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El Mundo no Puede Esperar organiza a las personas que viven en Estados Unidos para repudiar y parar el rumbo fascista iniciado durante el régimen de Bush y evidenciado en las ocupaciones asesinas, injustas e ilegítimas de Irak y Afganistán; la “guerra de terror” global de tortura, rendición extraordinaria y espionaje; y la cultura de discriminación, intolerancia y avaricia. A ese rumbo no le darán marcha atrás los líderes que nos instan a buscar puntos en común con fascistas, fanáticos religiosos e imperio. Solo es posible si la población forja una comunidad de resistencia –un movimiento independiente de grandes cantidades de personas—que, actuando en pro de los intereses de la humanidad, pone fin a dichos crímenes y demanda que se procese a los responsables por ellos.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


Invitación a traducir al español
(Nuevo)
03-15-11

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Cuando la democracia falla: Las advertencias de la historia

por: Thom Hartmann
Título original: "When Democracy Failed: The Warnings of History"
Traducción de: Ramón Santos www.ramonsantos.com


Si quieres divulgar éste artículo imprímelo, cópialo de ésta página o envíalo a quien quieras. Sólo te pedimos no alterar su contenido.
Puedes encontrarlo en http://www.ramonsantos.com/hartmann1.html


El 70 aniversario apenas fué recordado en los Estados Unidos, y casi no se mencionó en los medios de comunicación de masas. Pero los alemanes sí que recordaban muy bien aquélla fecha fatídica hace setenta años, el 27 de Febrero de 1933. Ellos conmemoraron el aniversario participando en demostraciones por la paz que movilizaron a ciudadanos de todo el mundo.

Todo empezó cuando el gobierno, en mitad de una crisis económica mundial, recibió informes sobre un inminente ataque terrorista. Un ideólogo extranjero había lanzado tímidos ataques contra unos cuantos edificios famosos, pero los medios ignoraron sus relativamente pequeños esfuerzos. Los servicios de inteligencia sabían, sin embargo, que lo más probable era que finalmente tuviera éxito. Los historiadores todavía debaten si hubo elementos incontrolados dentro de los propios servicios de inteligencia que ayudasen al terrorista en sus planes, pero la investigación más reciente parece indicar que no.

Las advertencias de los investigadores fueron ignoradas al más alto nivel, en parte porque el gobierno estaba distraído: el hombre que se consideraba el líder de la nación no había sido elegido por un voto mayoritario, y la mayoría de los ciudadanos cuestionaban su derecho a ostentar los poderes que ambicionaba. Era un tonto, decían algunos, un personaje casi de dibujos animados que veía las cosas en términos de blanco y negro, y carecía del intelecto para entender las sutilezas de dirigir una nación en un mundo complejo e internacionalista. Su uso burdo del lenguaje, reflejo de sus raíces políticas en un estado del sur, y su retórica nacionalista simplista, y a menudo inflamatoria, ofendía a los aristócratas, los líderes extranjeros, y la élite cultivada dentro del gobierno y los medios. En su juventud había formado parte de una sociedad secreta de nombre esotérico, y extraños rituales de iniciación que hacían uso de cráneos y huesos humanos.

De todos modos, sabía que el terrorista iba a atacar, aunque no dónde ni cuándo, y ya tenía decidida de antemano su respuesta.
Cuando le dieron la noticia de que el edificio más prestigioso del país estaba en llamas, supo que el terrorista había atacado, y se precipitó al lugar, convocando una conferencia de prensa.
"Estáis siendo testigos del principio de una nueva época histórica", proclamó, delante del edificio destruído, rodeado de los medios de comunicación. "Este fuego", dijo con voz temblorosa de emoción, "es el comienzo". Aprovechó la ocasión ("un signo divino", lo llamó) para declarar una guerra abierta contra el terrorismo y sus promotores ideológicos: un pueblo, según dijo, que tenía sus orígenes en el Oriente Medio, y que extraía de su religión la motivación para sus malvados actos.

Dos semanas más tarde se construyó el primer centro de detención para terroristas en Oranianberg, para albergar a los primeros presuntos aliados del infame terrorista. En una explosión de patriotismo nacional, la bandera del líder estaba por todas partes, incluso impresa a gran tamaño en los periódicos, y en los escaparates.
En las cuatro semanas siguientes al ataque terrorista el ahora popular líder de la nación había conseguido aprobar nuevas leyes, en el nombre de la lucha contra el terrorismo y la filosofía que según él lo animaba, que dejaba en suspenso las garantías constitucionales de libertad de expresión, privacidad, y habeas corpus. Ahora la policía podía interceptar el correo y los teléfonos, los sospechosos de terrorismo podían ser encerrados sin cargos concretos y sin acceso a su defensa, la policía podía irrumpir en las casas sin una orden judicial si se trataba de un posible caso de terrorismo.

