Revolución #91, 10 de junio de
2007
Este no es un artículo sobre Cindy Sheehan
Sunsara Taylor
Este no es un artículo sobre una mujer que crió cuatro hijos, vio a uno ir a
la guerra y un día se desplomó en medio de gritos al enterarse de que estaba
muerto.
No es un artículo sobre cómo esa mujer trató de permanecer despierta tres
días seguidos para no tener que despertarse, recordar la noticia y volver a
gritar.
Este artículo no intentará explicar la cruel indecencia de un presidente
canalla que mandó a su hijo a matar y morir por mentiras, y que tiene las
agallas de llamarla “mamá” y considerarse día tras día, hasta hoy, el
rey autoproclamado y desmedido del mundo.
Este no es un artículo sobre una mujer que puso ante el mundo su dolor y sus
sentimientos más íntimos, que sacrificó un matrimonio de 29 años y tiempo con
los hijos que le quedan a un país indiferente a la pérdida diaria de vidas, y
que logró despertar a muchos y hacerlos echarse a la calle y gritar a voz en
cuello.
No es un artículo sobre una mujer que acampó en el calor y polvo de Texas y
aceptó tantas invitaciones y llamadas telefónicas de soldados y trasnochó tanto
hablando con padres dolidos, que su propia vida estaba en riesgo, porque no
podía vivir con sí misma si no daba todo lo que tenía para impedir que una sola
madre más viviera la pérdida que ella conoció.
Tampoco es un artículo sobre una pérdida y dolor que no se limitan a su hijo,
sino que cada día abarcan a cientos de miles de iraquíes muertos y a los pobres
de nuestro planeta, a los miles de niños que a diario mueren de hambre, mientras
que Estados Unidos gasta indecentemente miles de millones de dólares en la
construcción y el desplazamiento de armas de muerte.
Tampoco es sobre los millones de personas que aprendieron el nombre de esta
mujer, cuyo corazón se partió con el suyo, pero que se alegraron al ver que ella
les arrebató la superioridad moral y las primeras planas a los mayores
mentirosos del mundo y los asesinos más despiadados, porque ella tenía la razón
y era intrépida.
Este artículo ni siquiera es sobre una cultura que demoniza y ataca a una
persona así, que convierte cada una de sus palabras o gestos en ataques de
miopes autores de blogs, en reproches de los arquitectos de la guerra y en
propaganda fascista de las principales voces de la prensa grande.
Tampoco es sobre una sociedad que ensalza a las madres como “el pilar del
hogar”, una contramedida para exculpar a los que lanzaron la guerra, para
después traicionarlas y llamarlas “putas” si hacen algo más que llorar en
silencio.
Tampoco es solo sobre una mujer que no se dejó acorralar con las estrategias
imperiales “realistas”, como un calendario para la retirada por etapas. Ni es
solo sobre el hecho de que no disculpa el financiamiento de la guerra y repite
que la matanza y la tortura de seres humanos paren ya.
Y no, este artículo tampoco es principalmente sobre los muchos interrogantes
con que ella misma chocó, que le ha planteado al movimiento y sobre los cuales
mucha gente no quiere hablar. Como por qué los demócratas no obedecen la
voluntad popular, o qué clase de sistema solo permite dos lados de la posición
pro guerra, o qué hacer con los estadounidenses que van por el camino de ser
buenos alemanes. Esos interrogantes son críticos y angustian, y tienen
respuestas. Se necesita un movimiento que anime el debate sobre esos
interrogantes, que encare la realidad honesta e incansablemente, que busque la
verdad y se la diga a la gente.
No, darse por vencido nunca es la respuesta correcta. Pero seamos francos,
este artículo no es sobre lo que Cindy Sheehan debería hacer. No cuando hay
otros 300 millones de personas en este país que cada día tienen que tomar
decisiones importantes y que lo hacen a diario aunque no se den cuenta.
Este no es un artículo sobre Sheehan.
Es un artículo sobre el lector.
Los que leen en la pantalla de la computadora. Los que se manchan las manos
con la tinta de los periódicos. Los que respiran, cuyo pecho se infla mientras
se desinfla el pecho de otros seres humanos que nacieron encima de enormes
reservas de petróleo; mientras les roban el aliento y allanan su tierra;
mientras sus niñas aprenden a temer sus senos en ciernes y sus caderas que se
amplían bajo la mirada lasciva de las fuerzas de ocupación; mientras los padres
de familia sufren pensando en el peligro que son para sus propios hijos porque
son de una religión diferente que la madre; mientras que la psique, la política
y el punto de vista de qué clase de mundo es posible de todo un país y toda una
región queda para siempre signada por la aparente indiferencia de demasiados
estadounidenses ante la destrucción prolongada… mientras que millones de
personas que también sienten angustia contemplan el devastador e inaceptable
consuelo de darse por vencidas y no mirar la zona de guerra…
Este es un artículo sobre el lector porque, francamente, no hay ni suficiente
espacio ni tiempo ni tinta ni árboles para hacer la cantidad de papel que sería
necesario para explicar que es una señal de fracaso que una mujer como Cindy
Sheehan haya chocado contra todos esos obstáculos. No el fracaso de la
posibilidad de cambio, ni el fracaso de los que se han entregado del todo para
parar todo esto, sino el fracaso de una sociedad que no aprecia ni tiene espacio
para una mujer como ella. Y el fracaso de seguir un rumbo que no se opone de una
manera fundamental a los límites mortíferos de las opciones que el sistema nos
ofrece.
Repito, este es un artículo sobre el lector; sobre si te esconderás o te
resignarás ante la falla de otro, o si en vez te lanzarás a llenar su
puesto.
Este es un artículo sobre lo que piensas y haces cuando te despiertas. Sobre
las vidas que valoras y a las que das prioridad. Y sobre si basta con expresar
descontento o si tienes la responsabilidad de superar los límites, arriesgar
amistades o relaciones familiares, si es necesario, para carear verdades
inquietantes acerca de este sistema político, y si te decidirás a inspirar y
sentar un ejemplo de vivir por algo y afectar algo mucho más grande que uno
mismo.
Es un artículo sobre si sabes lo suficiente y has visto morir a suficientes
hijos e hijas de otras personas por el imperio, y estás dispuesto a decir sin
vacilación que todo esto tiene que parar. Sobre si te vas a lanzar plenamente y
rechazar los callejones sin salida que han llevado a la desorientación a tantos…
sobre si vas a ver más a fondo, considerar soluciones radicales, aunque las
hayas descartado antes.
Sí, a veces podría parecer que hemos lanzado nuestros cuerpos blandos y
nuestros sueños asediados contra rocas frías, y que las fuerzas que se nos
oponen están hechas de mármol impenetrable. Pero el mármol tiene fisuras y
grietas debajo de la superficie que se pueden ubicar; al mármol lo pueden partir
millones de personas comprometidas. Por tanto, me sacude de nuevo la verdad y la
enormidad de las alternativas con que concluye la convocatoria de El Mundo no
Puede Esperar: “La historia está repleta de luchas justas que triunfaron contra
enemigos superiores. Pero también está llena de ejemplos de gente que se mantuvo
al margen, esperando pasivamente que pasara la tormenta, y quedó ahogada por
horrores que no se imaginó”.
La guerra es una infamia.
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