La Jornada, 26 de marzo de 2007
Ni escándalos de corrupción ni casos de tortura afectan el turismo en
Washington
Ajenos a la violación de los derechos civiles, los estadunidenses disfrutan
la primavera
DAVID BROOKS CORRESPONSAL
Washington, 25 de marzo. Es temporada turística en esta capital. Al
pasear por los monumentos y los imperiosos edificios federales, la gente goza el
amanecer de la primavera entre los cerezos que empiezan a florecer, los
restaurantes y cantinas llenas de asesores, analistas, cabilderos, abogados y
políticos -la clase permanente del poder y toda la industria que la rodea- y
parecería que pocos están preocupados, si es que enterados, de una serie de
catástrofes a su alrededor.
Pocos perciben que hay un gran número de ausentes que nunca más podrán tener
la oportunidad de ver los cerezos en primavera o visitar el monumento a Lincoln,
y menos platicar con los responsables de su destino. Más de 3 mil 200 soldados
estadunidenses muertos en Irak y otros cientos más en Afganistán, y entre 50 mil
y 650 mil iraquíes (nadie sabe la cifra real).
Pocos de los turistas que pasean por el gran parque entre el Monumento a
Washington y el Capitolio sospechan que posiblemente son vigilados, que sus
correos, sus comunicaciones electrónicas, sus llamadas, sus compras, son sujetos
-en secreto- a ser revisados por agentes federales. Recientemente se reveló que
la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) ha realizado más de 20 mil pesquisas
secretas de los archivos de llamadas y otras comunicaciones, incluso información
financiera y más, de estadunidenses sin necesidad de autorización judicial bajo
las nuevas leyes antiterroristas. También se reveló que en miles de estos casos,
la FBI abusó de su autoridad al realizar estas investigaciones.
Los gritos inaguantables de los torturados no se alcanzan a escuchar entre
los que visitan los museos de esta ciudad. De que la tortura haya sido
legalizada bajo los argumentos de que el "enemigo" es salvaje y amenaza a todo
lo llamado "civilización"; nada de eso parece perturbar a las familias que
visitan las estatuas de los fundadores de esta nación.
Sólo hace una semana, el gobierno de George W. Bush reveló que Khalid Shaikh
Mohammed confesó ser el autor intelectual del 11-S y de una larga lista de
algunos de los principales atentados terroristas de los últimos años. La misma
confesión reveló que Mohammed había sido torturado.
"¿Estamos conscientes de qué reside al final del camino abierto por la
normalización de la tortura? ¿Estamos conscientes de que la última vez que tales
argumentos eran parte del discurso público en la Edad Media cuando la tortura
aún era un espectáculo público?", pregunta Slavoj Zizek, director internacional
del Birkbeck Institute for the Humanities en un artículo publicado este fin de
semana en el New York Times. Concluye que "las víctimas más grandes de
la tortura como práctica usual somos todos nosotros, el público informado".
A la vez, pocos aquí comentan, al pasar por las exhibiciones y monumentos
dedicados a la Segunda Guerra Mundial de la existencia de un campo de
concentración en territorio operado por Estados Unidos y ubicado en Guantánamo.
Hoy el New York Times en un editorial titulado La prisión del
presidente, comentó que ese lugar ha "dañado profundamente la credibilidad
de esta nación como campeón de la justicia y los derechos humanos".
La confesión de Mohammed fue arrancada en este sitio, al igual que otras en
el mismo lugar o en cárceles clandestinas de la Agencia Central de Intelgencia
(CIA) en otras partes del mundo. Pero el gobierno ha decretado que ningún
prisionero en Guantánamo u otras prisiones pueden presentar quejas legales sobre
su tortura ante el sistema judicial estadunidense, aun aquellos que han sido
liberados y declarados inocentes. "El argumento del gobierno es que el trato a
sus prisioneros es secreto de Estado y no puede ser discutido abiertamente",
señala el Times. Pero la verdadera razón, afirma el rotativo, es que el
manejo de estos casos ha sido tan viciado de que no podría defenderse ante un
tribunal real.
El procurador general Alberto Gonzales fue quien declaró en 2002 que las
Convenciones de Ginebra eran "obsoletas", el mismo que justificó el empleo de la
tortura.
Mientras descansan en sus hoteles y se alimentan en los restaurantes aquí,
pocos parecen comentar que estos mismos lugares fueron sede de lo que podrían
ser algunos de los escándalos de corrupción más grandes en la historia moderna
de esta capital. El viernes, J. Steven Griles, quien fue el segundo funcionario
de más alto rango en el Departamento del Interior, se declaró culpable de mentir
ante un comité del Senado para encubrir su relación con el famoso cabildero Jack
Abramoff, centro de un escándalo de soborno y corrupción de políticos y
funcionarios republicanos que aún continúa como una sombra enorme sobre la
capital. Griles ahora es el funcionario de mayor rango de este gobierno culpado
de un delito en este asunto; fue subsecretario del Interior durante el primer
periodo de la presidencia de Bush y uno de los arquitectos de la política
energética del presidente.
Otras nueve personas, incluido un representante federal ahora encarcelado,
han sido condenados penalmente o se han declarado culpables en el escándalo de
corrupción de Abramoff, quien cumple una condena de seis años de prisión. Se
pronostica que habrá más.
Hay otros escándalos de corrupción: el representante federal, Duke
Cunningham está encarcelado y pronto lo acompañará el que fuera el tercer
oficial más alto de la CIA, Dusty Foggo, quien enfrenta en compañía de
un contratista de defensa, 11 cargos de conspiración y lavado de dinero
en un intento de enriquecerse mientras se encargaban de defender al país.
Por cierto, la fiscal federal Carol Lam, de San Diego, quien llevó el caso
contra el representante Cunningham y que investigaba a Foggo, es uno de los ocho
fiscales federales recién despedidos por el gobierno de Bush, decisión ahora
bajo investigación por sospecha de que el motivo fue político.
En tanto, continúan averiguaciones, investigaciones y sospechas de varias de
las principales figuras de este gobierno quienes, de alguna u otra manera, están
implicados en varios de estos desastres, encubrimientos y escándalos de
corrupción. Por lo tanto, este cuento no ha terminado.
"Dejen de decir que el presidente Bush no nos ha pedido ningún sacrificio
para la guerra. Ha pedido que sacrifiquemos algo enorme: nuestros derechos
civiles. A lo cual el pueblo estadunidense ha respondido, 'sí, ¿y que?'",
escribió el cómico político Bill Maher en un artículo publicado en el diario
Los Angeles Times. "Bush nos arrebató las cosas que sabía que no nos
importaban: nuestra privacidad y nuestra moralidad". Maher dice que se sacrifica
la moralidad cuando el procurador general anula el habeas corpus,
permite la tortura y la desaparición de gente. "Este gobierno ha revisado
nuestras llamadas, cuentas de tarjeta de crédito, nuestro correo y nuestras
visitas a Internet... Yo me envió por correo una copia de la Constitución cada
mañana con la esperanza de que ellos la abran y se enteren qué dice ese
documento", escribió.
Maher concluyó: "¿Por qué nadie hace las preguntas difíciles como: ¿es
necesaria la tortura? o ¿quién está vigilando a los vigilantes?"
Por lo menos los cómicos sí están cuestionando algo, mientras demasiados aquí
prefieren dedicarse al turismo y ver los cerezos florecer en primavera.
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