REPORTAJE: LA GUERRA SUCIA DE BUSH Así torturaba la CIA
Los métodos de interrogatorio en la era Bush han quedado al
descubierto: simulacros de muerte, amenazas e intimidación psicológica. Ahora
falta saber si alguien pagará por ello
DAVID ALANDETE El Pais 30/08/2009
El preso está desnudo. Sólo lleva una capucha. Se le retiene sentado,
esposado de manos y pies. Lleva horas en la celda. Sin ver. Sin saber lo que
pasa a su alrededor. El interrogador de la CIA entra, sigiloso, con una pistola.
Abre el tambor y lo gira varias veces junto al oído del detenido, para que sepa
que hay un arma de por medio. Le pide información. El preso sigue callado. El
agente sale, y entra con un taladro eléctrico. Otros interrogadores han puesto
al preso de pie, esta vez en medio de la celda. El interrogador enchufa el
taladro y juega con él, acercándoselo al preso oído, advirtiéndole de que le
puede taladrar una pierna. De lo mucho que duele.
La desorientación es total. Las celdas están iluminadas las 24 horas del día.
La temperatura ambiente, manipulada, para hacer que los presos pasen calor o
frío. Se les desnuda. Se les encapucha. Se les ducha con agua fría. En las
duchas, entran agentes que les friegan el cuerpo con los mismos cepillos que se
usan para limpiar suelos. Se les obliga a arrodillarse y, una vez están de
rodillas en el suelo, se les empuja para que caigan con todo su peso sobre su
espalda. Se les enfunda en pañales. Se les ridiculiza y desorienta. Se les
restriega por los suelos. Se les humilla. No son nadie. No tienen derechos.
Nadie sabe que están allí, en un lugar secreto, por razones que no se les
revelan. Y lo peor, el dolor físico, está por llegar.
Dick Cheney, número 2 del Gobierno, tras el entonces presidente George Bush,
en noviembre de 2007.- AFP |
Los marines de Estados Unidos custodian a dos detenidos durante una
intervención en el distrito iraquí de Abu Gharib. - AP |
Leon Panetta, director de la CIA, el día que fue elegido en el cargo. -
Reuters |
Un detenido vuelve a su celda en la base naval de Guantánamo Bay, en Cuba. -
Foto: Andres Leighton / AP |
Es sólo una pequeña muestra de cómo torturó la CIA. Lo ha revelado esta
semana un informe elaborado por el Inspector General de la agencia en 2004, en
el que se da detallada cuenta de una serie de métodos inhumanos para sacar
información, desclasificado por un juzgado federal de Nueva York gracias a una
demanda de la Asociación de Libertades Civiles de América y Amnistía
Internacional.
El grupo de interrogadores de la agencia, aprendices en el arte de la
tortura, llegó lejos. En el informe se detallan casos extremos. Un agente, por
ejemplo, está interrogando al preso. De repente, en el pasillo, se oye un
disparo. Gritos. Carreras. Insultos. "Le has matado". "¿Qué has hecho?". El
interrogatorio acaba, bruscamente. El agente acompaña al preso, sin capucha y
esposado, a su celda. Al salir de la sala de interrogatorios, el detenido ve el
cuerpo de un hombre, vestido como un preso, encapuchado, en el suelo. Toda la
escena, un teatro de la tortura, para hacerle creer que la CIA ha matado a un
compañero de cautiverio.
Al preso se le coloca, también, en el centro de su celda. Se le quitan las
esposas de las manos. En su lugar, se le ata ambas muñecas a la espalda, con un
cinturón. Este cinturón se liga a una cuerda o una cadena, que va enganchada a
una polea del techo. El interrogador tira de ella. El preso queda suspendido en
el aire, retorciéndose de dolor. Hay que parar antes de que se le disloquen los
brazos.
Uno de los métodos más efectivos para obtener información es el de la llamada
técnica de los puntos de presión. Se colocan las dos manos sobre el cuello del
detenido. Se busca la arteria carótida. Se aprieta con fuerza, mirando a los
ojos al detenido, sin titubeos, intimidando. Se aguanta, se sigue apretando,
hasta que el preso dé un cabezazo o parezca que vaya a desmayarse. Entonces se
le sacude, hasta que se le reaviva. La técnica se puede repetir hasta tres
veces.