Para conseguir la aprobación de su "decreto sobre la protección del pueblo y el estado", por encima de las objeciones de los legisladores intranquilos y los defensores de las libertades civiles, acordó ponerle un plazo de 4 años: si para entonces la emergencia nacional provocada por el ataque terrorista había terminado, las libertades y derechos serían devueltos al pueblo, y de nuevo restringidos los poderes de las agencias policiales.
Más adelante los legisladores dirían que no habían tenido tiempo de leer el decreto antes de votarlo.

Inmediatamente después de la aprobación del acta anti-terrorista, sus agencias policiales federales aceleraron su programa de detener a personas sospechosas, sin acceso a abogados ni tribunales. En el primer año sólo se recluyó a unos pocos cientos de personas, mientras aquellas voces que se oponían eran ignoradas por la prensa principal, temerosa de ofender y perder el favor de un líder con semejante nivel de popularidad.

Los ciudadanos que protestaban públicamente contra el líder, y hubo muchos, pronto se encontraron enfrentados a las porras, el gas y las celdas de una policía recién reforzada, o acorralados en zonas convenientemente lejos de los discursos públicos del líder. Mientras tanto, éste tomaba lecciones casi diarias de oratoria, aprendiendo a controlar su tono, gestos y expresiones faciales. Se convirtió en un orador muy competente.

En los primeros meses tras el ataque terrorista, y a sugerencia de un asesor político, convirtió una palabra antes olvidada, en término de uso común. Quería inspirar un "orgullo racial" entre sus súbditos así que, en lugar de referirse a la nación por su nombre, empezó a llamarla "El Hogar Patrio" (The Homeland), una expresión ampliamente promovida en la introducción a un discurso de 1934 grabado en la famosa película propagandística de Leni Riefenstahl "Triunfo de la voluntad". Como se esperaba, los corazones de la gente se inflamaron de orgullo, y quedó sembrada una mentalidad de "ellos contra nosotros". Nuestro país era "El Hogar Patrio", pensaban los ciudadanos. Todos los demás eran simplemente tierras extranjeras. Nosotros somos el "verdadero pueblo", insistió, los únicos dignos de la preocupación de nuestra nación. Si a otros les caen bombas, o se violan los derechos humanos en otros países, y eso mejora nuestra calidad de vida, no debe inquietarnos.

Sacando partido a este nuevo nacionalismo, y explotando un desacuerdo con los franceses sobre su creciente militarismo, argumentó que cualquier órgano internacional que no actuase en primer lugar a favor de los intereses de su nación, no era relevante ni útil. Así, retiró a su país de la Liga de Las Naciones en Octubre de 1933, y luego negoció un acuerdo de armamentos aparte con Anthony Eden, del Reino Unido, para crear una élite militar mundial dominante.

Su ministro de propaganda orquestó una campaña para asegurar al pueblo que él era un hombre profundamente religioso, cuyas motivaciones estaban enraizadas en la Cristiandad. Incluso proclamó la necesidad de un resurgimiento de la fé cristiana en toda la nación, lo que llamó una "Nueva Cristiandad". Cada hombre en su creciente ejército llevaba una hebilla de cinturón que declaraba "Gott Mit Uns" (Dios está con Nosotros), y la mayoría creían fervientemente que así era.

Al cabo de un año del ataque terrorista, el líder de la nación decidió que los diversos cuerpos policiales locales y federales a lo largo de la nación carecían de la gestión globalmente coordinada y la clara comunicación necesarias para enfrentarse a la amenaza terrorista sobre la nación, especialmente de aquellos ciudadanos de ascendencia del Medio Oriente, y por tanto probables simpatizantes comunistas, y los diversos "intelectuales" y "liberales" problemáticos. Propuso una nueva y única agencia nacional para proteger la seguridad del Hogar Patrio, consolidando a las docenas de cuerpos hasta entonces independientes de policía local y agencias de investigación, bajo un único liderazgo.
Nombró a uno de sus asociados de mayor confianza para encabezar ésta nueva agencia, la Oficina Central de Seguridad para el Hogar Patrio, dándole un papel en el gobierno igual al de los otros departamentos.

