertirse en
imperios mundiales, como la Roma de César o la Grecia de Alejandro.
Hicieron falta unos meses, y un intenso debate internacional y presiones a
las demás naciones europeas, pero tras reunirse con el dirigente del Reino
Unido, finalmente se llegó a un acuerdo. Una vez que hubo comenzado la acción
militar, el primer ministro Neville Chamberlain le contaba a un intranquilo
pueblo británico que el plegarse a la nueva doctrina de "atacar primero" de ése
líder, traería "paz para nuestro tiempo".
Fué así como Hitler anexionó Austria en un movimiento relámpago, cabalgando
sobre una ola de apoyo popular, como suelen hacer los líderes en tiempos de
guerra. El gobierno austríaco fué derribado y sustituído por uno afín a
Alemania, y las grandes empresas alemanas empezaron a apoderarse de los recursos
de Austria.
En un discurso para responder a los críticos de la invasión, Hitler dijo:
"Ciertos periódicos extranjeros han dicho que caímos sobre Austria con métodos
brutales. Sólo puedo decir que incluso después de la muerte no pueden dejar de
mentir. En el curso de mi lucha política he recibido mucho amor de mi pueblo,
pero cuando crucé la anterior frontera (con Austria) me recibió tal torrente de
amor como jamás había experimentado. No es como tiranos que hemos llegado, sino
como libertadores".
Para enfrentarse a aquellos que disentían de su política, y por consejo de
sus hábiles asesores, él y sus lacayos en la prensa comenzaron una campaña para
equipararle a él y a sus políticas, con el patriotismo y la propia nación. La
unidad nacional era esencial, decían, para evitar que los terroristas o quienes
les apoyan piensen que han tenido éxito en dividir a la nación, o quebrantar su
voluntad. En tiempos de guerra, sólo podía haber "un pueblo, una nación, y un
comandante en jefe" ("Ein Volk, ein Reich, ein Fuhrer"), y así sus defensores en
los medios empezaron una campaña alegando que los críticos de sus políticas
estaban atacando a la nación misma. Quienes le cuestionaban eran llamados
"anti-alemanes" y se insinuaba que servían a los enemigos del estado al negar su
apoyo a los valientes hombres de uniforme de la nación. Era una de sus formas
más efectivas de ahogar la disensión y enfrentar a quienes se tenían que ganar
un sueldo (de cuyas filas procedía la mayoría del ejército) contra los
"intelectuales y liberales" que se mostraban críticos con sus políticas.
No obstante, una vez completada con éxito la "pequeña guerra" de anexión de
Austria, y recuperada la paz, se alzaron de nuevo voces de oposición en la
patria. La emisión casi diaria de boletines sobre los peligros de los ataques de
células comunistas no era suficiente para instigar a la población y suprimir
totalmente la disensión. Era necesaria una guerra total para desviar la atención
de los crecientes rumores dentro del país sobre los disidentes desaparecidos, la
violencia contra los liberales, judíos y dirigentes sindicales; y la epidemia de
"capitalismo de amiguetes" que estaba produciendo imperios de riqueza dentro del
sector empresarial, amenazando la forma de vida de la clase media.
Un año más tarde Hitler invadía Checoslovaquia, la nación estaba ahora
plenamente en guerra, y toda disensión interna suprimida en nombre de la
seguridad nacional. Era el fin del primer experimento de Alemania con la
democracia.
Mientras concluímos este repaso de la historia hay unos cuantos hitos dignos
de recordar:
El 27 de Febrero de 2003 fué el 70 aniversario del bombardeo por el
terrorista danés Marinus Van der Lubbe, del edificio del Parlamento alemán
(Reichstag), el acto terrorista que catapultó a Hitler a la legitimidad y
transformó la constitución alemana. Al llegar el momento de su exitosa y breve
campaña para apoderarse de Austria, en la que casi no se derramó sangre alemana,
Hitler era el líder más adorado y popular en la historia de su país. Ensalzado
en todo el mundo, fué más tarde el "Hombre del Año" de la revista Time.
La mayoría de los americanos recuerdan su oficina para la seguridad de la
patria, conocida como Reichssicherheitshauptamt, y a su SchutzStaffel,
simplemente por sus famosas iniciales: las SS.
También recordamos que los alemanes desarrollaron una nueva forma de guerra
altamente destructiva que llamaron la "guerra de relámpagos" o blitzkrieg, que
mientras generaba unas devastadoras pérdidas civiles, también producía un
deseable "Conmoción y Espanto" ("Shock and Awe") sobre la nación atacada, según
los autores del libro de 1996 "Shock and Awe" publicado por la Prensa
Universitaria de la Defensa Nacional.
Reflexionando sobre ésa época, el American Heritage Dictionary (Houghton
Mifflin Company, 1983) nos deja ésta definición de la forma de gobierno en que
se había convertido la democracia alemana a través de la estrecha alianza de
Hitler con las mayores corporaciones alemanas, y su política de usar la guerra
como herramienta para mantener el poder: "Fascismo. Sistema de gobierno que
ejercita una dictadura de la extrema derecha, típicamente a través de la fusión
del liderazgo del estado y de los negocios, junto con un beligerante
nacionalismo".
Hoy, cuando nos enfrentamos a una crisis política y financiera, es útil
recordar que los efectos de la Gran Depresión atacaron por igual a Alemania y a
los Estados Unidos. A través de los años 30, sin embargo, Hitler y Roosevelt
tomaron cursos muy diferentes para llevar otra vez a sus países al poder y la
prosperidad.
La respuesta de Alemania fué utilizar el gobierno para dar más poder a las
grandes empresas y recompensar a los individuos más ricos de la sociedad,
privatizar muchos de los recursos comunes, ahogar la disensión, despojar a la
gente de sus derechos constitucionales, y crear una ilusión de prosperidad a
través de una continua guerra y expansión.
América aprobó leyes de salario mínimo para ayudar a la clase media, impuso
leyes anti-monopolio para disminuir el poder de las grandes corporaciones,
aumentó los impuestos sobre aquellas empresas e individuos más ricos, creó la
Seguridad Social, y se convirtió en generador de empleo a través de programas de
construcción de infraestructura nacional, promover las artes y oficios, y
repoblar los bosques.
En la medida en que nuestra constitución todavía está intacta, la elección
está de nuevo en nuestras manos.
Thom
Hartmann Publicado el 16 de Marzo de 2003 por CommonDreams.org
Este artículo es
copyright de Thom Hartmann, pero se autoriza su reproducción en internet
incluyendo mención del autor. Copyright de la traducción: Ramón Santos
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