Estas técnicas de maltrato se probaron, entre 2002 y 2003, sobre un grupo de
presos retenidos en diversas cárceles secretas de la CIA, en lugares no
revelados. Entre ellos se encontraban Khaled Sheikh Mohammed, supuesto autor
ideológico de los ataques contra Washington y Nueva York de 2001; Abu Zubaydah,
colaborador de Osama Bin Laden y organizador de la red de transporte de
terroristas de Al Qaeda, y Abd al-Rahim al-Nashiri, al que se acusa de perpetrar
el atentado contra el destructor USS Cole en Yemen en 2000. Los tres están
detenidos en Guantánamo.
Muchas de estas técnicas de tortura se transmitieron del Ejército a la CIA.
De hecho, en el informe se admite que un psicólogo del Departamento de Defensa
creó un manual de uso interno titulado Reconocer y desarrollar medidas contra
la resistencia de presos de Al Qaeda a las técnicas de interrogatorio. Al
Ejército, el trato a los prisioneros se le fue completamente de las manos. De la
interrogación se pasó a la tortura y, de ella, al sadismo. En la cárcel iraquí
de Abu Ghraib, un grupo de soldados convirtió a los presos en sus juguetes, algo
que inmortalizó en una serie de fotos de la vergüenza que fueron filtradas a la
prensa en 2004. En ellas se ve a soldados sonrientes, atormentando a los
detenidos con palos de hierro, armas de fuego y perros; a cadáveres cubiertos en
hielo; a hombres desnudos, amontonados como si fueran sólo carne.
Obama tuvo la oportunidad de revelar nuevas fotos de abusos, y así prometió
que lo haría al llegar al Gobierno. Pero al ver las fotos, ominosas, cambió de
opinión. "La consecuencia más directa de publicar esas fotos sería, creo,
enardecer aún más los sentimientos antiamericanos y poner a nuestras tropas en
peligro", dijo el presidente en una conferencia de prensa en mayo.
El informe se confeccionó, según se explica en el mismo, porque "un grupo de
oficiales de la agencia de diverso rango, implicados en actividades de detención
e interrogatorio, está preocupado porque, en el futuro, temen verse expuestos a
procesos legales en EE UU o el extranjero y que el gobierno de EE UU puede no
respaldarlos. Aunque el actual sistema de detenciones e interrogatorios de la
CIA ha sido sujeto a la revisión legal del Departamento de Justicia y a la
aprobación de la Administración, diverge considerablemente de la política y las
prácticas previas de la agencia". Los propios agentes pensaban que nunca jamás,
en la historia de la CIA, se habían corrido tantos peligros. Intuían que podrían
verse en el banquillo, como ahora les puede suceder, aunque fuera con el
beneplácito de Bush.
A Sheikh Mohammed se le sometía a ahogamiento fingido 183 veces
y se le llegaba a mantener despierto 180 horas
La CIA llegó a aconsejar, en diversos memorandos
desclasificados, cómo se debía torturar bien para no correr riesgos
Cheney defiende lo realizado por la CIA bajo el argumento de que
la información ayudó a salvar vidas
Al mismo tiempo, en los descansos, se le amenazaba con asesinar
a sus hijos. "Los vamos a matar", le decían
Los agentes de la CIA pensaban que nunca se habían corrido
tantos peligros. Intuían que podrían ir al
banquillo |
Esos agentes creían "que la revelación pública del programa antiterrorista de
la CIA es inevitable y dañará seriamente la reputación del personal de la CIA y
la reputación y la efectividad de la Agencia en sí misma". Washington respondía
que no. Que las técnicas eran legales. Recomendaba, eso sí, que el daño
infligido a los terroristas no fuera severo, que el preso no estuviera en riesgo
de perder su vida. En ese caso, la información seguiría fluyendo. Mientras, a
Sheikh Mohammed se le sometía a ahogamiento fingido 183 veces y se le llegaba a
mantener despierto 180 horas, una semana entera. En los descansos, se le
amenazaba con matar a sus hijos, que estaban bajo la custodia de soldados
estadounidenses y paquistaníes.