Su ayudante para relaciones con la prensa le hizo notar que, desde el ataque terrorista, "la radio y la prensa están a nuestra disposición". Todas las voces cuestionando la legitimidad del líder, o inquiriendo sobre su polémico pasado, se habían ya desvanecido del recuerdo del público cuando su oficina central de seguridad empezó a anunciar un programa alentando a la gente a denunciar por teléfono a los vecinos sospechosos. Este programa tuvo tanto éxito que los nombre de las personas denunciadas pronto se emitían por la radio. Los denunciados a menudo incluían a políticos de la oposición o celebridades que se atrevían a expresarse: uno de los blancos favoritos del nuevo régimen y de los medios que ahora controlaba mediante la intimidación, o la propiedad de las empresas por parte de corporaciones afines al gobierno.

Para consolidar su poder, decidió que el gobierno sólamente no era suficiente. Se dirigió a la industria, incorporando a ejecutivos de las mayores corporaciones nacionales a posiciones clave en el gobierno. Un aluvión de dinero del estado inundó las arcas corporativas para luchar contra los terroristas de ascendencia del Medio Oriente que acechaban dentro del Hogar Patrio, y prepararse para la guerra más allá de las fronteras. Estimuló y ayudó a que grandes empresas simpatizantes con su causa adquirieran medios de comunicación y otros intereses industriales por toda la nación, especialmente los controlados por gentes sospechosas, de ascendencia del Oriente Medio. Creó fuertes alianzas con la industria; un aliado corporativo se quedó con el sustancioso contrato para construír el primer centro de detención a gran escala para enemigos del estado. Pronto le seguirían muchos más. La industria floreció.

Pero tras un intervalo de paz después del ataque terrorista, voces de desacuerdo se alzaron de nuevo dentro y fuera del gobierno. Los estudiantes habían comenzado un programa de actividades para oponerse a él (más tarde conocido como la Sociedad de la Rosa Roja) y los dirigentes de naciones próximas empezaban a hablar en contra de su retórica belicista. Lo que necesitaba era una distracción, algo para dirigir la atención popular lejos del amiguismo evidente en su gobierno, las cuestiones sobre su posible ascenso ilegítimo al poder, y las preocupaciones de los libertarios civiles sobre la gente incomunicada sin el debido juicio, ni acceso a abogados o familiares.

Con su segundo de a bordo, un maestro en la manipulación de los medios, comenzó una campaña para convencer al público de que era necesaria una pequeña y limitada guerra. Otra nación estaba albergando a gran parte de la sospechosa población del Medio Oriente, y aunque su conexión con el terrorista que había incendiado el edificio más importante de la nación era, si acaso, tenue; albergaba además recursos que su nación necesitaba desesperadamente para poder disponer de espacio para vivir y mantener su prosperidad. Convocó una conferencia de prensa y emitió públicamente un ultimátum al dirigente de la otra nación, provocando de paso un clamor internacional. Defendió el derecho a atacar con carácter preventivo, en auto-defensa, y los países de Europa, en un principio, le denunciaron por ello, señalando que esa era una doctrina proclamada en el pasado sólo por naciones que aspiraban a convertirse en imperios mundiales, como la Roma de César o la Grecia de Alejandro.

Hicieron falta unos meses, y un intenso debate internacional y presiones a las demás naciones europeas, pero tras reunirse con el dirigente del Reino Unido, finalmente se llegó a un acuerdo. Una vez que hubo comenzado la acción militar, el primer ministro Neville Chamberlain le contaba a un intranquilo pueblo británico que el plegarse a la nueva doctrina de "atacar primero" de ése líder, traería "paz para nuestro tiempo".

Fué así como Hitler anexionó Austria en un movimiento relámpago, cabalgando sobre una ola de apoyo popular, como suelen hacer los líderes en tiempos de guerra. El gobierno austríaco fué derribado y sustituído por uno afín a Alemania, y las grandes empresas alemanas empezaron a apoderarse de los recursos de Austria.

En un discurso para responder a los críticos de la invasión, Hitler dijo: "Ciertos periódicos extranjeros han dicho que caímos sobre Austria con métodos brutales. Sólo puedo decir que incluso después de la muerte no pueden dejar de mentir. En el curso de mi lucha política he recibido mucho amor de mi pueblo, pero cuando crucé la anterior frontera (con Austria) me recibió tal torrente de amor como jamás había experimentado. No es como tiranos que hemos llegado, sino como libertadores".

