El escenario de la bomba a punto de explotar
Por la llamada “Guerra global contra el Terrorismo”, Estados Unidos ha
perdido su lugar entre los países respetuosos de los derechos humanos. No fue,
sin embargo, el brutal ataque contra las torres gemelas la causa eficiente de
esa sensible pérdida de prestigio, sino el empeño de la Administración Bush de
combatir al terror con las armas del autoritarismo y de la violencia, en lugar
de privilegiar la democracia y el estado de derecho.
Hace siete años, Estados Unidos cayó en la “tentación del excepcionalismo” en
la que tantos países latinoamericanos incurrieron en décadas pasadas. Esa
tentación es la actitud de pensar que los derechos humanos están muy bien para
otros o para tiempos “normales”, pero nosotros somos diferentes, o el desafío
que enfrentamos es diferente, y ello justifica dejar de lado los principios más
cercanos a nuestra identidad nacional.
El mal hecho a la estatura moral internacional de Estados Unidos puede
remediarse. El retroceso ocasionado a la causa misma de los derechos humanos ya
se empieza a superar – en buena medida por la vigorosa y eficaz respuesta de las
organizaciones norteamericanas de la sociedad civil que respondieron a estas
políticas, respuesta admirada en el mundo entero.
Un daño mayor a la imagen de Estados Unidos como una sociedad decente – que
no agrede sino que protege a sus habitantes – es haber instalado un debate
peregrino y estéril sobre justificaciones y definiciones de la tortura y
limitado las oportunidades judiciales para responsabilizar a quienes la
practican.
Lamentablemente, la Administración Bush no ha estado sola; el mundo del
entretenimiento y hasta juristas connotados han replanteado el tema con
inventiva digna de mejor causa. Pero sus argumentos son apenas refritos de lo
que los latinoamericanos escuchamos en su momento de Pinochet, Videla y sus
corifeos en culturas empobrecidas por el miedo.
El escenario de la bomba a punto de explotar se presentó hace casi cuarenta
años en nuestros países y sabemos muy bien cómo terminó esa película. Ni
entonces ni ahora el argumento resiste el menor análisis. Como no sabemos quién
posee la información que necesitamos, deberemos torturar a cientos de inocentes
sin siquiera estar seguros de poder encontrar a tiempo la información que
buscamos. Por ese camino creamos fuerzas de seguridad temidas pero no
respetadas, que pierden la confianza de nuestros ciudadanos y resultan menos
eficaces en la lucha contra el delito.
El argumento de las potestades plenas del Presidente como comandante en jefe
de las fuerzas armadas y fuera de las reglas de la guerra establecidas en los
Convenios de Ginebra es el aporte más “original” de los juristas de Bush. Los
abogados de Pinochet y Videla nunca se atrevieron a ir tan lejos como sugerir
que el Presidente está por encima de la ley. Afortunadamente, los fracasos de la
presidencia de Bush sepultarán consigo estas ideas insostenibles desde la teoría
constitucional pero no por ello menos peligrosas.
La tarea de desandar estos siete años de desatinos recién comienza. Hay que
desmantelar el arsenal represivo que permite la tortura, la detención arbitraria
prolongada, los procesos penales por comisiones militares y la desaparición
forzada llamada engañosamente “rendición”. Ha de crearse una comisión
investigadora independiente y apartidaria, que revele todo lo que todavía no
sabemos sobre los abusos cometidos en esta guerra e identifique a los
responsables. Sobre todo, será necesario desde ya luchar contra la
impunidad.
Aparentemente, Bush se propone dictar, antes de dejar la Casa Blanca, un
indulto genérico e innominado para protegerse a sí mismo y a quienes lo
secundaron en esta inmoral empresa. Hasta las auto-amnistías de las dictaduras
latinoamericanas palidecen frente a este verdadero abuso del poder
presidencial.
La ética democrática, la noción misma del estado de derecho y las normas
jurídicas emergentes en derechos humanos serían violentadas por este intento de
consagrar la impunidad, tal como fue establecido hace años en los demás países
de la región. Quienes lo impulsan deben saber que la historia demuestra que se
trata de un vano intento de tapar el sol con las manos.
es el Presidente del Centro Internacional por la Justicia de Transición
(ICTJ, por sus siglas en inglés), Nueva York.
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