En aquella época, en la que los agentes de la CIA experimentaban con lo que
se comenzaba a conocer como "técnicas especiales de interrogación", el entonces
Presidente George W. Bush emitió un comunicado, en junio de 2003, condenando la
tortura: "Estados Unidos declara su gran solidaridad con las víctimas de la
tortura en el mundo. La tortura en cualquier lugar es una afrenta a la dignidad
humana. Nos comprometemos a construir un mundo en el que los derechos humanos
sean respetados y protegidos por el imperio de la ley". Excepto, parece ser, en
las cárceles secretas de la CIA.
De hecho, según el informe en el que se han revelado, detalladamente, todos
aquellos malos tratos, la Casa Blanca dio autorización expresa para cometerlos.
Incluso llegó a aconsejar, en diversos memorandos desclasificados en abril, cómo
se debía torturar bien, para no correr riesgos. "La Oficina del Inspector
General [de la CIA, autora del informe] ha colaborado estrechamente con el
Departamento de Justicia para determinar la legalidad de las técnicas especiales
de interrogación", dice el informe.
Los temores de los agentes de la CIA estaban justificados. Sólo ha sido
necesario que llegara una nueva Administración, que ha publicado los memorandos
del Departamento de Justicia -el llamado manual de la tortura de la CIA-
y ha revelado, entre otras cosas, la existencia del programa antiterrorista de
la agencia y que dentro de él se contrató a mercenarios para matar a
terroristas. Es más, ha descubierto con pavor que el anterior vicepresidente,
Dick Cheney, le ordenó a la CIA mentir al Congreso y ocultar la existencia de
operaciones de captura de terroristas.
A lo largo de los meses se han ido acumulando evidencias de que la CIA pudo
haber quebrantado la ley. "El propio inspector general de la CIA documentó, con
una perturbadora minuciosidad, el nivel de tortura cometido y hasta qué punto se
violaron las leyes", opina Anthony Romero, director ejecutivo de la Asociación
de Libertades Civiles de América, que interpuso la demanda gracias a la que se
reveló dicho informe.
Justo el lunes, el comité de control ético del Departamento de Justicia
finalizó una revisión de cinco años de duración sobre una docena de casos de
supuesta tortura ya investigados por un grupo de abogados del estado de
Virginia, por encargo de Bush, y que quedaron cerrados. Ese comité decidió que
debían ser reabiertos y recomendaba al fiscal general encausar a los agentes que
cometieron aquellas torturas.
El hombre que recibió esta recomendación, Eric Holder, fiscal del Estado,
tenía dos opciones. La primera era cumplir la promesa que había hecho
previamente, en sintonía con el presidente Obama. Dejar el pasado en paz, no
hurgar en los errores de la CIA, y procurar que la historia no se repitiera. Al
fin y al cabo, Obama prohibió la tortura por decreto nada más tomar posesión de
su cargo. En abril, en un comunicado, el propio fiscal general había dicho:
"Sería injusto encausar a aquellos hombres y mujeres abnegados, que trabajan
para proteger a América, por un comportamiento que fue aprobado previamente por
el Departamento de Justicia".
La segunda posibilidad era reabrir los casos, con lo que aquello implicaba:
poder ver a agentes de la CIA en el banquillo. Obama le había dado carta blanca
a Holder. Uno de los portavoces del presidente, Bill Burton, dijo que el asunto
le atañía ahora, exclusivamente, al fiscal general. El pasado lunes, en una
conferencia de prensa en Martha's Vineyard (Massachusetts), donde el presidente
pasa sus vacaciones, Burton recalcó que "la decisión final de a quién se
investigará y quién será encausado depende del fiscal general".