Para enfrentarse a aquellos que disentían de su política, y por consejo de sus hábiles asesores, él y sus lacayos en la prensa comenzaron una campaña para equipararle a él y a sus políticas, con el patriotismo y la propia nación. La unidad nacional era esencial, decían, para evitar que los terroristas o quienes les apoyan piensen que han tenido éxito en dividir a la nación, o quebrantar su voluntad. En tiempos de guerra, sólo podía haber "un pueblo, una nación, y un comandante en jefe" ("Ein Volk, ein Reich, ein Fuhrer"), y así sus defensores en los medios empezaron una campaña alegando que los críticos de sus políticas estaban atacando a la nación misma. Quienes le cuestionaban eran llamados "anti-alemanes" y se insinuaba que servían a los enemigos del estado al negar su apoyo a los valientes hombres de uniforme de la nación. Era una de sus formas más efectivas de ahogar la disensión y enfrentar a quienes se tenían que ganar un sueldo (de cuyas filas procedía la mayoría del ejército) contra los "intelectuales y liberales" que se mostraban críticos con sus políticas.

No obstante, una vez completada con éxito la "pequeña guerra" de anexión de Austria, y recuperada la paz, se alzaron de nuevo voces de oposición en la patria. La emisión casi diaria de boletines sobre los peligros de los ataques de células comunistas no era suficiente para instigar a la población y suprimir totalmente la disensión. Era necesaria una guerra total para desviar la atención de los crecientes rumores dentro del país sobre los disidentes desaparecidos, la violencia contra los liberales, judíos y dirigentes sindicales; y la epidemia de "capitalismo de amiguetes" que estaba produciendo imperios de riqueza dentro del sector empresarial, amenazando la forma de vida de la clase media.

Un año más tarde Hitler invadía Checoslovaquia, la nación estaba ahora plenamente en guerra, y toda disensión interna suprimida en nombre de la seguridad nacional. Era el fin del primer experimento de Alemania con la democracia.

Mientras concluímos este repaso de la historia hay unos cuantos hitos dignos de recordar:

El 27 de Febrero de 2003 fué el 70 aniversario del bombardeo por el terrorista danés Marinus Van der Lubbe, del edificio del Parlamento alemán (Reichstag), el acto terrorista que catapultó a Hitler a la legitimidad y transformó la constitución alemana. Al llegar el momento de su exitosa y breve campaña para apoderarse de Austria, en la que casi no se derramó sangre alemana, Hitler era el líder más adorado y popular en la historia de su país. Ensalzado en todo el mundo, fué más tarde el "Hombre del Año" de la revista Time.

La mayoría de los americanos recuerdan su oficina para la seguridad de la patria, conocida como Reichssicherheitshauptamt, y a su SchutzStaffel, simplemente por sus famosas iniciales: las SS.

También recordamos que los alemanes desarrollaron una nueva forma de guerra altamente destructiva que llamaron la "guerra de relámpagos" o blitzkrieg, que mientras generaba unas devastadoras pérdidas civiles, también producía un deseable "Conmoción y Espanto" ("Shock and Awe") sobre la nación atacada, según los autores del libro de 1996 "Shock and Awe" publicado por la Prensa Universitaria de la Defensa Nacional.

Reflexionando sobre ésa época, el American Heritage Dictionary (Houghton Mifflin Company, 1983) nos deja ésta definición de la forma de gobierno en que se había convertido la democracia alemana a través de la estrecha alianza de Hitler con las mayores corporaciones alemanas, y su política de usar la guerra como herramienta para mantener el poder: "Fascismo. Sistema de gobierno que ejercita una dictadura de la extrema derecha, típicamente a través de la fusión del liderazgo del estado y de los negocios, junto con un beligerante nacionalismo".

Hoy, cuando nos enfrentamos a una crisis política y financiera, es útil recordar que los efectos de la Gran Depresión atacaron por igual a Alemania y a los Estados Unidos. A través de los años 30, sin embargo, Hitler y Roosevelt tomaron cursos muy diferentes para llevar otra vez a sus países al poder y la prosperidad.

La respuesta de Alemania fué utilizar el gobierno para dar más poder a las grandes empresas y recompensar a los individuos más ricos de la sociedad, privatizar muchos de los recursos comunes, ahogar la disensión, despojar a la gente de sus derechos constitucionales, y crear una ilusión de prosperidad a través de una continua guerra y expansión.

América aprobó leyes de salario mínimo para ayudar a la clase media, impuso leyes anti-monopolio para disminuir el poder de las grandes corporaciones, aumentó los impuestos sobre aquellas empresas e individuos más ricos, creó la Seguridad Social, y se convirtió en generador de empleo a través de programas de construcción de infraestructura nacional, promover las artes y oficios, y repoblar los bosques.

En la medida en que nuestra constitución todavía está intacta, la elección está de nuevo en nuestras manos.

Thom Hartmann
Publicado el 16 de Marzo de 2003 por CommonDreams.org

Este artículo es copyright de Thom Hartmann, pero se autoriza su reproducción en internet incluyendo mención del autor.
Copyright de la traducción: Ramón Santos


 

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