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Los suicidas de Guantánamo

Andy Worthington
CounterPunch
28 de octubre de 2007

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La triste historia de los suicidios de Guantánamo –la muerte de tres hombres, Ali al- Salami, Mani al-Utaybi y Yasser al-Zahrani en junio de 2006, y la de Abdul Rahman al- Amri, en mayo de este año- tomó un giro inesperado la semana pasada cuando, en ausencia del informe sobre esas muertes largamente esperado del Servicio de Investigación Criminal Naval (NCIS, en sus siglas en inglés), el capitán de navío Patrick McCarthy, anterior abogado del equipo directivo de Guantánamo, declaró en una entrevista que todos esos hombres se habían suicidado con “lazadas astutamente fabricadas”.

Para que la ridícula historia de la ropa interior pasada a escondidas siguiera atrayendo la atención de los medios, McCarthy intentó destacar la seriedad de la respuesta de la administración a las absurdas acusaciones de que a los detenidos se les había entregado clandestinamente ropa interior diciendo: “Había un Speedo (*) en el campo y alguien podía colgarse con él. El Speedo lleva también un cordón. El cordón se puede utilizar para sujetarse el Speedo y la lazada puede hacerse desde la abertura.”

Rompiendo el protocolo, McCarthy habló también de las muertes en Guantánamo, afirmando que él había visto personalmente a “todos y cada uno de los cuatro hombres muertos –todos se habían colgado- y que los tres primeros habían utilizado lazos corredizos”. Esta es la primera vez que un representante del ejército estadounidense ha hablado abiertamente de la muerte de al-Amri, quién, dijo McCarthy, había fabricado “una especie de lazada con el cordón” para matarse, aunque Carol Rosenberg, del Miami Herald, que informó de la historia, añadió que “él no fue quién la hizo”.

Hace mucho tiempo ya que vienen discutiéndose las circunstancias en que se produjeron las muertes de esos hombres. Después de los suicidios de 2006, muchos antiguos detenidos que habían conocido a los hombres hablaron de su conmoción e incredulidad por la noticia. Tarek Dergoul, un detenido británico liberado en 2004, pasó tres semanas en una celda junto a al-Utaybi. Recordó “su espíritu infatigable y desafío” y señaló que estaba “siempre en la vanguardia de la lucha por nuestros derechos”. Tenía recuerdos similares de al-Zahrani, describiéndole como alguien “siempre optimista” y “desafiante”, y añadiendo que “siempre estaba defendiendo a sus hermanos cuando veía que se cometía alguna injusticia”.

En una noticia de prensa publicada poco después de que se anunciaran las muertes, anteriores detenidos, incluidos los nueve nacionales británicos liberados, “manifestaron su desdén” por las alegaciones de que los muertos se habían suicidado, y declararon que “seguramente, casi con certeza, se trataba de muertes accidentales causadas por uso excesivo de la fuerza” por parte de los guardias. Sin embargo, el residente británico Shaker Aamer dio un toque de advertencia al manifestar lo que le dijo un guardia en Camp Echo, una sección de aislamiento donde se les recluía durante cierto tiempo (y donde el mismo Aamer ha pasado ya dos años y dos meses sin compañía humana alguna): “Han perdido la esperanza en la vida. No hay esperanza en sus ojos. Son como fantasmas y quieren morir. Ningún tipo de alimento les va a mantener ya vivos. Incluso con cuatro comidas al día, esos hombres tienen diarreas continuas por alguna proteína que les sienta mal.”

Como el NCIS, inexplicablemente, ha dado por concluida su investigación, es imposible saber en este momento cuál será la conclusión oficial. Está claro que el ejército ha dado un paso atrás en su respuesta inicial, cuando el comandante de la prisión, el contralmirante Harry Harris, atrajo la condena mundial al declarar que las muertes de esos hombres eran “un acto de guerra asimétrico”. Sin embargo, como se ha revelado en documentos publicados a lo largo de este año por el Pentágono que describían, con minuciosos y heladores detalles, el peso de todos los detenidos en Guantánamo a lo largo de su detención, los tres hombres habían estado largo tiempo en huelga de hambre y dos habían sido alimentados a la fuerza hasta su muerte. Debería señalarse que este proceso, deliberadamente penoso y diseñado para “destrozar” a los huelguistas, es ilegal según las leyes internacionalmente reconocidas sobre los derechos de los prisioneros cuando deciden emprender huelgas de hambre, pero en esto, como en casi todas las demás cosas en Guantánamo, la administración estadounidense considera que está por encima de la ley.

Al-Zahrani estuvo siendo alimentado a la fuerza varias veces por semana desde principios de octubre de 2005, y diariamente desde el 14 de noviembre al 18 de enero de 2006, durante todo ese período su peso fluctuó entre 40 y 45 kilos. Al-Utaybi, que pesó sólo 40,6 kilos en diversas ocasiones entre septiembre y octubre de 2005, fue alimentado a la fuerza varias veces por semana desde julio a septiembre de 2005, y diariamente desde el 24 de diciembre al 7 de febrero de 2006. De forma crucial, su alimentación forzosa empezó de nuevo el 30 de mayo de 2006 y continuó hasta que los registros terminaron el 6 de junio, justo tres días antes de su muerte.