Eric Holder no tardó en decidir, con su proverbial independencia. Habría
investigación. Oficialmente, los agentes pueden acabar en el banquillo. "Como
resultado de mi análisis de todo ese material, he concluido que la información a
mi alcance me permite abrir una revisión preliminar sobre si se violaron las
leyes federales con el interrogatorio de ciertos detenidos en lugares del
extranjero", dijo Holder en un comunicado. "Quiero destacar que ni la apertura
de una revisión preliminar ni, si así lo permiten las pruebas, el comienzo de
una investigación exhaustiva, significa que se presentarán cargos
necesariamente".
El hecho de que Holder recalcara que aquello no significaba que fuera a haber
acusaciones formales fue un intento patente de calmar a otro hombre de confianza
de Obama al que le ha correspondido uno de los papeles más complicados en la
nueva administración. Ese hombre es Leon Panetta, abogado de formación, profesor
por vocación y veterano del Partido Demócrata. Desde el pasado mes de febrero es
director de la CIA. Por distintas razones, ha acabado expresando en público lo
mismo que defiende el anterior vicepresidente Cheney. Sobre todo, que sería
injusto encausar a agentes de la CIA que en su día sólo actuaron con la
aprobación de Washington y con el objetivo de evitarle a su país un nuevo
atentado terrorista que causara miles de muertes.
En un correo electrónico filtrado por la CIA a la prensa, Panetta prometió el
lunes no achicarse ante las investigaciones. "El uso de técnicas especiales de
interrogación comenzó cuando nuestro país respondía a los horrores del 11 de
septiembre y acabó en enero. Para la CIA, los desafíos del presente no son las
batallas del pasado, sino las guerras de hoy y las de mañana. Como director en
2009, mi interés principal, en lo que se refiere a un programa que ya no existe,
es estar del lado de aquellos agentes que hicieron lo que su país les pidió y
siguieron el asesoramiento legal que se les facilitó". Además, apuntó al
Departamento de Justicia: "La agencia buscó y obtuvo múltiples pruebas escritas
que confirmaban que sus métodos eran legales".
Al fin y al cabo, el vivero de ideas de la tortura fue la Oficina de
Asesoramiento Legal de la Casa Blanca, adscrita al Departamento de Justicia, la
entidad que emitió una serie de memorandos y envió una retahíla de cartas que
autorizaron el uso de técnicas de maltrato a prisioneros, como el ahogamiento
fingido. En mayo, el propio Departamento cerró una investigación interna sobre
la actuación de los tres abogados de la Administración de Bush (John Yoo, Jay
Bybee y Steven Bradbury) que redactaron aquellos memorandos que autorizaron
técnicas extremas de interrogatorio entre 2002 y 2007.
Algunos de aquellos memorandos, hechos públicos por Obama el pasado mes de
abril, son un verdadero manual de la tortura, una antología de la barbarie para
el uso a discreción de los agentes de la CIA. Fueron la confirmación de que se
seguiría el camino abierto por aquellos pasos que tímidamente se daban en 2002 y
2003, revelados en el informe desclasificado el lunes. En un informe de 2002,
escrito por John Rizzo, se aconseja: "Con el uso del bofetón en la cara, el
interrogador le da una palmada al individuo en la cara con los dedos ligeramente
abiertos. Esa franja hace contacto directo con el área sita entre la punta de la
barbilla y la parte inferior al lóbulo de la oreja. El interrogador invade el
espacio personal del individuo. La finalidad del bofetón facial no es infligir
daño físico que sea duradero o severo. Al contrario, el propósito del bofetón
facial es inducir un susto, la sorpresa y/o la humillación". Y, al fin y al
cabo, como se dice más adelante, "para que el dolor o sufrimiento se eleven al
nivel de tortura, el estatuto requiere que sean severos".
Más consejos sobre como maltratar bien: "El confinamiento conlleva la
colocación del individuo en un espacio reducido, cuyas dimensiones restrinjan la
libertad de movimiento. El espacio reducido es, normalmente, oscuro. La duración
del confinamiento dependerá de las medidas del contenedor. En los espacios
confinados de mayor tamaño el individuo puede sentarse y levantarse. En los de
menor tamaño, sólo puede sentarse. La reclusión en el espacio grande puede durar
hasta 18 horas. El pequeño, no más de dos".
Aquellos memorandos de la tortura incluso llegaban a recomendar amenazas y
extorsiones a la carta. Abu Zubaydah, por ejemplo, ahora preso en Guantánamo,
tiene terror a los insectos. "Ustedes planean informar a Zubaydah de que van
colocar un insecto punzante en su celda, pero en su lugar le van a colocar un
insecto inofensivo, como una oruga. Si lo hacen, para asegurarse
[de que cumplen con la ley], deben informarle de que la punzada del insecto
no produciría la muerte o un dolor severo". ¿Y sufriría excesivamente Zubaydah?
"Una fobia no es una enfermedad mental", dice el informe. "No registra ninguna
condición o problema mental preexistente que le haga propenso a sufrir
enfermedades mentales prolongadas derivadas de los métodos de interrogación que
ustedes proponen". Carta blanca.
Y todo por una misión, filtrada desde las altas esferas del poder, desde la
misma Casa Blanca: defender a América. En justificación de aquellas técnicas
salió el martes su padre ideológico, el ex vicepresidente Cheney. "Los
documentos revelados el lunes demuestran claramente que los individuos sujetos a
técnicas especiales de interrogación ofrecieron la mayor parte de datos de
inteligencia de los que disponemos sobre Al Qaeda. Esos datos salvaron vidas y
previnieron ataques terroristas. Esos detenidos, además, de acuerdo con los
documentos, jugaron un papel en casi todas las capturas de miembros de Al Qaeda
y sus asociados desde 2002". Y finaliza: "Aquella gente merece nuestra
gratitud".
Por las filtraciones de la prensa nacional este mismo mes de agosto, se sabe
que incluía dinero y entrenamiento para formar un equipo de agentes secretos
capaz de liquidar a yihadistas de Al Qaeda por la vía rápida, matando a sus
principales dirigentes, y que después de 2004 incluyó a mercenarios de la
empresa privada Blackwater. Por aquel trabajo, Blackwater (ahora renombrada Xe
Services) recibió "millones de dólares para entrenamiento y armamento", según
publicó recientemente el diario The Washington Post.
Blackwater llegó a ser el mayor contratista de Washington en Irak, ingresando
millones de dólares por misiones de seguridad privada y protección de miembros
del cuerpo diplomático. El Departamento de Estado rescindió los contratos con la
empresa a principios de este año, tras recibir informes que revelaban la
existencia de un supuesto fraude en las facturas, algo que la empresa ha
denegado en repetidas ocasiones. Previamente, el gobierno de Irak había
expulsado a la empresa por la muerte de 17 civiles en una misión de protección
de diplomáticos norteamericanos en Bagdad en 2007.
Panetta decidió cancelar fulminantemente el plan antiterrorista de la CIA en
junio y acudió al Capitolio a informar de él a diversos representantes y
senadores. "El director Panetta pensó que debía informar al Congreso, y así lo
hizo, Además, sabía que el programa no había ofrecido resultados, así que lo
acabó", dijo el portavoz de la CIA George Little el pasado jueves a Associated
Press. "El director Panetta no le contó a ningún comité que la agencia hubiera
mentido al Congreso o hubiera roto la ley".
Esta revelación le costó a Panetta un encontronazo con la presidenta de la
Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, que afirmó públicamente en mayo que la
CIA le había mentido a ella y a los demás legisladores. "La CIA sólo me informó
una vez sobre los interrogatorios especiales, en septiembre de 2002, en mi
calidad de miembro demócrata de mayor rango en el Comité de Inteligencia. Se me
informó de que los asesoramientos legales del Departamento de Justicia habían
llevado a la conclusión de que el uso de técnicas especiales de interrogación
eran legales. La única mención sobre el ahogamiento fingido en aquellas sesiones
fue para negar que se estuviera utilizando". De modo que, según la persona que
ocupa el puesto de tercer rango en la sucesión de poder del país, la CIA mintió
consciente y reiteradamente al Congreso.