Más preocupante aún es el relato de la huelga de hambre de al-Salami. Aunque su pérdida de peso no parecía grave –pesaba unos saludables 78,5 kilos al llegar a Guantánamo- perdió casi la tercera parte del peso de su cuerpo en el momento álgido de su huelga de hambre, cuando su peso bajó a 59 escasos kilos. Sin embargo, lo que resultó especialmente preocupante en el informe sobre su peso fue la revelación de que había sido alimentado a la fuerza diariamente desde el 11 de enero de 2006 hasta que, al igual que en el caso de al-Utaybi, los registros terminaron el 6 de junio, justo tres días antes de su muerte.

Considerando toda esta información, no es sorprendente que quienes sospechan de la administración –y se suponía que el capitán McCarthy estaba al frente de la recogida de datos- pudieran concluir, como antiguos detenidos habían sugerido, que las autoridades no habrían tenido que esforzarse mucho para acabar con los tres hombres que persistentemente habían excitado la ira de la administración por su falta de cooperación y sus huelgas de hambre, y que se encontraban todos especialmente débiles en el momento en que murieron.

En cuanto a la muerte de Al-Amri, Carol Rosenberg señaló que las sospechas sobre las circunstancias de su muerte se vieron agravadas por el hecho de haber muerto en Camp Five, una de las secciones de máxima seguridad en la prisión. Ella explicó que “en las visitas hechas al campo por parte de los medios de comunicación y una serie de visitantes distinguidos, se les subrayó que el Camp Five estaba diseñado a prueba de suicidas, hasta con ganchos para las toallas que no pudieran aguantar el peso de un detenido para impedir que se ahorcara”, y que, además, “esas visitas programadas destacaban que cada cautivo, encerrado en una celda individual, estaba bajo constante control electrónico y de la policía militar, lo que significaba que había un guardia observándoles al menos una vez cada tres minutos”.

La abogada Candace Gorman presentó un enfoque más crítico aún sobre la muerte de al-Amri, informando la pasada semana de una visita realizada en el mes de julio a uno de sus clientes, Abdul Hamid al-Guizzawi. Un tendero sudanés, casado con una mujer afgana, con un hijo y al que no se le había visto durante seis años, al-Ghizzawi estaba “visiblemente conmocionado” cuando se reunió con Gorman, e inmediatamente le habló de su “desesperación” por la muerte de Amri. Según Gorman lo describió, “Al-Guizzawi sabía que Amri había padecido hepatitis B y tuberculosis, las mismas dos enfermedades que él también padecía. Como al-Guizzawi, Amri no había sido tratado de esas enfermedades.

Al-Ghizzawi, estaba ya tan enfermo que apenas podía caminar, me dijo que Amri, también había estado enfermo y que entonces, de repente, apareció muerto”. La conclusión de al-Ghizzawi, según se describía en la página de Internet de Gorman, era que al-Amri podía haber muerto por “negligencia médica”, aunque también señalaba que al-Guizzawi “había mencionado que Amri había estado varias veces en huelga de hambre en el pasado pero que hacía tiempo que había decidido ponerles fin a causa de su mala salud”.

Aunque esta información es correcta, a uno le resta preguntar tan sólo cuáles fueron los efectos que sobre la salud de al-Amri tuvo el haber participado en la huelga de hambre general del otoño de 2005, cuando su peso, que había sido de 68,5 kilos cuando llegó a Guantánamo en febrero de 2002, bajó en un determinado momento hasta 40,5 kilos, siendo alimentado a la fuerza, a menudo varias veces a la semana, desde octubre de 2005 a enero de 2006. Al igual que los otros tres hombres que murieron en junio de 2006, al-Amri no era un detenido que colaboraba, había rechazado tomar parte en todos los falsos tribunales y revisiones administrativas celebrados en Guantánamo, y no hace falta mucha imaginación para concluir que, con sus graves enfermedades sin tratar, él, como los otros tres hombres el año anterior, podía haber muerto no por negligencia médica, sino a causa de otra “muerte accidental motivada por el uso excesivo de la fuerza” por parte de los guardias.

No afirmo de ninguna de las maneras conocer la verdad sobre los hechos, pero al recuperar las historias de las muertes de esos hombres confío haber demostrado que, lejos de aclarar las cosas, los comentarios del capitán McCarthy sólo han servido, irónicamente, para revivir las historias más trágicas de Guantánamo, cuando es de presumir que el resto de la administración confiaba en que se hubieran olvidado. Dieciséis meses después de las primeras muertes y cuatro meses después de otra nueva muerte más, que causó tanta angustia a Abdul Hamid al-Guizzawi, ya va siendo hora de que los investigadores del Servicio de Investigación Criminal Naval emitan su veredicto.

N. de la T:

(*) El Speedoes una marca de bañador deportivo.

Andy Worthington es un historiador británico y autor del libro “The Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detenees in America’s Illegal Prison”, que aparecerá publicado en Pluto Press antes de que acabe octubre. Su página en Internet es: www.andyworthjington.co.uk. Se puede contactar con él en:

andy@andyworthington.co.uk

Enlace con texto original en inglés:

http://www.counterpunch.org/worthington10242007.html


 

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