Entonces, en mayo, Panetta hizo suyas por primera vez las heridas infligidas
a la CIA por la anterior Administración, y se dispuso a curarlas con una defensa
cerrada a su personal. Desmintió a Pelosi. Se enfrentó a los demócratas en el
Congreso. Abrió una guerra en el partido. En un correo electrónico enviado a sus
subordinados, Panetta dio garantías a los suyos el pasado 15 de mayo de que "la
CIA nunca ha mentido al Congreso". Pronto, los hechos le desmintieron.
Días después se enteró de que estaba en vigencia el programa secreto para
matar terroristas. Fue entonces cuando tuvo que acudir al Congreso a informar de
él, forzosamente. A los dos días, en defensa de Pelosi, un grupo de demócratas
de la Cámara de Representantes le envió una carta pidiéndole que se retractara
de lo dicho en aquel correo electrónico enviado a sus subordinados.
"Recientemente, usted testificó que tenía noción de que diversos oficiales de
mando de la CIA han escondido actos de gran calado a todos los miembros del
Congreso y han engañado a los congresistas durante diversos años, desde 2001
hasta esta semana", dijeron. "En vista de su testimonio, le pedimos que corrija
públicamente su comunicado".
En ese estado, maltrecho, está la CIA. Herida por una Administración que la
utilizó a su antojo para torturar y probar experimentos con los presos, los
derechos humanos y la dignidad de las personas. Cheney defiende aquellos años
truculentos. Desde que dejó el gobierno no se ha cansado de repetir que aquellos
interrogatorios aportaron mucha información valiosa que salvó miles de vidas. Y
refiere, una y otra vez, a los informes que van viendo la luz.
"La información extraída a los detenidos ha ayudado a identificar a
terroristas", según el documento de 2004. "Por ejemplo, información de Abu
Zubaydah ayudó a identificar a José Padilla y a Binyam Muhammed (que planeaban
detonar una bomba sucia de uranio en Washington o Nueva York). Riduan
Hambali Isomuddin proporcionó información que llevó al arresto de otros
miembros de Al Qaeda antes no identificados en Karachi. Todos habían sido
designados como pilotos para un ataque aéreo en EE UU".
En las páginas finales del informe, se relata todo un rosario de ataques
terroristas frustrados, el misal de Dick Cheney para justificar la tortura:
planes para el bombardeo del consulado norteamericano en Karachi; estrellar un
avión en el aeropuerto de Heathrow, en Londres; descarrilar un tren y hacer
explotar simultáneamente diversas gasolineras en EE UU; cortar los cables de
suspensión de diversos puentes de Nueva York para derrumbarlos, y un ataque
calcado al del 11 de septiembre de 2001 pero en Los Ángeles.
No ha habido un atentado en suelo americano desde 2001. Sobre las razones,
hay ahora dos versiones en juego. Cheney y la anterior Administración asegurando
que es así, en gran parte, gracias a la CIA. Eric Holder y los líderes de la
mayoría demócrata en el Congreso, que opinan que hay razones que pueden
sustentar el argumento de que el país es más seguro a pesar de la tortura de la
CIA.
Obama ha evitado pronunciarse sobre este nuevo informe o sobre la reapertura
de investigaciones de Holder. Pero le ha dado un golpe mortal a las actividades
antiterroristas de la agencia. La semana pasada creó, a recomendación de una
comisión que formó un día después de tomar posesión de su cargo, un nuevo equipo
de élite que se encargará de interrogar a los terroristas detenidos.
El equipo estará compuesto por agentes de diversas agencias, pero estará
albergado en la sede del FBI y dirigido por un agente de ese cuerpo de policía,
dependiente del Departamento de Justicia. Lo supervisará directamente la
presidencia, a través de Consejo de Seguridad Nacional, y se regirá únicamente
por el Manual de Campo del Ejército, que prohíbe, a todos los efectos, la
tortura. Obama quería cerrar un episodio, ciertamente oscuro, en la historia
CIA. Esperaba, con ello, pacificar los ánimos en la sede de la agencia, después
de años de confusión y graves errores. No contaba con que su propio fiscal
general iba a considerar que las heridas del pasado son todavía demasiado
profundas como para poder ignorarlas.
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